Dos

Escucho un golpe en sueños, es como un martillo colisionando contra una barra de metal cuyo eco golpea toda mi cabeza.

Al mismo tiempo que despierto con un regusto amargo en la boca, una alarma en mi mente grita que algo está mal. Trato de incorporarme mientras un potente hormigueo sube por mi pierna, siento los piquetes atravesar piel y músculo, m*****a sea, me quedé dormida en mal posición.

Poco a poco recupero la sensibilidad, el hormigueo cesa y comienzo a moverme. Busco el teléfono móvil durante unos segundos, en algún momento me llega una corazonada y reviso la capucha de la sudadera negra que traigo puesta, la cual, por cierto, no es mía. Pero al menos encuentro el teléfono. Pulso la tecla de desbloqueo solo para que la pantalla negra del jodido aparato me devuelva la mirada.

Se ha descargado.

La cabeza me punza fuertemente, tengo la boca tan seca que duele tragar saliva, además siento un ligero mareo cuando me siento en el sofá. Necesito tomar agua urgentemente, tengo tanto calor y bebí demasiado que seguramente estoy sudando alcohol.

Tomo una profunda respiración antes de ponerme en pie, en cuánto la planta derecha ejerce presión sobre el suelo, un pinchazo fuerte y doloroso sube hasta el estómago. Caigo de nuevo en el sillón con un quejido mientras saco de la piel un trozo de vidrio. M****a, eso dolió. Toco la herida para sentir el calor y la viscosidad de la sangre. El dolor aminora en segundos, pero de todas formas mantengo presionado para detener el sangrado.

Ahora sí, me levanto del sillón y tengo cuidado al pisar.

Lo primero que veo es un bulto recostado en el suelo, al lado de este, se alza la mesa de centro que tiene sobre ella un condón, latas de cerveza, una botella sin el cuello (seguro con eso me corté), porros y un polvo blanco disperso en el cristal. ¿Polvo blanco? Presiento que talco no es. Bajo la mesa encuentro mis zapatos, que rápidamente me calzo.

Ya que tengo la mente más clara, trato de recordar cómo terminé aquí. El día anterior me dejé convencer por Raquel para ir a la fiesta en casa de los Diener. Quise negarme por el asunto de la tarea de Geometría, la cual debía entregar antes de las doce... Han de ser más de las tres de la mañana, creo que se me pasó la hora de entrega.

Una vez que vi la hermosa mansión y el montículo de gente esperando, no me pareció mala idea haber asistido, asimismo, quería fomentar mi amistad con Raquel. La pasé bien, el alcohol corría como agua... En fin, era el escenario perfecto para el desconecte. Bebí cerveza y tequila como si se tratara de agua natural, Raquel no paraba de decir que estaba enamorada de Ventura Diener y que daría todo por acostarse con él.

Ella también tomó mucho.

No debí ir a ese lugar, Giuliana me advirtió sobre ellos desde el primer día, pero tenía la esperanza de encontrarme con Juan Pablo y vigilar que no cayera en las garras de Marlene Diener. Es un patán y me cortó, pero no por ello estoy contenta de que esté con esa chica. ¿Dónde estará Raquel?

¿Dónde estoy? Esta no es la casa de los Diener.

Tengo un vago recuerdo de que mientras reía pregunté por qué les daban miedo los Diener si hacían fiestas estupendas a lo que alguien cuyo rostro no recuerdo me dijo que por lo del asesinato del chico que le hizo la novatada a Tristán, le cortaron la garganta. Otra persona se metía y decía que arrestaron a un ladrón por eso, confesó y todo. El otro insistía que seguro sí fue Tristán, pero como era millonario logró zafarse.

Con el argumento de que si fuera cierto o se sospechara mucho no estaríamos disfrutando de la fiesta, el tema quedó zanjado. Sinceramente, si se corriera el rumor de que maté a alguien por una simple novatada y todos me vieran como bicho raro, también me volvería asocial y odiaría estar en ese lugar.

