Capítulo 3

COLETTE

Los recuerdos del día en el que me casé, vienen a mí como si fuesen memorias de un pasado lejano, uno en el que me duele recordar que por un solo segundo fui feliz al lado del hombre que mi tío Norman, creyó que era el indicado para mí. 

Todo mi cuerpo me duele, me siento entumecida, lo mismo que la mujer más estúpida del planeta, es el único sentimiento al que me aferro, lentamente abro los ojos, ahora soy como un lienzo en blanco, poco a poco, esa nada de la que tanto hablaba cuando era niña y perdí a mis padres, se transforma en una neblina a mi alrededor, la misma que después se transforma en oscuridad. 

Lamo mis labios con parsimonia, poco a poco mi entorno se registra en mi mente, las paredes blancas, el olor a hospital que me resulta tan familiar, es una mezcla entre blanqueador y antiséptico, la sola palabra me resulta complicada, el recuerdo de aquel hombre en el callejón, estaba herido, le saqué las balas, luego regresaron esos hombres vestidos de negro e intentaron herirlo de nuevo, mi cuerpo se movió por sí solo y de repente los impactos de bala sobre mi cuerpo. 

La sensación de estar muriendo mientras el dolor se impactaba en mi pecho, la ola de calor que recorría mi cuerpo, hace que desee estar en la misma oscuridad, porque entonces, es cuando la realidad me golpea, inminente, letal, gélida e implacable. Con una mano intento rodear mi vientre, al no sentirlo, abro los ojos por completo y me incorporo de golpe. 

No está, mi vientre ha vuelto a ser plano, los latidos de mi corazón van en aumento y siento que no puedo respirar. 

—Mi bebé —mi voz es apenas un susurro que puede escucharse—. Mi bebé… 

El sonido de un par de pasos acercarse, hace que la conmoción se sienta aún más cruda, no estoy muerta, y no estoy embarazada, me observo mejor, tengo el brazo vendado hasta la altura del hombro, la cabeza por igual. Las punzadas me hacen encorvar. Nadie entra por la puerta, solo alcanzo a distinguir las sombras de las personas pasar, por debajo de la rendija de la puerta. 

Una lágrima se desliza por mi mejilla mientras me sumerjo en esa realidad, tomo una larga bocanada de aire, el dolor de no tener a mi bebé, es el impulso que necesito para desconectarme de todos los aparatos, intento ponerme de pie, me duele el vientre, pero no me importa, esta realidad es mucho más brutal que la actitud de Harvey sobre nuestro matrimonio. 

Abro la puerta, todo me da vueltas, el sonido de las voces vuelve a ser más lejano todavía, cierro los ojos con tanta fuerza, esperando a que toda la esperanza funcione. 

—¿Qué hace? No puede estar aquí —me dice una enfermera en un italiano perfecto que entiendo. 

Un idioma que estudié como práctica en la universidad en Londres. 

—¡Mi bebé, mi bebé, en dónde está! 

—Por favor, tiene que regresar, llamaremos al doctor en jefe… 

Sus palabras son interrumpidas por el sonido de explosiones, los cimientos de la construcción retumban bajo mis pies, las paredes se agrietan y es cuando sucede, el techo colapsa sobre mí, hundiéndome de nuevo, en una oscuridad más sofocante.

ROAN

Me quedo sordo con lo que me dice Renzo, siento que el alma, si es que la tengo, se ha depositado en los brazos del infierno. Me cuesta trabajo procesar el hecho de que la mujer que me ha salvado la vida, ahora esté muerta por mi culpa, tal vez si no la hubiera llevado a ese hospital en Sicilia, nada de esto estaría pasando, la culpa es un peso que le aumento a mi condena. 

—Al parecer, los griegos hicieron planes de improvisto para atacar el hospital pensando que tú habías ingresado —me explica Renzo—. El hospital ha quedado en ruinas. 

—Ella… 

—No sabemos nada aún, el equipo de rescate de Italia ha llegado hace dos horas para ayudar y verificar si hay alguien con vida, si te soy sincero, no creo que esa mujer sobreviviera. 

La rabia me consume, la impotencia es una mezcla como beber el peor licor con uno amargo, intento incorporarme, ponerme de pie, sin embargo, un hormigueo en mis piernas hace que pierda el equilibrio y caiga al suelo, el adormecimiento es latente. 

—¡Don! 

Levanto la mano para detenerlo antes de que me ayude, intento mover las piernas, no puedo hacerlo. 

—¿Qué significa esto, Renzo? —con las cejas arqueadas por la sorpresa, le pido una explicación silenciosa—. Dijiste que todo estaba bien. 

Ante su silencio me hago presente con autoridad. 

—¡Habla, m*****a sea! —estallo—. ¿Por qué no puedo mover las piernas?

