Aquí estamos

Emma despertó por el frío que hacía erizarse su piel. Se sentía aletargada, como si llevará meses sumida en un profundo sueño. Su primer pensamiento fue Matheo, ¿estaría bien? En su cabeza se reprodujo a cámara lenta lo que había pasado, la aparición de ese hombre, sus sospechas desde que lo vio, la forma en la que la acorraló, y sobre todo, la mirada carente de alma. Había visto esa clase de mirada muchas veces antes, y estaba segura de que si ese hombre llegaba a su hijo, no se detendría solo porque era un bebé.

A pura fuerza de voluntad consiguió calmar el temblor que le producía el frío y de ese modo concentrarse en lo que debía hacer. Lentamente, elevó los parpados, pero no sirvió de nada, todo estaba a oscuras. Podía observar destellos de luz aquí y allá, pero eran más bien como delgadas grietas en la oscuridad. Pronto adivino que tenía una venda sobre los ojos. Su cuerpo estaba entumecido, tirado de costado sobre una superficie húmeda, dura y fría. Un suelo de cemento, quizás.
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