COMPROMISOS ROTOS

¿Muerta? Pensé mientras mi garganta se contraía, mirando las blancas flores en mis brazos. ¿Cómo puede decirme tal cosa?

—N-no es cierto... —murmuré negando con la cabeza una y otra vez, abrazando fuertemente los 2 ramos—. ¡No es verdad! ¡Alina vino hasta Alemania para verme competir, ella está viva!

De golpe levanté la cabeza y lo miré furiosa, llorando. Le grité.

—¡Usted es un mentiroso, ella está con su prometido ahora! ¡M-me dijo que después de mi competencia me lo presentaría, cuando nos viéramos en el hotel...! 

Al ver lo alteraba que me estaba poniendo, él alzó una mano y pretendió tocarme, pero yo exhalé y retrocedí medio paso. No quería que ese mentiroso me tocará un solo cabello.

—Alina está muerta, Cassandra, es la verdad —me repitió él con enfasis y poca paciencia.

Sollozando, comencé a negar de nuevo.

—¡No es cierto! ¡Esta noche ella y su prometido vendrán...!

Entonces y sin detenerse, me sujetó de los brazos y bruscamente me acercó a él. Me obligó a verlo directamente a la cara. Observé su profunda mirada, sus ojos eran de una tonalidad azul tan intensa que parecían casi negros y tenían un marcado brillo metálico que les daba un hipnotizante aspecto magnético y enigmático.

—¡Alina se fue! —me dijo en voz alta y sin rastro de pena por mí—. ¡Ella murió, yo la vi! Yo estaba con ella en el club donde falleció. Está muerta.

Mientras miraba sus ojos y las lagrimas brotaban, mis labios se separarón. Y entonces la cruda realidad me golpeó con fuerza en el estómago, como una caída contra el frío hielo de la pista. Comprendí en un segundo quién era él y la verdad de sus palabras.

Al fi entendía por qué ese hombre estaba allí, hablándome sobre la muerte de mi hermana y sabiendo todos los detalles.

Mi hermana sí había estado con su prometido en Alemania, un hombre nacido allí y a quién yo nunca conocí en persona, hasta ese momento. 

—Eres Gerard —afirmé dejando de llorar, viéndolo con otros ojos—. Tú eres el prometido de mi hermana —él era el tipo con quién ella llevaba años comprometida y con quién se iba a casar pronto.

Mi hermana mayor, quién también fue patinadora en su juventud, había dejado las pistas hacía años y se había comprometido con un conocido de nuestro tío, un tipo misterioso al que Alina nunca me presentó y a quién rara vez ella veía.

Pero ese tipo ahora estaba frente a mí, sujetándome con desmedida fuerza y diciéndome que mi hermana, su prometida, acababa de morir.

—Es usted, ¿verdad? —le insistí sujetando la solapa de su abrigo con los puños, ansiosa por confirmar su identidad—. ¡Dígamelo! ¡¿Es usted el prometido de Alina?!

Con renuencia, él asintió y continuó sujetándome, clavándome los dedos en los delgados brazos, sin intenciones de soltarme.

—Así es, Alina era mi prometida y murió anoche en un club nocturno —me explicó y vaciló un momento antes de continuar—. Allí murió por una hemorragia interna producto de una pelea. Los paramédicos no pudieron ayudarla.

Exhalé de golpe, con las piernas a punto de fallarme. ¿Una hemorragia? El prometido de mi hermana descifró perfectamente mi expresión y respondió con un ligero atisbo de pena:

—Cass, tu hermana fue asesinada.

No pude procesarlo, ni siquiera me reusé cuando me tomó del brazo y me arrastró con él. Cruzamos la ciudad en coche, hasta llegar a un depresivo edifico gris. Un oficial nos invitó a entrar y nos llevó a una sala fría.

Por un momento, miré la gruesa puerta metalica al frente. ¿Detrás de ella estaba Alina? Temblé y vacilante, la empujé.

