Capítulo 3.

SEBASTIAN GALLARDO.

Fui claro al momento de hacerle saber mi inquietud al médico que nos recibió. Esperé alrededor de cuarenta minutos para poder verla, para poder confirmar las teorías que en mi cabeza se están formando. El hecho que la enfermera me pida que la acompañe a cierta área me indica que no están equivocados la dirección en la que van mis pensamientos.

Pero necesito la confirmación por parte de ella. Que salga de sus jodidos labios.

«No sabes si es tuyo» deshecho ese pensamiento.

La enfermera abre la puerta, la veo recostada en la cama con la mirada fija en la pared, su rostro tiene un poco más de color, su cabello rojizo cae en cascada por sus hombros, produciendo que mi pecho se caliente.

Es una vista…

Es una vista digna de ver, pero no en las circunstancias que nos encontramos.

Ella desvía la mirada de la pared y me nota.

—Ileana —la llamo, preocupado.

Sus ojos son una tormenta. Hay tantas emociones en ellos.

—Señor Gallardo.

Trago.

Cada que me dice señor es un golpe a mi pecho, sé que lo hace para marcar distancia, más desde aquella vez…

Me armo de paciencia.

—Ileana, sabes que no es necesario que me trates de usted cuando estamos solos.

Una lágrima traicionera baja por su mejilla, mis pies toman vida propia y me acerco a ella.

Nuestras miradas permanecen atadas, sus ojos azules lucen atormentados, los míos de seguro han de demostrarle la preocupación.

—Señor Gallardo —aprieto la mandíbula—, no sé ni siquiera por dónde empezar estoy tan… consternada, confundida, indignada con la vida —le soy su tiempo sin dejar de verla. Ella baja su mirada a sus manos unidas. Está nerviosa—. De seguro vas a pensar un montón de cosas de mi, de seguro… —hipa—, voy a arruinar sus planes, pero…

La respiración se me corta, quiero que sus ojos me miren, pero no lo hacen. Para infundirle valor tomo sus manos entre las mías. Me mira con sus ojos inundados en lágrimas.

—¡Jefe, estoy embarazada!

La realización de sus palabras me golpean.

Embarazada.

Voy a tener un hijo.

«No sabes si es tuyo».

—Es algo que no estaba en mis planes, no creí que fuese posible, no de la única noche en la que he cometido un error.

Un error… eso representó nuestra noche para ella.

—Estoy esperando a sus hijos, Señor Gallardo —¿Hijos? ¿Escuché bien? Mi rostro ha de ser un poema porque aclara—. Tendremos gemelos idénticos, estoy de quince semanas.

Joder…

¿Gemelos?

Que Dios me ampare.

Una noche donde dejamos de ser jefe y asistente inunda mi cabeza, sus gemidos queditos, su jodido olor, el color de su piel mientras la apretada junto a mi… producto de esa noche crecen dos vidas en su vientre y no sé como sentirme... 

—Es una locura. Ni yo me lo creo… mucho menos lo hará usted —toma sus manos devuelta. La miro sin poder identificar lo que está pasándome.

En un intento de amortiguador las emociones paso las manos por mi cabello, aun incrédulo, por los acontecimientos.

—Entiendo si no me cree, yo no lo haría, pero no quiero que vaya a tener una idea equivocada de mí. Lo único que voy a necesitar de usted es que me permita seguir con mi trabajo, no voy a pedirle nada que a usted no le nazca, y sé que le traerá problemas con su prometida.

¿Prometida?

¿De dónde demonios sacó eso?

La sangre me hierve.

—¿Qué te hace pensar que no reconocería a un hijo mío? —pregunto con tono cortante al notar la dirección en la que van sus palabras.

Sus ojos se abren sorprendidos, sin poder creer mis palabras. ¿Acaso soy un asco de persona? Porque si reacción es…

—Se-señor…

—Sebastián —la corto —. Así me llamo, y así puedes llamarme Ileana.

—Yo… —suspira—. No sé cómo pasó… no sé cómo no lo noté antes, no sé ni qué cara voy a darle a mis padres… —entrecierra sus ojos, como si recordara algo—. Tu prometida, ahora todos me tratarán de quita maridos…

—Eso es lo menos que debe preocuparte Ileana —me inclino y deposito un beso en su frente. Se tensa—. Lo resolveremos al llegar a la ciudad, pero ten por seguro que responderé por mis hijos y tú no tendrás nada que preocuparte.

Salgo de la habitación donde se encuentra. Me siento… extraño. Voy a ser padre… no tengo tiempo ni de digerir la noticia cuando me entra una llamada de Blanca.

La dejo pasar, no la tomo. Me encuentro con mi socio quien me pregunta por el estado de mi asistente, les digo que se va a mantener en observación y que pueden regresar al rancho, que yo estaré con ella. Sé que sospechan la causa del por qué estamos aquí, pero no dicen más nada.

Blanca nuevamente llama, está vez sí la atiendo.

—Amor…

—Si no te respondo la primera vez, ¿Por qué insistes? —cuestiono con voz dura—. Blanca, te dije que estoy en un viaje de trabajo, así que abstente de llamarme, mientras yo no lo hago.

—Amor te extraño —su voz es suave, casi infantil… ahora entiendo a mi hermana.

—Al llegar a la ciudad tenemos que hablar.

—No demores amor, te extraño.

Corto la llamada sin responderle. Sé que esto es mi culpa, le di muchas libertades que no tenía por qué dárselas, ahora debo lidiar con eso cuando llegue a la ciudad.

Mi teléfono vuelve a sonar. Lo tomo sin ver el número.

—¿Ahora qué demonios quieres?

—¿Cómo es eso que vas a casarte? —la voz iracunda de mi hermana al otro lado de la línea me hace fruncir el ceño.

¿Qué demonios?

Me pone al tanto de lo que está en redes sociales. Hace media hora se reveló una entrevista que le hicieron a Blanca. Corto la llamada con mi hermana y busco el primer portal de noticias que me aparece.

La actriz y modelo Blanca Nieves reveló que se encuentra felizmente en los preparativos de su boda con el magnate Sebastián Gallardo. Dejó saber que celebrarán su matrimonio en intimidad, con el acceso de pocos reporteros.

Las palabras de Ileana cobran sentido.

Maldición.

Regreso a la habitación donde está internada.

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