Lo último que recuerdo fue decirle a Raquel que debíamos irnos pronto porque nos restringirían la entrada a la residencia estudiantil (aparte seguro apestábamos a alcohol), y luego... Nada. Oh, santa m****a, me puse muy ebria ¡He olvidado partes de la noche! Jamás experimenté una laguna mental y me da ansiedad no saber lo que fui capaz de hacer. ¿Bailar lascivamente? ¿Cantar con mi voz de guacamaya moribunda? ¿Llorar?

En otro sillón, una figura se envuelve en una manta oscura. Es pésima idea levantarse primero después de una fiesta, pues toca ver el escenario de la decadencia. Siento pena por quien limpiará todo este desastre.

En el comedor, bajo una maceta, veo otro bulto. ¿Cómo terminó ahí? En una silla hay alguien sentado con los brazos recargados sobre la mesa, parece estar dormido. Doy un par de pasos hacia enfrente, debo encontrar agua.

Entre tambaleos y pasos titubeantes, llego a la cocina. Veo el garrafón y me lanzo hacia él. Hay tres vasos puestos uno sobre otro, tomo el primero y lo lleno de agua. Me sabe a gloria, lo termino en apenas tres tragos. Suelto un par de toses, casi me ahogo por la velocidad. Vuelvo a servirme agua, esta vez la bebo más tranquilamente.

Debo encontrar a Raquel, no me pareció que fuera ninguna de las personas que vi en la sala. Por alguna extraña razón, me viene a la mente el rostro de Tristán Diener, su cabello rubio platinado rebelde, los brazos fuertes, la piel pálida... Joder, este no es momento para andar fantaseando.

Percibo un aroma extraño, como algo metálico. El olor se cuela en mi nariz y me provoca náuseas. Respiro varias veces para acostumbrarme al aroma, no me permitiré vomitar... El retortijón es inevitable, corro hacia la tarja para evitar hacer un cochinero a media cocina, pero apenas doy un par de pasos y resbalo con algo viscoso en el suelo. Alcanzo a sostenerme del borde de una mesa de mármol, menuda de la que me salvé, el golpe habría sido duro.

M*****a sea, ¿qué tiraron?

Busco a tientas el interruptor de la luz en la pared más cercana, pero, un segundo antes de presionarlo, caigo en la cuenta de que hay algo raro en todo: El silencio es anormal. Es tan profundo y denso qué al percatarme de ello, cae un peso sobre mis hombros. No hay voces, no hay insectos, no hay ronquidos.

Se hace la luz y tengo que entrecerrar los ojos para mitigar el brusco cambio. Parpadeo un par de veces y entonces veo la escena que jamás podré olvidar.

La sustancia con la que resbalé es viscosa y rojiza. El olor metálico proviene de la sangre que mana de la herida del pecho de un cuerpo de chica ¡Tiene un cuchillo enterrado! ¿Qué m****a? Esto no es normal, esto no es... Alcanzo a ver otra herida en el cuello, la visión roja es demasiado para procesar.

Mi pulso se dispara y un peso aplastante cae sobre mi pecho, el dolor de cabeza pasa a segundo plano e intento no desmayarme a media cocina. Mi mente se paraliza por unos segundos, quiero correr en dirección contraria, pero las piernas no me responden. Reacciono gracias a que me olvidé de respirar y la sensación de asfixia me golpea.

Inhalo una bocanada de aire y entonces me dejo llevar por el pánico.

Grito, o al menos hago el intento.

Debo avisar a la policía, pero primero necesito algo para defenderme en caso de que el culpable siga aquí. Me acerco a la mesa y tomo una pala. No, esto no servirá de nada. Corro hacia un cajón para tomar un cuchillo y entonces noto la presencia de un segundo cuerpo, es un chico. La cabeza y el brazo están doblados en un ángulo extraño, la mandíbula está desencajada y los ojos sin vida abiertos de par en par reflejan puro dolor.