Entonces un grito de agonía se abrió paso por mi garganta, cuando vi a mi unica hermana sobre una cama de metal, palida y fría, con mi tío a su lado. Corrí hacía ella dejando caer los ramos de flores que su prometido me había regalado. La abracé y la llamé una y otra vez, intentando que despertará, hasta que sentí los brazos de alguien tomarme por la cintura y separarme de ella a la fuerza.

—Lo siento mucho —me susurró mi tío—. De verdad lo lamento, Cass.

Me refugié en su pecho, llorando sin control. Mi hermana estaba muerta, mi única familia directa se había ido.

Acababa de ganar una competencia internacional, pero esa felicidad se había nublado inmediatamente, hasta caerse a pedazos. No lo podía soportar.

A los días que siguieron, mi vida se sumió en un adormecedor dolor y nada más. Después de reconocer su cuerpo, volví al hotel donde me hospedaba y me quedé con mi novio mientras mi tío se encargaba de todo. Debido a la investigación por homicidio, no pudimos realizar un funeral decente para mi hermana. Solo unos días después nos entregaron sus restos en una urna y en el hotel hubo una pequeña despedida con amigos y familia.

Allí volví a ver al prometido de Alina. Después de todos esos días sin contactarse con nosotros, llegó acompañado de una guapa chica rubia muy joven, ambos iban vestidos de negro de pies a cabeza. La chica tomó asiento lejos de los otros invitados mientras él se acercaba a la mesa donde se encontraba la urna de mi hermana. Como todos los invitados, dejó un ramo de Crisantemos frente a la urna, pero junto a ella, también dejó un pequeño objeto brillante.

Antes de retirarse, volvió la mirada y me observó brevemente, cómo invitándome a ir con él. Yo desvié la vista y me mantuve al lado de mi novio, negándome a devolverle la mirada.

Pero cuando se marchó junto a la chica, me acerqué a la urna y vi con asombro que lo que había dejado era una sortija de oro. No lo pude creer. Mi hermana se había ido con su anillo de compromiso puesto, ¿pero su prometido se deshacía del suyo? Indignada volví la vista y miré a mi tío, esperando verlo furioso como yo, pero él no dijo nada y solo dejó que el funeral continuará.

Sin embargo, yo no podía ignorar eso. Tomé la sortija y salí de la estancia en busca de ese hombre. Aunque no tuve que buscar demasiado, porque él estaba solo en el pasillo, como sí supiese que iría tras él.

Más bien, contaba con ello.

—¿Extrañaras Alemania? —me preguntó con autentico interés y ese definido acento alemán propio.

No entendí a que venía esa pregunta, así que solo fui al grano. Le mostré su sortija.

—¡¿Por qué hizo eso?! Pudo haber esperado, no debió deshacerse de su anillo de compromiso de esa forma, ¡Alina era su prometida! ¡Se iba a casar con ella!

En respuesta, estrechó sus oscuras cejas y yo me acobardé un poc de élo. ¿En qué pensaba mi hermana al querer casarse con un hombre que parecía tan desconfiable como amenazante?

—¿Esperar? ¿Por qué debería? Ella murió y lo nuestro también. Ya no puedo casarme con ella. Nuestro compromiso está roto.

Qué hablará así de mi hermana me dolió y me hizo enojar, hasta parecía que nunca había sentido nada por ella. Apreté la sortija en mi puño.

—Aún así, usted...

—Cassandra, esta es la última vez que verás a tu hermana. Deberías ir y despedirte de ella, para siempre —agregó suspirando con poca paciencia.

¿Se refería a que, ahora que ella había muerto, ese era el adiós definitivo entre Alina y yo?

—Lo que quiero decir, es que mañana a esta hora, tú ya no vivirás en Alemania —me explicó, corrigiendo mis pensamientos.

Confundida, lo observé dar unos cuantos pasos y cortar la distancia entre ambos, hasta plantarse a un escaso paso de mí. Era mucho más alto que yo, y más musculoso de lo que había pensado. 