Renzo se queda callado, metiendo las manos a sus bolsillos, y es mi Consigliere quien se atreve a dar la cara. 

—Mi Don —da un paso adelante, temeroso, como se debe—. Lamento informarle que aunque gracias a la ayuda que recibió en aquel callejón, y que pese a que las balas fueron extraídas a tiempo, el veneno de las mimas, hizo que su toxina recorriera gran parte de su cuerpo, en específico las piernas, afectando sus músculos y su sistema nervioso. 

Con mis ojos fijos en ambos, comprendo lo que quieren decir, y planeo mi venganza en contra de los griegos, es momento de que aprendan con quien demonios se han metido, saben de lo que soy capaz, y aun así, se interpusieron en mi camino. 

—Es posible que no pueda caminar en un tiempo —finaliza. 

—¿Cuánto es ese tiempo? 

—Los doctores no saben —es Renzo quien habla ahora—. Los médicos piensan que el daño puede ser reversible o irreversible, es una moneda al aire, Don, la neurotoxina sintética es un nuevo invento de los griegos, por lo que no sabemos su funcionamiento, así como su antídoto.    

—Maldita sea —rechino los molares. 

Aceptar el hecho de que puedo quedarme paralítico, hace que la sangre se me pudra, un mafioso en mi estado, no es más que una burla para la organización, una vergüenza para la familia, y un peso para mi padre, quien es el capo di tutti capi. 

—Te ayudo. 

Renzo se me acerca y me ayuda a subir de nuevo a la cama. 

—Quiero estar solo. 

—Por supuesto, señor —el consigliere sale de la habitación, menos Renzo. 

—¿Acaso no escuchaste mi orden? 

—¿Acaso las he seguido alguna vez? —su tono arrogante me molesta—. Eres mi Don, no pienso dejarte solo. 

Y con esto, se queda sentado en uno de los sofá de la sala de estar dentro de la habitación, las horas pasan, no dejo de pensar en la mujer a la que confundí con Lanai, su mirada verde, cansada y deseosa por ayudarme, ella en verdad quería salvarme la vida, sin conocerme, pero asegurando que ella se dio cuenta de que no era un hombre que caminaba por el buen camino, sino, un criminal, un mafioso, o un traficante. 

No me gusta tener deudas, gracias a ella sigo respirando, no en las mejores condiciones, pero lo hago. 

—¿Y los niños? —pregunto llamando la atención de Renzo. 

—En la sección de cuneros, debido a su gravedad, los separamos de la madre, teniendo planeado trasladarlos con ella cuando esta mejorara, como sabrás, es algo que ya no se pudo hacer. 

Me quedo callado, pensando en mi siguiente paso. 

—Los tomaré como mis hijos —rompo el silencio—. Los voy a adoptar. 

—¿Te has vuelto loco? Esos niños no llevan sangre Fiore, no son tu carne, ni siquiera conociste a su madre lo suficiente —refuta con la misma mirada de desaprobación que esperaría de un padre. 

—No me importa lo que digan, ellos llevarán mi apellido, crecerán dentro de la organización y serán Fiore, porque lo digo yo, nadie se va a enterar de que no son mi sangre —el camino de mis palabras se estrecha con su negación—. Es lo mínimo que puedo hacer por aquella mujer. 

Renzo estudia mi rostro a detalle. 

—Bien, como ordenes, solo te advierto que llevarlos a Italia es peligroso en estos momentos, los griegos están sobre tu cabeza. 

—Los llevarán a Londres por un tiempo, contrata a una Antonegra para que los cuide. 

—¿Y qué le dirás a tu padre? 

—Soy un hombre, no le doy explicaciones de lo que hago o dejo de hacer, solo avisa a la Cosa Nostra que estaré de viaje de negocios por una temporada, por el momento, estaré viviendo en los Ángeles —proceso mi plan y evalúo cada movimiento antes de darlo—. Habla con Ángela, mi hermana, ella es la única que puede saberlo. La necesito de mi lado en esto para que calme las ansias de la orden. 

Renzo parece no estar de acuerdo con mi decisión, no me interesa. 

—¿Al menos quisieras reconsiderarlo? Roan —se dirige hacia mí como cuando estamos en tiempo de amigos y no de jefe y empleado—. Adoptar a esos niños y hacerlos pasar como tuyos, es una gran responsabilidad, sabes que también los estarán cazando cuando sepan que tienes hijos. 

—Y es por eso que quiero que estén vigilados y cuidados por los mejores Antonegra, mi hermana solo tiene que saber que son míos y que su madre murió en un accidente, eso es todo, se omitirán los detalles de la mujer que me salvó la vida. 

—Bien, prepararé todo. 

Y saliendo, tomo mis decisiones, ahora esos niños son míos.         

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