Esta vez el grito sale con fuerza, sin embargo, es acallado por un potente estrépito que por poco me detiene el corazón. Me debato entre ir hacia la fuente del sonido o escapar; mi mente grita que en las películas de terror el curioso siempre muere, pero si yo estuviera en peligro, querría que me ayudaran. Si termino muerta, sabré que fue por pendeja.

El sonido provino de una habitación con la puerta entreabierta pues es la única habitación de la que sale luz. Aún tengo la pala en la mano, no es tan útil como el cuchillo, pero peor es nada. Si Raquel me abandonó en este lugar de locos, la voy a odiar por siempre.

Tomo una profunda respiración antes de abrir la puerta de un empujón. Esperaba toparme con alguien cubierto con una máscara quien sostuviera un hacha en la mano, esperaba ver a alguien luchando por su vida o simplemente tirado en el suelo porque su ebriedad pudo con él.

Definitivamente ver tirada a Raquel con una soga atada al cuello superó mis expectativas.

Sus ojos color miel están inyectados en sangre y tiene el rostro hinchado con los labios azulados. Bajo su cuerpo está el lavabo convertido en añicos. Aparte, un chico de ojos azules reposa sobre el agua rojiza de la tina. Mira fijamente los azulejos, sus brazos están rajados desde la muñeca hasta el codo, se ve tan relajado que parece estar tomando un baño.

Esta vez no hay forma de evitarlo, vomito.

Hay una tercera persona, una chica de tez negra y cabello negro rizado hasta la espalda. Usa lentes cuadrados muy grandes cuyas micas se ven sucias. Tras los anteojos, un par de ojos grises se abren de par en par, reflejan terror.

No puedo respirar, siento que el aire me quema. ¿Qué m****a pasó? ¿Por qué Raquel está muerta? Ya no podrá construir la carretera, su padre no le cocinará más... Está muerta. Quiero llorar, quiero gritar, pero los alaridos de terror de la chica me impiden pensar con claridad. Trato de calmarla, pero es inútil.

—¡Calma! No grites —claro, como es normal ver muertos en el baño—. Por favor, tranquila.

—¡Estaba colgada de ahí! —señala un barandal roto—. Vine a orinar y se cayó.

Así que eso causó el estrépito. Ay, no, no puedo creer que esto sea real. Quisiera ponerme a llorar junto a la chica, pero mi mente está ofuscada.

—Esto está mal, quien hizo esto... —se me corta la voz—. Tenemos que llamar a la...

Me interrumpe el sonido de varios golpes, son desesperados, aunado a ello, escucho algo parecido a quejidos. La chica deja de llorar y me voltea a ver expectante. Esta vez siento que sí está alguien en peligro. Corro hacia la fuente de sonido, proviene del interior de una habitación; específicamente del interior de un armario. La chica niega con la cabeza dando a entender que no le abra, pero es demasiado tarde, ya estoy destrabando las puertas.

Como si tuviera un cohete en el culo, sale volando un chico con un trozo de tela en la boca a modo de mordaza. Tropieza y cae, entonces me percato de que tiene ambas manos amarradas con un cinturón. Se retuerce como loco en el piso mientras intenta decir algo, así que me acerco a él para quitarle la mordaza.

—¡¿Qué m****a de broma es esta?! —escupe saliva y me cae en el rostro—. DESÁTAME.

Hey, que no me reclame, no soy la culpable. Desatarlo es difícil, me hago un barullo con el nudo.

¿Quién hizo esto? Busco ayuda en la chica, pero está ocupada abrazándose a sí misma.

— ¿Están muy divertidas? Idiotas.

Los ojos claros del chico me miran con furia, su piel blanca adquiere un tono rojizo y traga saliva. A pesar de la poca luz, alcanzo a ver un retazo de barba mal afeitada. No puedo evitar sentir una pizca de ira hacia él, por mil demonios, que agradezca estar vivo, es mejor estar encerrado que desangrado.

