¿Quién me había patrocinado? ¿Quién había costeado mi vida en Alemania? Apenas Gerard regresó a la fiesta, yo corrí en la dirección contraria y tras tomar un elevador, llegué a la habitación de mi tio. Antes de tocar a su puerta, oculté los chupetones en mi cuello con mi largo cabello. Al verme, me sonrió aliviado. —Estoy empacando, no debo estar aqui en la investigación —extendió la mano—. Dame el frasco de sarin, me desharé de él. Tú quedate y en cuanto sea posible, te buscaré. Expiré lento, avergonzada de esa estupida oportunidad que decidí darle. Y no me quedó de otra que confesarle que había fracasado. La expresión de mi tío se demacró al instante y luego sus rasgos se retorcieron hasta expresar un latente enfado. Me jaló del brazo, arrastrandome al interior de la habitación. Allí, ante mi sorpresa, me asestó la primera bofetada de mi vida. —¡Eres una verdadera estupida! ¡¿Acaso te gusta ese tipo y esperas vivir toda la vida con él?! Sin dejarme contestarle, me tomó de los
Había perdido a mi único familiar y apoyo en esa guerra, y ahora que encontraba sola. Mientras trataba de dormir con el anillo de Alek en mis manos, me maldije por haber desperdiciado el plan de mi tío y no haber acabado con Gerard limpiamente. Me arrepentí. Debí haberle dejado beber el vino, aunque fuera mi patrocinador y dueño de toda mi carrera, aunque fuera mi esposo. Por sobre todo eso, era el asesino de mi hermana. Al día siguiente, después de levantarme y quitarme al fin ese pesado vestido blanco, guardé muy bien el anillo de mi prometido en el fondo de mi maleta. Luego bajé al primer nivel del departamento, atraída por el sonar de la vajilla y el olor a comida recién hecha. En el impecable comedor, encontré a Danielle, mi cuñada. Mirando en torno en busca de Gerard, me senté cerca de ella. —Mi hermano está en la cocina, preparando mi desayuno —dijo ella secamente, sin dejar de mirar su celular. Dirigí mi vista a la puerta cerrada de la cocina, impresionada por ese dat
—Ahora, repite tus malditas palabras. Di que nunca tendrás sexo conmigo —me dijo Gerard al oído, deslizando una mano hasta mi cuello. Cerró los dedos cuidadosamente en torno a mi garganta, ejerciendo la suficiente presión para hacerme jadear. —Dilo, patinadora —me instó cambiando su tono a uno más serio—. Dime lo que dijiste hace unos momentos. Repíteme esa basura de que nunca pondrías tus ojos en alguien inferior como yo. Cualquier rastro del placer que estaba teniendo, desapareció mientras yo trataba de respirar. Aunque, aún si muriera, no le seguiría el juego. Incluso cuando plasmó un beso entre mis omoplatos y dijo: —Anda, amor, ten el valor de decir que nunca cogerías conmigo. Me quedé tendida sobre la isla, roja de humillación y muda de vergüenza. ¿Cómo había consentido eso? ¿Cómo me había atrevido a disfrutarlo? Y más terrible, ¿cómo es que esta ya era la segunda vez que sucedía algo así entre los dos? Sentí como el arrepentimiento se iba volviendo presente, ganando fu
Pensé que moriría. Pensé que lo había matado. Mientras corría hacía él sin saber por qué exactamente, de verdad pensé que lo vería morir. El banquillo estaba roto y Gerard estaba cayendo. Tal vez era la adrenalina disparada en mi sistema, pero pude ver con detalle todo lo que ocurría en ese breve instante. Miré el banquillo fracturarse y Gerard, que estaba recostado sobre ella, perdió el equilibrio de la barra que sostenía y se ladeó con ella. Uno de los discos más pequeños se salió y le golpeó la cabeza. Miré la sangre manar de inmediato y sus músculos tensarse en un último intento por equilibrar el enorme peso. Di por sentado que moriría. Pero me equivoqué, mejor dicho, lo subestimé. Las venas y tendones de sus brazos se tensaron bajo la piel, antes de apretar los dientes y lograr arrojar la pesada barra a un costado. La barra cayó con un sonoro golpe y los discos de hierro fundido se dispersaron. —¡Gerard! —exclamé llegando hasta él. Sin embargo, otra voz de verdad angustiad
