Capítulo 4

COLETTE

Grandes manos se mueven a mi alrededor, tocando mi cuerpo, pierdo la lucha de abrir los ojos al instante, las emociones giran dentro de mí, el aire es tan sofocante que me quema la garganta. Mis articulaciones se desgarran y todas las imágenes vienen a mi mente como un estallido de guerra. 

—La perderemos si no despierta —escucho una voz femenina. 

—Estará bien —la voz ronca que le sigue hace que me desespere. 

Siento un vacío en mi interior, uno que no es llenado ni por mis miedos aflorados en ese justo instante. 

—¡La perdemos! 

Dolor y entumecimiento, estoy cansada, me dejo llevar por la suavidad de un par de garras invisibles y gélidas. 

—¡Se nos va! Traigan el desfibrilador.

—¡Doctor! 

Todo me da vueltas, me pierdo de nuevo en medio de esa densa neblina hasta que poco a poco mis párpados se abren lentamente y observo mi entorno, estudiando cada cosa que aparece ante mi mirada perdida. A lo lejos, el llanto de un bebé me devuelve a la realidad y me saca de mi sueño, incorporándome de inmediato. 

—No deberías hacer eso. 

Una voz seria me eriza la piel, sentado al lado de mi cama hay un hombre con una bata blanca y su nombre en una placa al costado izquierdo de su pecho, su atuendo impecable me da envidia, su cabello oscuro sobresale como si no hubiera dormido por estar cuidando a una desconocida, aunque sé que es médico, destaco el hecho de que es demasiado joven, apostaría a que es un pasante. 

—Mi bebé —artículo—. ¿En dónde tienen a mi bebé?

—Llamaré al doctor en jefe —se dirige hacia la puerta. 

—¡Mi bebé, denme a mi bebé, por favor! —sollozo con fuerza. 

No pasan ni dos minutos cuando de la nada, entra un doctor mayor en compañía de una enfermera, estos se acercan y evalúan los registros en sus portapapeles. 

—Buenos días, señorita —me saluda con cortesía. 

—¿En dónde está mi bebé? —agarro las sábanas con fuerza. 

—Soy el doctor Ramos, tuvo mucha suerte de estar viva —comenta dibujando en su rostro una sonrisa que se ve obligado a darle a sus pacientes—. ¿Sabe en dónde se encuentra? 

—En los ángeles —respondo con impaciencia—. Quiero ver a mi hijo. 

El doctor y la enfermera cruzan una mirada cómplice, el silencio se convierte en una cuerda que poco a poco rodea mi cuello. 

—Señorita, está en Sicilia, Italia, en un hospital que ha recibido a los pocos pacientes que sobrevivieron del ataque en el Saint Coppol, el mejor hospital de todo el país. 

—Eso no puede ser… 

—Como el hospital quedó totalmente destruido, no tenemos su registro, por lo visto, es Estadounidense, hemos revisado su caso, su cuerpo sostiene todavía un par de veneno, no tenemos datos sobre esto, pero lo estamos contrarrestando con antibióticos, es por ello que se siente cansada y sus articulaciones son dolorosas. 

Me tiembla la barbilla, los sollozos que se levantan de mi pecho son desquiciados, hipeo un par de veces sin poderme contener. 

—Mi bebé… 

—Vimos la cicatriz en su vientre, su cesárea es reciente, pero no sabes nada al respecto, ha pasado ya una semana desde la explosión, ya no hay sobrevivientes, me temo que si su hijo estuvo en ese hospital… 

No, me niego a escucharlo, la profundidad de la herida hace que mi hipo y el llanto, sean amortiguados con la palma de mi mano contra mi boca. 

—Lo más probable es que esté muerto, lo siento mucho, señorita. 

El dolor es profundo, es como ser apuñalada una y otra vez, no puedo respirar, mi hijo está muerto, estoy en Italia, no recuerdo más, es decir, el cómo he llegado hasta aquí, todo a mi alrededor da vueltas, intento levantarme sintiendo todo irreal. 

—Mi hijo… ¡Necesito buscarlo, él no puede estar muerto! 

—¡Señorita, por favor, tranquila! 

Entre el forcejeo con el doctor, termino por darle un puñetazo en el rostro, el doctor rodea mi cuerpo con su cuerpo tratando de que entre en razón, pero es que él no lo entiende, ya perdí a mis padres siendo muy pequeña, Harvey, el hombre que creí que me amaba, me abandonó, me pidió el divorcio que le di y no conforme con eso, me corrió, y ahora, he perdido la única fuente de fuerza que me impulsaba a seguir viviendo, mi bebé, mi amado hijo. 

—¡Por favor, por favor, mi bebé! 

—¡Llama a seguridad! 

—¡Mi bebé! 

Me remuevo inquieta hasta que siento un pinchazo en el hombro, todo se detiene, mi respiración se alenta, mi cuerpo se siente débil, mis párpados se cierran poco a poco y pierdo el conocimiento de nuevo. 

—Mi bebé…

[...] 

Hay veces en las que despierto y me encuentro en medio de la nada, las enfermeras pasan a revisarme, pero aparento estar dormida, la realidad sigue siendo dolorosa, el dolor por la perdida de mi hijo no es una fase, este no desaparece, hay momentos en el que siento la necesidad de permanecer a flote, seguir luchando, y otras me debilito, no puedo aliviar este dolor, me vuelvo a dormir. 

Cuando despierto, los rayos del sol se filtran a través de las cortinas blancas que se ondean por la brisa matutina, las lágrimas se deslizan por mis mejillas, la puerta se abre y en un segundo, entra el doctor. 

—Me alegra que haya despertado. 

Me incorporo. 

—Siento haberla tenido que sedar, pero usted estaba incontrolable y necesitaba descansar. 

Asiento lento en silencio. 

—Escuche, debido a que se encuentra en Italia y no tiene papeles, me temo que tenemos que regresarla a su país. 

Sus palabras son sentencia, no quiero regresar, tengo la esperanza de encontrar a mi hijo, además, en los ángeles no hay nada que me detenga, y encontraría de nuevo a Harvey, a mi tío, a mis primos, no, no quiero. 

—Por favor, no lo haga —susurro—. Puedo quedarme aquí, soy médica, y el director del hospital en el que trabajaba puede confirmarlo, puedo pedir mis papeles para que sean enviados por fax y puedan confirmarlo —me aferro a mi última esperanza. 

El doctor parece pensarlo, pero al final responde. 

—Muy bien, se quedará en Italia.

Y con esto, sello de nuevo mi destino, estando sola y con el dolor fluyendo por mis venas.

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