El Rey roto
El Rey roto
Por: Mystisk
Traición

Norte de Italia, Otoño 2015.

Lucian pasó de largo los muelles y tomó la calle principal con rumbo a la plaza mayor, rodeó un par de viejos edificios de piedra y recorrió el estrecho callejón cuidándose de no ser visto por nadie. Se atajó bajo las sombras que producía la oscura noche, apoyó la espalda contra la pared lateral del Palacio San Giorgio y encendió un cigarrillo iluminando apenas su rostro con la flama del mechero. Había estado siguiendo el rastro de dos miembros de la “Società dei giusti” a los que conoció por casualidad tres días antes en un bar de mala muerte en Venecia.

Ahora estaban en Génova y Lucian sentía en los huesos que ahí era donde se encontraba su principal base de operaciones.

“Le cortas una mano a la bestia y te sigue persiguiendo, le cortas la cabeza y muere para siempre”. Eran las palabras de su padre siempre que salían juntos a cazar “justicieros” como él los llamaba. Su progenitor no tuvo tanta suerte; murió antes de lograr su cometido, pero él iba a terminar con la m*****a cacería que estaba aniquilando a su gente.

Si tenía razón y localizaba su base, acabaría con todos ellos de una vez por todas, entonces y solo entonces, podría cumplir con la promesa que le hizo a su madre en su lecho de muerte de formar una familia.

Media hora más tarde, los dos bastardos salieron del hostal en el que se hospedaban. Lucian había ido allí esa misma madrugada. Luigi, el dueño; se mostró bastante cooperativo y le contó que cada solsticio su humilde local se llenaba de jóvenes y entusiastas extranjeros que visitan sin falta la Iglesia de Nostra Signora del Monte y la Villa Imperiale. También le dijo que los dos hombres a los que estaba siguiendo eran visitantes regulares, que se quedaban alrededor de una semana y luego se iban para volver el siguiente cambio de estación.

Eso fue una prueba más de que sus sospechas eran acertadas. Seguramente la sociedad tenía en este lugar su base de operaciones, los extranjeros que llegaban eran los nuevos reclutas, y los dos a los que perseguía, los reclutadores.

Dio una última calada a su cigarrillo y lo apagó con la suela de su bota, levantó el cuello de su abrigo de lana para protegerse del frío y comprobó las dos dagas que llevaba en los bolsillos laterales, así como ambas 9mm que portaba bajo los brazos. Había sido una estupidez salir sin un equipo, pero se suponía que esos días él y su gente iban a estar fuera de servicio.

Claro, eso fue hasta que reconoció a los dos miembros de la sociedad en un bar y comenzó a vigilarlos desde una distancia prudente. Luego de hacer varias compras en Venecia, viajaron en barco hasta Génova, se hospedaron en el hostal y no habían vuelto a salir hasta esa noche.

Lucian se fundió con las sombras y los siguió de cerca, era un experto en moverse de forma sigilosa, después de todo para eso fue entrenado toda su vida. Los dos hombres iban vestidos de gala, con trajes sastre negros y pajaritas.

Cuando pasaron frente a la Iglesia, saludaron al párroco como se saluda a un viejo amigo, intercambiaron algunas palabras y el sacerdote les dio la bendición antes de irse. Lucian tuvo que tragarse las ganas de cortarle la cabeza al clérigo por su hipocresía. “No mataras” dice su libro sagrado, y sin embargo aplauden y bendicen a los bastardos que secuestran, torturan y matan a su gente solo por no seguirlos en su maldito culto.

Con los puños apretados y los ojos enrojecidos de furia, rodeó la Iglesia y siguió colina arriba por el mismo camino que tomaron los dos hombres a los que seguía. Por suerte para él conocía el terreno y había pocas callejuelas como para perderlos, en realidad, el único lugar al que llevaba el sendero de piedra era a la Villa Imperiale. Y por supuesto, si vas a dar una fiesta de bienvenida para tus nuevos reclutas, ¿qué mejor lugar que el Castillo más lujoso de Génova?

Lucian llegó hasta los jardines de la Villa y se internó entre los espesos arboles del bosque lateral desde donde podía observar a través de las ventanas del salón principal sin ser visto. Adentro había por lo menos doscientos invitados, la mayoría eran jóvenes extranjeros como bien dijo Luigi. Pero también pudo reconocer a varios de los jefes principales de la sociedad.

Y entonces lo vio. El “Master di giustizia” en persona. El bastardo que asesino a sus padres.

La sangre en sus venas hirvió como la lava de un volcán a punto a punto de hacer erupción, su corazón se aceleró tanto que lo sintió en las sienes, un nudo presionó sus entrañas provocándole arcadas, sus ojos; dos esmeraldas verdes, se iluminaron con la fría y oscura promesa de venganza en su forma más natural. No podía atacarlo allí dentro, sería un suicidio con tantos de sus seguidores presentes. Pero en algún momento se quedaría solo y entonces le cobraría todas y cada una de las vidas que tomo a lo largo de tantos años de guerra sin sentido.

Con impotencia, se pasó ambas manos por el cabello y soltó una maldición, tenía que aceptar que ir solo había sido un error, pero después del último enfrentamiento en el que perdieron a dos de sus mejores hombres, se vio incapaz de pedirles que volvieran al campo de batalla tan pronto. Podían ser soldados, pero hasta el más valiente de ellos necesitaba recordar porque continuaban luchando día tras día y eso solo se conseguía bajo el amparo de los seres queridos.

Algo que él no tenía.