¿Un hijo suyo era el precio para escapar legalmente de ese matrimonio? ¿Cómo podía ponerle ese precio al divorcio? Ni siquiera nos agradábamos e imaginar toda una vida juntos era una locura. —Nunca —le dije y quité su mano de mi nuca. Él me soltó y yo retrocedí. Pero seguimos viéndonos con ojos suspicaces. Ninguno estaba dispuesto a ceder ante el otro. —¿Estás segura? No creo que malgastar mi dinero te haga feliz para siempre. En algún momento te cansaras y querrás salir corriendo —sonrió con suma arrogancia—. Una mocosa como tú no soportará ser mi mujer por mucho tiempo, especialmente en la cama. Enrojecí ligeramente, pero logré mantener la compostura y decir: —Estoy segura de que... surgirá otra oportunidad que me separe de ti —y era oportunidad era matarlo cuanto antes. Vengarme de él debería ser una tarea rápida. —¿Oportunidad? —se burló irguiendo la cabeza y torciendo el gesto—. No habrá ninguna. Ríndete con eso. Mi oportunidad era matarlo. Pero sí nunca lo lograba y los
Había ansiado tanto ese momento. Lo había hecho por meses. Durante ese tiempo había dudado, me había decido y había vuelto a dudar. Llevé mis manos por todo su amplio pecho, grabandome la forma de sus pectorales en las yemas y aspirando el olor maderoso de su fragancia. Esa sería la ultima vez que tocaría a mi esposo. Recorrí con los labios la curva de su definida mandibula, sintiendo sus manos en mis caderas y el calor de su piel desnuda contra la mía. La habitación estaba en penumbras, pero aun así podía ver la expresión de intenso placer en su rostro, y tambien su mirada, ligeramente nublada por el alcohol en su sangre. Esa noche habíamos bebido mucho, mejor dicho, yo le había llenado el vaso una y otra vez, para luego seducirlo y llevarlo a la cama. Sonriendole con seducción, separé mis labios de su piel y apoyando las palmas en su fuerte pecho, lo empujé contra la cama y me senté sobre él. Nos miramos con alcoholizado deseo, y con una leve dosis de amor imposible. Yo adoraba a
Había ganado mi primer oro como patinadora artística a los 15 años, en la categoría individual de los Grand Prix en Rusia; ganar había sido fantástico, emocionante y me había hecho tan feliz. Pero después de ese primer triunfo, no volvió a pasar, hasta ese día. 5 años después, sentía que podía volver a hacerlo de nuevo, ¡que podría volver a ganar! Y aunque por dentro estaba temblando y era un manojo helado de nervios, en el exterior era una completa patinadora profesional. Sonreí cómo nunca y abrí los brazos, preparándome para mi siguiente movimiento, mi último movimiento. La temperatura en la pista era tan fría que tenía la piel de gallina bajo el vestido rojo de brillante pedrería, y notaba las mejillas heladas, pero no podía parar. No quería parar. Porque estaba tan cerca, tan cerca de triunfar otra vez. Tomé un suave aliento entre labios y lo contuve. Después, exhalé y suavemente me deslicé por el hielo, hasta que sentí los brazos de mi novio y compañero de pista sujet
¿Muerta? Pensé mientras mi garganta se contraía, mirando las blancas flores en mis brazos. ¿Cómo puede decirme tal cosa? —N-no es cierto... —murmuré negando con la cabeza una y otra vez, abrazando fuertemente los 2 ramos—. ¡No es verdad! ¡Alina vino hasta Alemania para verme competir, ella está viva! De golpe levanté la cabeza y lo miré furiosa, llorando. Le grité. —¡Usted es un mentiroso, ella está con su prometido ahora! ¡M-me dijo que después de mi competencia me lo presentaría, cuando nos viéramos en el hotel...! Al ver lo alteraba que me estaba poniendo, él alzó una mano y pretendió tocarme, pero yo exhalé y retrocedí medio paso. No quería que ese mentiroso me tocará un solo cabello. —Alina está muerta, Cassandra, es la verdad —me repitió él con enfasis y poca paciencia. Sollozando, comencé a negar de nuevo. —¡No es cierto! ¡Esta noche ella y su prometido vendrán...! Entonces y sin detenerse, me sujetó de los brazos y bruscamente me acercó a él. Me obligó a verlo di