Capítulo 4

Cuatro años antes

Día de la coronación del Montero Celestial

Ariana no paraba de probarme todo tipo de peinados. Desde el cabello amarrado en trenzas complejas hasta caídas de cabello en forma de cascada que parecía natural, aunque definitivamente no lo era. Mi cuero cabelludo ya estaba adolorido de tantos jalones.

Los últimos meses habían sido duros, me metí de lleno en entrenamientos extenuantes, dividí mi tiempo entre estudiar a los místicos como ratón de biblioteca y entrenarme aún más allá de mis límites. Tuve que dejar de lado varias clases de psicología al punto de desentenderme, pues la prioridad era saber hasta el mínimo detalle sobre los místicos, el báculo y mis habilidades.

La información sobre el paradero del báculo de Estordes seguía siendo un misterio, en varios libros lo mencionaban, pero lo más cercano que teníamos era una imagen que tenía muchos años de antigüedad. Quería pensar que se revelaría cuando fuera el momento correcto.

—¡Este! —anunció Ariana dando un último retoque a mi cabello—. Desde el principio supe que era el indicado.

Dando varios brinquitos de felicidad, puso un espejo frente a mí y me maravillé ante mi reflejo. Me veía bien y eso que solo era un ensayo. Aún sin maquillaje me hacía ver... Bonita. Nunca supe cómo debía verse un Montero Celestial, pero al mirarme, me imaginé que así debía verse.

—Eres un genio —le dije admirada—. Ni parezco yo.

Ariana sonrió orgullosa mientras me despeinaba. Aún tenía tiempo para arreglarme, el peinado siempre se dejaba hasta el final. Mi cuero cabelludo podría descansar.

El día transcurrió increíblemente lento. Me debatía entre dos opciones: Que el tiempo volara y el momento llegara en un abrir y cerrar de ojos o que la coronación nunca llegara. Me daba pánico que algo saliera mal: Podía tropezar, decir una tontería o lo que más me aterraba, que alguien apareciera entre la multitud y gritara que todo había sido un error, que el Montero Celestial no existía y cancelaran todo. O la pesadilla final: Que resultara que yo no era la elegida.

Respiré profundamente y solté el aire. Eso no iba a pasar porque yo había sacrificado todo, dejé de ir a fiestas, dejé pasar amistades, me aislé de lo que sería una vida humana normal y me arriesgué incontables veces para demostrar que yo era la merecedora del título. Incluso había dejado ir (entre comillas porque lo seguía amando) a Lucas por aceptar mi responsabilidad como Montera Celestial.

Cuando llegara la guerra por el día eterno, yo estaría más que lista para liderar a los monteros.

Entre tres mujeres, incluida la vestuarista, me ciñeron en un hermoso vestido azul pastel con incrustados plateados y rosas pastel. Era hermoso y estaba hecho a la medida, era tan cómodo que no necesité contener la respiración para poder entrar en este y la tela era tan suave cuya textura casi asemejaba el agua.

Ariana logró ser la peinadora oficial después de rogarle a mi madre y a la líder del consejo de monteros, aquella mujer de edad avanzada con sonrisa y mirada amable. Alegre y emocionada, Ariana entró con dos ayudantes para peinarme como toda una princesa (lo dijo textual). No era una princesa, era una guerrera y cuando lo comenté Ariana solo se encogió de hombros y me dijo que podía ser una princesa guerrera sin problemas.

Cerré los ojos durante un momento y cuando los abrí, mi cabello era mi mejor aliado. El peinado se veía mucho mejor que cuando lo practicamos por la mañana. Un Montero Celestial no era un príncipe ni una princesa, menos aún un rey o una reina, pero al verme la descripción de princesa guerrera encajó a la perfección.

Nunca me había visto de esta manera. Era yo en mi mejor versión, el maquillaje era natural, así que no me explicaba el cambio tan radical. Y entonces sonreí, ese era mi día, solo debía disfrutar. De pronto, todos los nervios e inseguridades desaparecieron, no quedó más que la certeza de que mis deseos se verían concedidos.