—Mañana ya no estarás aquí, Cass, y nunca volverás —me dijo, inclinandose ligeramente hasta que su mirada dio con la mía, pronunciando mi nombre con un deje de burla.

Bajo su abrigo llevaba una camisa gris de cuello largo, y sobresaliendo de él pude ver el tatuaje de antes, una fecha en negras letras gruesas que subían casi hasta abrazar su mandíbula. ¿Cómo un hombre con ese aspecto tan peligroso y esa actitud tan desafiante, pudo ser el prometido de mi hermana, siendo ella tan diferente?

—Nunca volverás a pisar una pista de hielo. Esta fue tu ultima competencia. Despídete de los aplausos, patinadora —concluyó con un atisbo de media sonrisa.

Sus extrañas palabras me intimidaron al punto que me olvidé de mi enfado, hasta de respirar. Todo lo que decía me desconcertaba.

—¿Qué... dice? Estoy en la cúspide de mi carrera, no pienso dejar de competir, y tampoco pienso dejar Alemania. Permaneceré aquí, con mi tío...

Callé cuando repentinamente se me acercó aun más, hasta que noté el roce de su respiración en la mejilla.

—No te quedarás a vivir aquí —me dijo al oído, como si fuese una realidad.

Y yo no pude reaccionar. ¿Me estaba amenazando?

—Cass —suspiró el sobrenombre con el que me llamaban mi tío y hermana—, no conocías a Alina y no conoces a tu tío. Cessar es un cobarde que no ama a sus sobrinas. Por esa razón Alina... murió como lo hizo —terminó con sus labios rozándome la mejilla.

Exhalé de golpe y di un tembloroso paso lejos de él.

—¿Qué insinúa? —inquirí temblorosamente, molesta por su sugerencia.

Mi tío llevaba años cuidando de nosotras. Después de que mi padre falleciera de diabetes cuando Alina y yo éramos niñas, nuestro tío Cessar nos tomó bajo su tutela y nos crio como sus hijas.

—¿Insinúa que... mi tío mató a mi hermana, a su propia sobrina? Está loco. No vuelva a hablar así de él —le dije, desafiante, sosteniéndole la mirada.

De cerca podía ver los tintes azules en sus pupilas, el borde oscuro y ese enigmático brillo metalizado. Era un hombre muy apuesto, pero parecía ser más que eso. Parecía ser alguien de quién uno debía cuidarse. Tenía una postura amenazante y una mirada afilada que me congelaba el pecho.

No me agradaba. Había algo en él que me hacía desconfiar.

—Yo conocía bien a Alina —le dije, apenas atreviéndome a hablar —. Y conozco bien a mi tío... Y sé que me ama. Sé que amaba a mi hermana. Lo que pasa es que usted es un demente

Mi respuesta le arrancó una amplia sonrisa, divertida, blanca y perfecta. Se le marcaron dos hoyuelos en las mejillas y vi que sus colmillos eran ligeramente afilados. Por un momento se vio aun más guapo, casi angelical.

—¿Eso crees? —inquirió con un deje de diversión que me hizo enojar.

Aunque inmediatamente eso cambió. Dejó de sonreirme y su voz se volvió un poco amenazante y burlóna. Aun lucía guapo, pero ahora con un atractivo sombrío.

—En ese caso, pruébalo. Pruébame que Cessar te ama tanto como aseguras. 

Inhalé hondo, sin comprender a donde iba con eso. Ese hombre me erizaba la piel. 

—Me gusta apostar, Cassandra. Y siempre ganó, sin importar qué —agregó con lentitud, estaba tan cerca de mí que podía sentir su calor corporal—. Apuesta conmigo.

Lo miré detenidamente a la cara, un tanto inquieta por su petición. No entendía porqué de repente el prometido de mi hermana se interesaba en mí, cuando nunca antes lo hizo. ¿Qué buscaba en mí?

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