Furioso y completamente descolocado, observó alrededor en busca de un lugar desde donde poder vigilar sin ser descubierto, se dio la vuelta y camino entre los árboles y las hojas caídas, a pesar de su metro noventa y ocho de altura y sus buenos noventa y seis kilogramos de peso, su andar era tan silencioso como el de un jaguar en mitad de la selva. Años de entrenamiento le enseñaron a moverse sin ser detectado, era un montón de músculos de cabello castaño rojizo y ojos verdes que se movía con cautelosa calma mientras observaba fijamente a su presa. Era letal y su cuerpo temblaba de pura furia contenida.

Estaba a punto de alcanzar la mejor posición para su vigilancia cuando el casi imperceptible sonido de las hojas al romperse a sus espaldas lo obligo a girarse de golpe con las dagas en las manos.

—¿Qué demonios haces aquí? —Indagó con molestia barriendo los alrededores con la mirada. —¿Cómo me encontraste? —Inquirió relajando los hombros y devolviendo las armas a su lugar.

—Seguí tu rastro. —Respondió el recién llegado.

—¡Lárgate! —Ordenó sin miramientos. No estaba dispuesto a poner en riesgo la vida de su único hermano.

—Sí, bueno… veras…

Lucian entrecerró los ojos con sospecha hasta que fueron solo un par de líneas bajo sus pobladas cejas. Su hermano actuaba de forma extraña, parecía demasiado tranquilo teniendo en cuenta el lugar en el que se encontraban. Pero la sola idea de que él…

—Bien hecho muchacho. —Expresó la voz del Master a sus espaldas, confirmando sus recientes sospechas.

—¿Qué has hecho? —Recriminó incrédulo a su hermano menor. Los ojos se le llenaron de rabia, dolor y decepción.

—Hice lo que tú no pudiste hacer en mil años. ¡Termine con la guerra! —Alardeó Víctor en tono arrogante.

—¡Imbécil! ¡Maldito estúpido ignorante! —Exclamó Lucian con Las manos apretadas en puños y las venas del cuello y frente palpitando con fuerza. —¿En verdad piensas que ellos cumplirán con lo que te prometieron?

—¡Por supuesto que lo harán! —Afirmó inflando el pecho con orgullo convencido de sus palabras. —Tu cabeza a cambio de la del resto de nosotros. ¿Es un trato justo no lo crees?

—¡Pagaras por esto! —Prometió Lucian antes de echar un vistazo alrededor. Lo tenían rodeado, pero por el infierno y todos sus demonios que no iba a morir sin pelear, antes de presentarse a rendir cuentas, se llevaría por delante a tantos de ellos como le fuera posible.

En un rápido y certero movimiento; Lucian desenfundó sus dos 9mm y disparó a la cabeza de los dos justicieros que tenía a su derecha, otro de ellos se abalanzó sobre él desde atrás con un arma apuntando directo a su nuca, pero esquivo el golpe dando un giro que le permitió tomar al tipo por detrás rodeando su garganta con un brazo. Uso el cuerpo del bastardo como escudo cuando otro par se arrojó contra él, disparando desde dos direcciones diferentes. Cuando sus cargadores quedaron vacíos, Lucian lanzó contra ellos su escudo humano y aprovechando la ventaja temporal que la sorpresa le brindo, apunto sus armas y de un solo disparo perforó las cabezas de ambos atacantes.

Antes de que pudiera tomar aire, una bala le atravesó el abdomen, otra le perforo una pierna y otra más le traspasó el hombro derecho. Su mirada buscó el arma del cuál provenían las balas y a pesar de lo que ya sabía le sorprendió ver el dedo de su hermano en el gatillo. Sus armas cayeron al suelo junto a sus pies. Estaba perdiendo sangre rápidamente, pero la rabia que sentía lo impelía a mantenerse de pie y seguir luchando.

Con un último esfuerzo, levantó sus armas y disparo a cuanto enemigo distinguió entre la oscuridad antes de lanzarse furioso contra su hermano. El dolor en su pecho se intensifico cuando una bala más se hundió entre sus costillas pasando por milímetros a un lado de su corazón, sintió la calidez de su propia sangre brotando por la herida y manchando su vista de puntos rojos. Estaba tan débil que no hizo nada cuando Víctor le dio un puñetazo que lo mando al suelo con la nariz por delante.

—¡Pagaras por esto Víctor! —Juro antes de rendirse a la oscuridad. Lo último que vio mientras sus ojos verdes se cerraban; fue la sonrisa triunfal de su hermano, y la mirada tétrica del Master a su lado.

Mucho tiempo después, Lucian despertó atado de pies y manos a la pared de piedra de lo que parecía ser un calabozo. No había nada ahí excepto las cuatro paredes que lo contenían y las ratas que se escabullían por doquier. Sus heridas habían sido curadas y tenía el cuerpo entumecido. Trato de forcejear con las esposas de metal que lo contenían, pero lo único que logro fue que el filo le cortara la piel de las muñecas y los tobillos.

Desesperado; grito hasta que los pulmones le dolieron y la garganta le escoció como si se hubiera comido un puño de arena. Había sido traicionado por su propio hermano. Ese al que cuido y protegió cuando sus padres murieron. Ese que de pequeño lo seguía a todos lados y lo miraba como si fuera su super héroe. ¿Qué iba a ser de su pequeña hermana?, ¿quién cuidaría de ella?, no creía a Víctor capaz de dañarla, pero, por otro lado, tampoco hubiera pensado que podría traicionarlo.

Un aroma parecido al queroseno se filtró desde un pequeño agujero en la pared a sus espaldas, justo encima de su cabeza. – ¡NO! – Grito Lucian cuando se dio cuenta de lo que venía a continuación.

—¡NO! —Repitió intentando contener la respiración. Sus captores lo habían mantenido con vida, solo para matarlo de una forma más dolorosa aún.

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