—Oh, Viv —Ariana me sonrió por el espejo—. Te admiro tanto, en serio —me abrazó—. Eres tan fuerte, decidida, feroz en la batalla y créeme que me gustaría ser como tú —arregló una minúscula imperfección de mi cabello—. Ningún ser humano te merece, no lo olvides —rio—. Bueno, excepto el que tu aceptes, pero debe ser muy bueno.

Ambas reímos, sabía que se refería a Lucas, pues a pesar de que habían pasado varios meses desde que me rechazó, seguía enamorada de él. El verlo a diario no ayudaba a superarlo y aunque él era cortante y frío, mi corazón seguía latiendo por él. Podían llegar mil, pero nunca serían Lucas.

Acepté que por siempre lo amaría en silencio y no me quejaría, pues el simple hecho de saber que respiraba el mismo aire que yo, era más que suficiente. Tendría que conformarme con ello.

Me asomé desde mi habitación hacia el patio principal del cuartel. El cuartel siempre había sido grande, era capaz de albergar a más de doscientos monteros en caso de que hubiese una contingencia y tuviésemos que agruparnos, aunque por lo general se ocupaba en una cuarta parte, hoy estaba a reventar. Vendrían miembros del consejo de todas partes del mundo, incluso monteros retirados o ellos que no eran comprometidos.

Mis tíos igual vendrían con Siena, mi prima. Lo único que sabía de ellos era que se apartaron para mantener a mi prima alejada de un mundo de sangre, muerte y cenizas. En cambio, sí sabía algunas cosas de Siena.

Ya la había buscado en redes sociales: Era una chica alegre, despreocupada y popular, siempre estaba de fiesta o de vacaciones o disfrutando de una tarde con amigos y una cena romántica con su novio. Estudiaba derecho y por lo que se veía, tenía todo el porte; segura de sí misma, carismática y feroz. Una parte de mí envidiaba que nunca tuvo que presenciar una muerte o el robo de compañeros a manos de los místicos.

Josué tocó la puerta y se asomó. Una vez que se cercioró de que no había nadie, entró.

—Quiero tu autógrafo amiga, por favor —me extendió una servilleta y un bolígrafo—. Serás toda una celebridad y lo quiero gratis antes de que cueste una fortuna.

Reí, pero ser Montero Celestial no solo era fama y lujos, era una responsabilidad gigante.

—Dime que no hay mucha gente.

—No hay mucha gente —hizo una pose graciosa—. Hay muchísima.

Solté un quejido y sentí un apretón en el estómago.

—No te preocupes —hizo una reverencia—. Lo harás increíble y me verás jurarte lealtad con todo mi corazón.

Quise tenerlo más tiempo conmigo para que me hiciera olvidar que más de cien monteros conocerían a su líder, pero se excusó diciendo que quería agarrar un buen lugar y se fue.

Una hora después me llamaron y me enfrenté a mi destino.

Las puertas del salón principal se abrieron revelando a todas las personas, muchos pares de ojos clavados en mí. Caminé pausadamente y de forma segura viendo siempre hacia el frente, justo donde el cáliz de hielo reposaba, expectante. Supuestamente esa cosa brillaría y convertiría el vino en sangre (esperaba que no literalmente) la cual me haría fuerte y poderosa de forma que pudiera liderar a los monteros a la supuesta guerra por el día eterno.

Llegué hasta la alfombra adornada con pétalos de todo tipo de flores y me erguí lo más que pude.

La montera líder del consejo se acercó con una capa plateada en las manos, se veía tan elegante y delicada. Detrás de ella apareció un hombre de tal vez unos treinta años con anteojos tan grandes como la mitad de su cara. Ambos tenían expresiones serias.

—Viviana Munguía Silva, nacida de entre sangre y dolor, bajo la luz de una luna de sangre, eres tú quien nos dirigirá en la guerra por el día eterno —se alzó un silencio sepulcral—. Los antepasados te eligieron, tu destino se selló desde tu nacimiento, el día de hoy, en tu vigésimo cumpleaños, tomarás posesión de tu puesto como Montera Celestial y te convertirás en nuestra líder.

Me quedé sin palabras, no sabía si debía decir algo. Tal vez tenía que dar una especie de discurso, pero no había preparado nada. Oh, por todos los infiernos, ya tan rápido estaba metiendo la pata.

