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C7: Soy tu compañero destinado.

Horas después, decidió volver a la sala del lobo. Necesitaba verlo. Sin embargo, cuando llegó, se encontró con la habitación vacía. El pánico la golpeó de inmediato.

—¿Dónde está? —soltó para sí misma.

Antes de que pudiera hacer más preguntas, la llamaron para una reunión privada. Al entrar en la oficina, se encontró con varios de los científicos principales, entre ellos Henry, y vio las expresiones de desaprobación en sus rostros.

—Hemos revisado las cámaras del pasillo —expuso Henry—. Sabemos que ha estado visitando al Sujeto Alfa de madrugada.

Somali sintió que su estómago se encogía. Dentro de la habitación no había cámaras, pero las cámaras del pasillo no mentían.

—No entiendo…

—Sí lo entiende. Ante era una empleada modelo, pero últimamente su comportamiento ha sido… inaceptable. Ha demostrado ser demasiado sensible, y en este lugar no hay espacio para la compasión ni para los débiles.

—Pero… yo…

—No hay más que hablar. Tiene tres días para recoger sus cosas. Su salida ya está en proceso.

—No quiero irme —suplicó—. No tengo otro lugar a dónde ir. Este es mi mundo, es todo lo que conozco.

—Lo sentimos. Ya hablamos con el director, esto ya está decidido.

Somali salió de la oficina sintiéndose derrotada. No volvió a ver al lobo en esos tres días. Cuando finalmente abandonó el laboratorio, alquiló una pequeña casa donde pasó las noches sumida en una tristeza profunda, sin comer, sin querer moverse.

Hasta que una noche, un sonido la despertó.

Abrió los ojos lentamente, con el corazón latiendo con fuerza. Afuera de su habitación, algo se movía. No era su imaginación. Había alguien allí.

Se levantó con cautela, agudizando sus sentidos. Ya no se escuchaban pasos, pero sí una presencia… algo grande, algo que no pertenecía a ese lugar.

Cuando salió al pasillo, el aire se sintió más pesado. Y entonces los vio.

Tres lobos oscuros, enormes, la observaban desde la penumbra. No eran tan grandes como el Sujeto Alfa, pero estaban lejos de ser lobos comunes.

El que estaba en medio gruñó, mostrando los colmillos afilados. Era una advertencia.

Somali se quedó paralizada. No entendía cómo, pero sentía que aquel lobo intentaba comunicarle algo. Había un mensaje en su mirada, pero no podía descifrarlo. Era como si algo interfiriera entre ellos, impidiéndole comprender.

Antes de que pudiera reaccionar, el lobo del centro se abalanzó sobre ella.

Un grito quedó atrapado en su garganta cuando su espalda golpeó el suelo. Las patas de la criatura la acorralaron, su aliento caliente chocó contra su rostro, y la baba se escurrió de sus fauces mientras gruñía con furia.

Somali tembló, convencida de que iba a morir.

De repente, un golpe certero del hocico del lobo la alcanzó en la cabeza. Sintió una punzada de dolor y luego… todo se volvió negro.

Cuando despertó, estaba en un lugar extraño.

El ambiente era lúgubre, frío y salvaje. Las sombras se alargaban en las paredes de piedra, y en medio de la penumbra, lo vio.

El lobo oscuro de ojos rojos la observaba en silencio.

Somali intentó moverse, pero algo la retenía. Cadenas de hierro sujetaban sus muñecas y tobillos.

—¿Quién eres? —susurró ella, con la voz entrecortada.

El lobo no respondió. En cambio, algo en su cuerpo comenzó a cambiar. Su forma se retorció y crujió, como si sus huesos estuvieran reconfigurándose. Su pelaje desapareció, dejando paso a piel humana. Su hocico se encogió hasta convertirse en un rostro esculpido y masculino.

Delante de ella, donde antes había un lobo, ahora estaba un hombre. Alto, con cabello oscuro y desordenado, ojos rojos como la sangre, y una presencia abrumadora.

Se inclinó hacia ella, hasta quedar a su altura.

—Soy el Alfa de esta manada. Y soy tu compañero destinado.

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