Camila despertó con una extraña sensación de pesadez en el pecho. Se sentía agotada, aunque había dormido varias horas seguidas. A pesar del descanso, su mente seguía atrapada en una maraña de pensamientos confusos, enredada en lo que había sucedido con Leonardo el día anterior.Aceptó su ayuda, es verdad. Pero eso no significaba que todo estuviera bien.Suspiró con cansancio y se incorporó lentamente, llevando las manos a su vientre. Su bebé era todo lo que importaba ahora, pero desde su pequeño refugio le daba las fuerzas para levantarse y salir adelante.—Buenos días, pequeño —murmuró con una sonrisa cansada, acariciando su vientre con ternura.Lo único que le importaba era él. Su hijo. Su razón de ser. Pero cuando alzó la vista, su expresión cambió por completo.En la esquina de su habitación, donde antes solo había un espacio vacío, ahora había una cuna de madera blanca con finos acabados. Justo a su lado, sobre una mesita, había varias bolsas cuidadosamente acomodadas con ropa d
Leonardo se pasó la tarde en su despacho, sumido en documentos que no lograban captar su atención. Se suponía que debía concentrarse en revisar informes, pero su mente estaba inquieta, vagando sin rumbo fijo. Una sensación incómoda lo había invadido desde temprano, sin razón aparente.Cruzó las piernas, como siempre solía hacer, tomando una con sus manos para dejarla sobre la otra. Procedió a masajear para intentar pasar el sentimiento que lo embargaba, las cosas cada vez le parecían más extrañas a su alrededor. Su mirada se perdió en un horizonte que le parecía más claro cada vez, aunque estuviera encerrado en su despacho.El sonido de su teléfono vibrando en la mesa lo sacó de su ensimismamiento. Miró la pantalla y frunció el ceño al ver el nombre que aparecía, Emma. No solía llamarlo en
El día transcurría con aparente normalidad en la casa de Leonardo. Afuera, el cielo gris anunciaba una posible tormenta, y el aire cargado de humedad presagiaba una tarde pesada. Dentro, el ambiente era más silencioso de lo habitual, roto solo por el eco de los pasos de los empleados y el ocasional crujido de los muebles de madera cuando alguien se movía.Camila realizaba sus tareas diarias con la dedicación de siempre, pero había algo diferente en su expresión. Desde la mañana, revisaba su teléfono con más frecuencia de lo habitual, como si esperara algo.Su atención divagaba, sus pensamientos la alejaban del presente, y cada vez que el dispositivo vibraba con una notificación, su corazón latía más rápido de lo normal.Mientras doblaba unas toallas en la lavandería, el sonido familiar de la vibración del teléfono la
El reloj marcaba las seis de la tarde cuando Camila salió de la casa de Leonardo. El cielo estaba cubierto por una densa capa de nubes que anunciaban la inminente llegada de la lluvia. Caminó hasta la entrada de la finca, donde un coche negro la esperaba con el motor encendido.Su corazón latía con fuerza mientras se acercaba. Había tomado la decisión de reunirse con él, aunque en su interior no estaba segura de qué esperaba obtener de esa conversación. ¿Una disculpa? ¿Una explicación? ¿O simplemente la confirmación de que no había cambiado y que, efectivamente, no valía la pena?Pero tampoco era un encuentro a la ligera, Leonardo no iba a dejar nada al azar, por eso un auto la dejaría y recogería donde sería el encuentro.A unos pocos kilómetros de la casa, estaba el hombres esperando por ella. Camila se baj&o
Leonardo miró por la ventana de su residencia en España, observando la vasta extensión de terreno que rodeaba su propiedad. Había escogido ese lugar con una razón específica: alejarse del mundo, de la gente, de los recuerdos que lo atormentaban. Necesitaba espacio, aire, silencio. Cualquier cosa que lo hiciera olvidar la rabia que todavía ardía en su interior.Un año y medio había pasado desde el accidente. Cuatro años habían pasado desde que su vida se partió en dos. Antes, había sido un hombre poderoso, temido, respetado en los negocios. Ahora, apenas era una sombra de lo que fue. Su cuerpo le fallaba, su orgullo estaba herido, y su carácter se había agriado hasta volverse insoportable para la mayoría de las personas. No le importaba. No necesitaba que nadie lo quisiera.Lo que más le dolía no era la pérdida de su movilidad, sino la traición. Su exnovia, la mujer que le juró amor eterno cuando era un hombre completo, lo abandonó cuando quedó claro que él no volvería a caminar. Se lo
La rutina en la casa de Leonardo transcurría con la misma monotonía de siempre. Cada empleado conocía su lugar y sus tareas, y la joven que había empezado a trabajar allí no era la excepción.Luego de esa interacción, quiso saber su nombre, algo que no solía importarle de los empleados de trabajos comunes. Su ama de llaves, la señora Lucía, como si supiera lo que Leonardo quería, un día le llamó la atención a la chica.—¡Camila Álvarez, deja eso! Para eso están los muchachos, es demasiado peso.Por respuesta solo oyeron una risa alegre y una disculpa. Y por alguna extraña razón, Leonardo sonrió al ver a la muchacha caminar a la casa relajada y divertida por la reacción de su jefa.Desde el primer día, demostró ser eficiente, tranquila y amable. Su dulzura resultaba casi exasperante para Leonardo, quien estaba acostumbrado a la distancia y la frialdad. Pero ella no se inmutaba ante su carácter. No parecía alterarse por su malhumor ni se intimidaba con su tono cortante, mucho menos a si
Los días siguientes transcurrieron con una normalidad tensa en la casa. Camila continuó con su trabajo, cumpliendo con cada tarea con la misma dedicación de siempre, pero Leonardo notaba lo evidente: su mirada ya no tenía el mismo brillo. Había algo en sus movimientos, en la manera en que se detenía por segundos a observar la nada, en su sonrisa que ya no era tan genuina.Algo había cambiado en ella.La veía a menudo en la cocina, fregando platos con una expresión ausente, o en el jardín, con la mirada perdida en el cielo mientras el viento agitaba su cabello. Pero lo que más le llamaba la atención era ese gesto inconsciente que hacía cuando creía que nadie la miraba: acariciaba su vientre con delicadeza, como si intentara convencerse de que aquel pequeño ser que crecía dentro de ella no era un error, como si buscara en su propio cuerpo la seguridad que no encontraba en el mundo.Leonardo intentó convencerse de que no era su problema. No le importaba lo que ocurriera con ella, se repe
Leonardo McMillan no era un hombre que disfrutara las reuniones sociales. Le incomodaban las charlas triviales, los halagos interesados y las sonrisas falsas que poblaban esos eventos. Para él, todo se reducía a negocios, números y estrategias. Sin embargo, en el mundo de las inversiones, algunas cosas eran inevitables. Las cenas con socios potenciales estaban dentro de esa categoría.Aquella noche, su casa sería el escenario de una de esas cenas formales, una reunión clave con un empresario de gran influencia en el mercado europeo. No era algo que lo entusiasmara, pero era un paso necesario para afianzar ciertos acuerdos y expandir su presencia en el sector.Desde temprano, Leonardo había dado instrucciones precisas a su personal para que todo estuviera impecable. Nada debía fallar, la elegancia y la eficiencia eran imprescindibles en una noche como aquella.Pero los planes, por muy meticulosos que fueran, rara vez salían exactamente como uno los había concebido.Horas antes del even