Por suerte, el tipo de lentes me salvó, pues alzó el libro y entonó un extraño cántico. Poco a poco, más voces se unieron, era una melodía tétrica, pero armoniosa, era una mezcla de esperanza y terror, de dolor y placer. Todo comenzó a darme vueltas, una extraña energía me invadió, me sentí ligera y poderosa, un hormigueo de emoción apareció en las yemas de mis dedos. Cerré los ojos y me hundí en la sensación de júbilo, la melodía se avivaba, era estimulante.

Era adictiva.

Y de pronto cesó abruptamente. Abrí los ojos para encontrarme con el cáliz frente a mí. La montera no lo agarraba directamente, si no con un pañuelo tejido con hilos de oro. Titubeante antes de tomarla.

Por un segundo y sin conocer la razón, me sentí extraña. Me pregunté qué tanto había valido la pena perderme de toda mi infancia y adolescencia, me pregunté por qué si era un evento tan importante, no habían invitado a mi hermano, así lo habría visto aunque fuera un día. Por mi mente pasaron imágenes de Siena siendo tan alegre y risueña, su futuro como abogada, sus amigos admirándola, su mirada ensoñadora en las fotos viendo a su novio. Y yo era virgen, ¿se supone que el Montero Celestial debe ser virgen?

Suspiré, apreté fuertemente el cáliz y miré el interior vacío. El tipo de lentes tomó la botella de vino hecha de cristal y vertió el líquido. Sí, se veía rojo como la sangre, pero no podía ser porque provenía de la botella sellada y no había forma alguna de que fuera de sangre.

Sin atreverme a respirar normalmente, acerqué el cáliz a mi boca. En cuanto mis labios tocaron el hielo, me sorprendió lo gélido de este. Empiné un poco el cáliz y probé el vino. Imaginaba que sería dulce, pero no lo era. Cuando alejé el cáliz de mis labios vi la mirada preocupada de la líder y el tipo de lentes. Esa fue la primera advertencia.

Entonces miré el cáliz y vi que este no estaba brillando. Bueno, no podía ser de importancia ¿no? Tampoco había que tomarnos tan literal las escrituras, después de todo nosotros éramos humanos, la magia no formaba parte de nuestra genética.

—El cáliz —dijo alguien entre la multitud—. No está brillando.

M*****a sea.

—Debe ser un error —dijo la líder—. Puede que tarde un poco.

Pero pasaron dos minutos y todo seguía igual. Me empecé a preocupar.

—No es la elegida —externó un hombre de barba prominente y acento extranjero—. El cáliz no falla.

Estaba por dejar el cáliz en su lugar, cuando este se removió. Primero pensé que había sido yo, pero después noté que se estaba moviendo por sí solo, ¿qué m****a?

—¡Síguelo! —exclamó el hombre de lentes—. Está respondiendo.

Hice lo que me pidió y me dejé llevar por el cáliz, me jalaba hacia algo... O hacia alguien. Nos abrimos paso entre la multitud y nos detuvimos frente a alguien que veía de frente por primera vez. Era mucho más bonita en persona. Siena miraba el cáliz con desagrado, su nariz respingada se fruncía en confusión. Entonces me miró. Un sentimiento oscuro y opaco empezó a caer sobre mí.

—Tómala.

Lo dije sin pensar, obviamente no quería que tomara el maldito cáliz que me pertenecía, pero fue un impulso que no pude controlar. Temblando, Siena extendió la mano y tomó el cáliz. Casi se le cayó, así que lo tomó con ambas manos.

Y entonces mi mundo se derrumbó cuando el maldito cáliz de m****a brilló con todo su esplendor. A su lado, su madre tenía una expresión de total angustia, sus ojos se llenaron de lágrimas. Al otro lado, su padre le hizo una seña para que bebiera. Aún sin entender qué pasaba, Siena acercó el cáliz a sus labios y bebió. Al terminar, me miró fijamente.

—Tiene un gusto metálico.

Ahí supe que sí era literal. El vino se convertiría en sangre en presencia del o la elegida. Una elegida que no era yo. 

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