—Hay dos muertos en el baño.

M*****a sea la chica inoportuna. No es manera de decir las cosas y menos algo tan grave.

—¿Qué?

El chico se nota incrédulo, furioso y parece que está viendo a dos personas con cabezas de gallina. Nos lanza una mirada irritada antes de salir corriendo de la habitación. Antes de salir, murmurar un: "Pinche gente loca". Intercambio una mirada confundida con la chica, no pasan ni cinco segundos cuando oímos una exclamación seguida de un golpe.

Creo que ese idiota ya se partió la madre.

En la sala de estar, dos personas están hundidas en una lucha cuerpo a cuerpo, uno de ellos es el de la mordaza; alto y esbelto. El otro es fornido y va ganando la pelea. Me acerco mientras grito que paren, que no es momento de pelear. Trato de separarlos, pero son reacios a escucharme. Entonces llega la chica y también trata de separarlos. Ambas gritamos, pero somos ignoradas épicamente.

—YA PAREN

El grito de la chica fue precedido por un silbido de albañil que nos toma por sorpresa a los tres, hasta los chicos detienen la pelea.

—Este pinche loco me atacó.

—Hay muertos en la sala, idiota —sisea el chico robusto, tiene rasgos asiáticos—. Pensé que eras el asesino.

¿Los de la sala también están muertos? Oh, no, por favor, no. Quiero vomitar otra vez, siento un mareo y me sostengo de una pared cercana. Creo que es el momento perfecto para decir que hay otros dos en la cocina.

—¿¡Hay más!? —la chica grita—. ¿Quién los mató? Ay, no. Esto es...

Otra vez entra en pánico, pero esta vez es más sencillo calmarla.

—¿Cómo te llamas?

—Dalia —dice en un murmullo—. Me puedes decir Dali.

—¿Esta es una puta reunión de asesinos anónimos y hay que presentarse? —dice el de la mordaza, molesto, mientras va hacia la puerta—. Yo no maté a nadie, me largo.

No puede irse, es un testigo. Estamos aquí por alguna razón y la policía querrá saber todo. La información es vital, cualquier dato es necesario para cerrar el caso.

—¿Escapas? —le reprocha el fornido, desde aquí noto los ojos oscuros—. ¿Qué escondes, cabrón?

El de la mordaza se da la media vuelta y se acerca en dos zancadas al otro. Están tan cerca, que parece una pelea por ver quien tiene la polla más grande.

—No me acuses, pedazo de m****a —murmura enfadado—. No hice nada malo.

—Pero estás aquí.

Y debemos ser útiles para algo. Hay que organizarnos, facilitaremos el trabajo de la policía.

—Hay que tener una historia para cuando llegue la policía —todos me miran conmocionados—. Y no hay que levantar sospechas. No matamos a nadie, ¿cierto?

Niegan con la cabeza.

—No podemos traer a la policía —dice Dalia, segura—. Seguro querrán inculparnos.

—Hay puta cocaína y mota en la mesa —el fornido la señala—. La posesión de drogas es delito. Juego de delantero en soccer, si me levantan cargos perderé mi beca y mi puesto. No quiero más m****a.

No puedo creer que hay ocho muertos... Siete, pues el de la maceta ya no está; supongo que es el fornido, y a este imbécil le preocupa que le quiten la puta beca. Que agradezca que no le quitaron la vida.

Hay que tener un poco de empatía, los muertos merecen justicia.

—No necesitamos a la policía —mierda, el de la mordaza también concuerda con ellos—. Nos investigarán, involucrarnos en esto no se verá bien en el currículum. Podrían suspendernos y no quiero perder un semestre.

