ABRUPTO FINAL

Había ganado mi primer oro como patinadora artística a los 15 años, en la categoría individual de los Grand Prix en Rusia; ganar había sido fantástico, emocionante y me había hecho tan feliz. 

Pero después de ese primer triunfo, no volvió a pasar, hasta ese día.

5 años después, sentía que podía volver a hacerlo de nuevo, ¡que podría volver a ganar! Y aunque por dentro estaba temblando y era un manojo helado de nervios, en el exterior era una completa patinadora profesional.

Sonreí cómo nunca y abrí los brazos, preparándome para mi siguiente movimiento, mi último movimiento. La temperatura en la pista era tan fría que tenía la piel de gallina bajo el vestido rojo de brillante pedrería, y notaba las mejillas heladas, pero no podía parar. No quería parar.

Porque estaba tan cerca, tan cerca de triunfar otra vez. 

Tomé un suave aliento entre labios y lo contuve. Después, exhalé y suavemente me deslicé por el hielo, hasta que sentí los brazos de mi novio y compañero de pista sujetarme con firmeza por la cintura. Entonces los dos contuvimos la respiración, deslizándonos juntos por el hielo, cómo un solo ser. 

—¿Preparada, Cassie? —me susurró él.

Miré a los jueces y al público, escuché la música, la dramática y magnifica Storm, de Vivaldi. 

—Sí. Estoy lista... —exhalé.

Un segundo después, nos detuvimos para el acto final. 

—Te atraparé —me susurró antes de comenzar—. No tengas miedo. 

Asentí y entonces él me apretó la cintura, y con destreza me levantó en el aire. Hicimos la complicada pirueta que llevábamos meses practicando, esa rutina definiría todo. Él me sujetó con mayor fuerza y, tras inhalar hondo, me lanzó con fuerza hacía arriba. En el aire volví a contener el aliento e hice 3 vueltas completas: 1, 2, 3... Mantuve una amplia sonrisa mientras giraba y, tras una eternidad, volví a caer de nuevo entre sus manos, a salvo.

Expiré abrazando sus caderas un segundo y miré la confianza pintada en su rostro. Nos sonreimos.

Unos segundos después, regresé al suelo y volvimos a sincronizarnos para realizar un giro rápido y una última acrobacia antes de concluir girando en el centro de la pista. Justo cuando la música se detuvo, concluyendo en un cierre perfecto. De inmediato estallaron los aplausos y vítores. En lo alto de las gradas, mi tío aplaudió y se puso en pie, orgulloso de mí.

—¡Cassandra Ross y Alek Hardy! —vociferaron los altos parlantes—. ¡A continuación, su calificación!

Respirando rápido a causa de la rutina, apreté la mano de mi novio y juntos miramos con expectación la gran pantalla por encima de los jueces. Allí estabamos ambos, en patines; Alek con un destellante traje a color negro y yo con un vestido rojo que ceñía mi cintura, pero que se abria en una falda amplia de volantes, llena de cristales. Eran trajes hermosos y muy costosos, y sino ganabamos...

Repentinamente pareció nuestra calificación. Y entonces sonreí con el corazón paralizado, sintiendo un subidón de emoción al ver que no solo el cierre había sido perfecto, toda nuestra rutina había sido perfecta. La calificación de los jueces era más de lo que había esperado, ¡mucho más!

Mi novio se volvió hacía mí con una sonrisa tan incrédula como feliz.

—¡Cassie, lo logramos! —exclamó, lleno de alegría antes de envolverme en un abrazo eufórico.

También lo abracé, un poco conmocionada por la repentina felicidad. 

—No... puedo creerlo —articulé aun incrédula. 

Pero mientras transcurrían los segundos y se escuchaban con fuerza los aplausos del público a nuestro alrededor, se volvió más y más real nuestro triunfo, y yo comencé a sonreír y a saltar de emoción

—¡Lo hicimos, Alek! —grité y me abracé a él con más fuerza. Aun me temblaban las piernas—. ¡No puedo creerlo! ¡Es fantástico! ¡Ganamos!

Lo habíamos hecho, básicamente, habíamos ganado la competencia de patinaje artístico en la categoría de parejas. Después de años desde mi primer triunfo en Moscú, al fin volvía a hacerlo. ¡Volvía a ganar!

En cuanto se anunció oficialmente nuestro triunfo y dejamos la pista, los camarógrafos y la gente se arremolinaron a nuestro alrededor para felicitarnos y tomarnos infinitas fotos. Entre los flashes cegadores, apreté la mano de mi novio y traté de prestar atención a las preguntas de las cámaras, pero solo podía buscar a mi tío entre la multitud. Aparte de mi hermana mayor, él era mi única familia y al único al que quería ver. Solo quería compartir mi triunfo con él, pero seguramente debido a toda esa gente él no podía llegar a mí. ¿Dónde estaba?

—Felicidades, Cass —dijo repentinamente una voz grave e increíblemente profunda, atrayendo rápidamente mi atención. Solo mi familia me llamaba Cass, nadie más.

