Un Accidente de Amor
Un Accidente de Amor
Por: Elika Larrea
PRÓLOGO: ¿QUIÉN ERES?

Leyna Keller se mantenía sentada, pero con las piernas estiradas en aquella camilla de aquel hospital público. Su mirada azul carente de emociones buenas estaba fija en aquel ventanal que daba vista hacia la caótica ciudad, sin embargo, su lenguaje corporal la delataba.

Su cuerpo pequeño estaba tenso y adolorido, su estómago revuelto como un remolino y sus manos frágiles y delgadas empuñaban con fuerza las sabanillas que tapaban sus piernas desnudas y llenas de moretones violáceos, mientras no dejaba de morderse el labio inferior con brío.

Ella era un caos en sí misma, ya que intentaba recordar algo, aunque sea un insignificante detalle, pero nada, su mente confusa no recordaba nada de nada, era como si tuviera un lienzo totalmente en blanco del cual no había rastro de memorias ni recuerdos.

Nada bueno, nada malo… solo nada.  

Ella no recordaba quien era ni de donde provenía, solo sabía su nombre porque el médico que la trataba se lo había dicho, lo que hacía que todo le pareciera insoportablemente incómodo, extraño y surreal, ya que se sentía como si fuera un barco sin rumbo perdido en medio del mar furioso e incontrolable. Alguien sin un timón ni mucho menos una brújula, para que le dieran pista de quien era y que es lo que le había sucedido.

¿Por qué estaba en ese hospital?

¿Por qué no recordaba nada?

¿Tenía familia siquiera?

Ella hasta ese entonces nadie le había visitado, por lo que su corazón se arrugó más de tristeza. Sus ojos azules picaron con ese ardor que no quería sentir, pero trato de no desbordarse en lágrimas, ya que aun con todo lo perdida que estaba, su interior seguía siendo fuerte, sin embargo, eso no quito que su alma pura e inocente doliera al sentirse vacía y sin esperanzas.

(…)

Josh había recibido aquella llamada que lo dejo con los nervios de puntas. Tenía una punzada en el estómago y las manos le sudaron. Se estacionó fuera del hospital público de Berlín y botó todo el aire que estaba conteniendo sus pulmones.

«¿Cómo la afrontare?» Se preguntó a sí mismo, sin saber cómo empezar a contar su verdad.

Se bajo del vehículo, y camino a paso ligero para llegar a la habitación de Leyna.

Nervios y ansias era lo que sentía por encontrarse con la mujer que le había robado la tranquilidad, ya que, a causa de ella, él tristemente había roto todos sus valores al ser cómplice de un horrible crimen.

Un crimen que no le dejaba dormir por las noches, y a pesar en que su cabeza tenía toda una historia armada de como manipular a Leyna a su conveniencia, sus pensamientos fueron más fuerte y le traicionaron, dejándole a él sin un plan A ni B que ejecutar. 

Sus pies se detuvieron justo en la entrada de la habitación y sus ojos mieles buscaron a la chica que lucía desorientada y sentada en una camilla de baja categoría. Su cuerpo era cubierto por una sencilla bata azul. De pronto la historia que mantenía en su cabeza la olvidó por completo y dejo que su instinto más animal tomara el control.

Josh dejo que sus emociones fluyeran como ríos que van hacia el mar y dejo de pensar lo que tenía que hacer y decir, tan solo se concentró en ese momento.

En esa primera vez contemplándola a ella.

—Hola Leyna —dijo Josh sabiendo que eso sería lo único que podría salir de sus labios.

Él se mantuvo en el umbral de la puerta de la habitación de aquel hospital, ya que no quería asustarla y a la vez tampoco enfrentarla.

Leyna al escuchar aquella voz ronca y varonil sintió una punzada de nervios en su vientre bajo, giró su rostro con rapidez para buscar a el causante de aquella emoción desconocida y extraña que estaba palpando en su cuerpo.

Sus hermosos ojos azules le miraron un tanto temerosa, ya que nunca antes vio aquel hermoso, pero frio rostro.

Los ojos dorados de ese hombre le parecieron mágicos, pero a la vez desafiantes. Era como si algo ocultaran, como si un dolor inexplicable con palabras traspasara por ellos. Algo que la unía a ella, ya que ella estaba igual de perdida, aunque sabía que ese hombre que no le quitaba la mirada de encima, iba a ser el único que pudiera responder sus dudas.

—Hola —respondió Leyna dulcemente sin conocer el nombre de este hombre.

La inocencia y hermosura en el rostro de Leyna fue algo que calo muy hondo en el pecho de Josh. Su voz sedosa y femenina le hicieron flotar y a la vez sintió como si un rayo impactara en todo su ser, algo que inusualmente nunca sentía, menos por una mujer desconocida. Las palabras se le atascaron en la punta de su lengua, pero aquel peso de la traición fue aún más fuerte cuando ella con tranquilidad preguntó:

—¿Quién eres?

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