Estoy a punto de explotar, hay muertos, universitarios como ellos y como yo cuya vida se detuvo en un instante. Malditos chicos egoístas. Entiendo que la cocaína, el alcohol y los muertos no se ven bien, pero... Estoy en la casa y no maté a nadie, aunque definitivamente seré sospechosa. Nos harán un examen de sangre u orina, tengo laguna mental, no sé si consumí algo. Si el examen sale positivo... Oh, no, aparte lo de investigarme... No he hecho nada malo, ni ilegal, pero si hurgan en mi pasado encontrarán sucesos que no quiero recordar.

Odio aquí.

—¿Alguien recuerda algo?

Dalia hace la pregunta del millón. El chico del armario parece avergonzado, algo comprensible dado que estuvo encerrado, tenía una mordaza y estaba atado. Literalmente salió del clóset. El fornido niega con la cabeza, traga saliva y frunce el ceño, parece estar concentrándose.

—Fui dónde los Diener —claro, media escuela fue hacia allá—. Todo es borroso, bebí cerveza, pero no para ponerme anal. Y a juzgar por esto ―mira alrededor―, terminé astral.

—¡Yo igual fui a la fiesta! —exclama Dalia, su voz hace eco—. Iba a encontrarme con alguien, pero no llegó. Y me puse muy mal.

El de la mordaza alza los brazos en señal de rendición, dice que también fue a la fiesta: bebió mucho, fue al baño y no recuerda más. Relato mi historia, la laguna mental me hace sentir impotente. Debí haberme quedado a hacer la tarea de Geometría. Ahora Raquel está muerta y yo...Yo...

―¿Conocen a alguien de los muertos? ―pregunto tímidamente―. Es que... No los vi a todos.

No sé por qué dudé en decir que una amiga mía está entre los asesinados. De repente me pareció mala idea.

Dalia no quiere ver a los muertos, pero jura que no es posible que conozca a alguien, el chico de la mordaza dice lo mismo. El fornido se acerca a quien tenemos más cerca (la persona de la mesa) y al descubrirle el rostro, suelta una maldición.

―¡La puta que me parió! Es Neli Torres ―su rostro refleja terror y angustia―. Alguien... Esto va a terminar muy mal.

Neli Torres y seis más. Vale, entiendo que les da terror pensar en los Diener, pero un muerto es un muerto. Aunque no estuviera Neli Torres, esto estaría de la chingada.

―Vámonos ―Dalia también está asustada―. Limpiemos nuestro rastro y finjamos que no estuvimos.

Lo correcto es llamar a la policía, esperar a que vengan y descubrir la verdad, pero no quiero ser investigada.

—Estoy de acuerdo —aspiro una bocanada de aire—. Por cierto, soy Kendra.

El fornido se llama Pavel y el de la mordaza es Sebastián.

La siguiente media hora la dedicamos a limpiar cada objeto y huella que pueda servir como evidencia. Borro mis huellas de la pala, las cerraduras y las malditas huellas de cuando pisé el charco de sangre.

Una vez que nos sentimos seguros, nos largamos de ahí. Aunque vamos hacia el mismo lugar, tomamos caminos distintos. La residencia estudiantil no está lejos, cuando Sebastián busca la ruta en el GPS, vemos que está a diez minutos caminando. Ya son las cinco de la mañana, es tarde, más vale que vuelva pronto, conociendo a Giuliana, puedo jurar que, si despierta y no estoy, empezará a hacer preguntas.

Más tarde, cuando estoy en mi habitación y me cercioro de que Giuliana sigue dormida, meto la ropa en una bolsa de plástico, tomo una ducha y me derrumbo. Lloro por Raquel, por los muertos, por mi ex. En medio de mi desesperación, caigo en la cuenta de lo que falló: El vidrio que me clavé, no lo recogí. Tiene mi sangre así que es evidencia.

Apago el grifo, sin detenerme a secarme, me pongo lo primero que encuentro y salgo hacia la casa.

Cuando llego, ya es demasiado tarde: La policía ha llegado, veo las patrullas y una ambulancia

¿Cómo pude ser tan idiota?

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