Dejé de buscar a mi tío y miré al hombre frente a mí, de inmediato me quedé atónita. Se trataba un hombre alto e inesperadamente atractivo, de casi 2 metros, con una notable apariencia fornida bajo un grueso abrigo negro.

—Hiciste una rutina impresionante —agregó con una pequeña sonrisa en los labios, hablándome con tal familiaridad que las cámaras comenzaron una horda de fotografías. Tenía un marcado acento alemán.

Sus cabellos eran oscuros, pero sus ojos brillaban en un interesante azul profundo. Era alguien muy apuesto a simple vista, pero también lucía como alguién de temer. Tenía una mandíbula cuadrada, cubierta por una favorecedora barba definida y poco espesa; sus hombros eran anchos y gruesos, y su mirada era ágil y estrecha, muy astuta. Parecía un militar alemán, pero no lo era, no se vestía como uno.

Antes de poder preguntarle quién era, él me entregó dos ramos de flores blancas. Las puso en mis manos ante la impresión de todos, incluida la mía y la de mi novio.

—Para ser tu ultima competencia, fue un excelente cierre. Seguramente extrañaras Alemania.

Tras decir esto, se dio la vuelta y se alejó sorteando con habilidad a la multitud de fotógrafos. Fruncí el entrecejo, confundida por sus últimas palabras.

—¿Quién era él? —me preguntó Alek, mirando con desconfianza los 2 ramos que yo apenas podía sujetar—. ¿Y por qué te dio ramos de Claveles y Crisantemos?

No le respondí, solo me alcé de puntillas y seguí al hombre con la mirada. Hasta que lo vi detenerse y un instante después apareció mi tío frente a él, entonces comenzaron a hablar. Mi tío se mostró inquieto y yo sentí la fea sensación de que algo ocurría.

—Discúlpenme —les dije a los reporteros y solté la mano de mi novio.

Con dificultad me abrí pasó entre esa multitud de fotógrafos, pero cuando al fin logré salir, ellos ya no estaban. Algo nerviosa me dirigí a los vestidores, esperando encontrar allí a mi tío y saber qué pasaba.

Caminé deprisa por los corredores, sosteniendo esas flores y buscándolo con desesperación.

Pero cuando al fin alcancé los vestidores de chicas, quién me esperaba en la puerta no era mi tío, sino aquel hombre.

Disminuí el paso, recelando de su presencia. Se encontraba apoyado contra la puerta de los vestidores, con las manos ocultas en los bolsillos, como si tuviese la intención de impedirme entrar para cambiarme.

—¿Buscas a tu tío? —me preguntó con calma y noté que tenía un marcado acento alemán.

Al notar que no respondía, él volvió la cabeza en mi dirección, mostrándome su cuello y el tatuaje que lo cubría: era una sucesión de números en negro, una fecha.

—Él se acaba de ir, tenía un asunto urgente —dijo enderezándose y mirando el Rolex en su muñeca. Pude ver que los tatuajes llegaban hasta ese punto—. Me pidió quedarme y llevarte conmigo.

Apreté los ramos de flores contra mi pecho. ¿Cómo se conocían ese hombre y mi tío? Parecía un peligro en alma viva, un delincuente adinerado.

—¿Llevarme a dónde? —le pregunté ocultando mi inquietud, lista para alejarme—. En todo caso, no puedo, tengo una cena de celebración con mi equipo esta noche...

—Debes venir conmigo, Cassandra —me interrumpió viniendo hacía mí. Me vi tentada a correr—. O no te podrás despedir de ella.

Se detuvo a un escaso paso de mí y bajó la vista para verme a la cara. Yo levanté la mirada lo más que pude, impresionada por su altitud y ese aire de imponencia que emanaba de su persona. Él no era un chico de mi edad, sino un hombre alrededor de la treintena.

—¿A qué... se refiere? —inquirí apenas, notando cómo sí mi precioso vestido rojo se estuviese volviendo más ajustado.

En respuesta, el hombre me miró largamente por unos intensos segundos, apretó con fuerza los labios y estrechó la mirada. De inmediato presentí que estaba allí para darme una mala noticia, ¿por eso me tío se había ido con prisa?

—¿Qué ocurre? —le pregunté ansiosa.

Finalmente, él expiró y dijo:

—Debes venir conmigo. La policía necesita que reconozcas el cuerpo de tu hermana Alina Ross. Ella murió hace unas horas.

Al instante me petrifiqué desde dentro y un sorpresivo y desgarrador dolor se abrió paso por mi garganta. Mi querida hermana mayor, ¿muerta? ¿Por eso no había ido a ver mi competencia?

—¿Alina...? —articulé apenas, notando la sangre huir de mi rostro—. ¿Mi hermana... falleció?

—Así es, ella murió hace poco en un hospital —dijo él con voz modulada, mirándome con un leve matiz de preocupación.

Aturdida, bajé la vista y miré las flores en mis manos. Mi atención cayó en el ramo de crisantemos y al fin entendí por qué me las había regalado: eran flores utilizadas en funerales, un símbolo de pérdida.

Las lágrimas empañaron mi visión.

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