Epílogo.

XXXI

Despierto a mitad de la madrugada y lo primero que veo es a ella, observando atenta a través de la ventana con la mirada cargada de sentimientos y paz.

Rasco mi nuca porque me pica un montón debido a las vendas, antes de sentarme en la orilla de la cama y tratar de conversar.

Se nota serena y resplandeciente, hermosa como siempre.

— ¿Mamá?

Sonríe sin girar a verme, su rostro está iluminado por la luz de la luna y su cabello rubio baila al compás del viento. Me habría gustado parecerme tan siquiera un poco a ella, para recordarla en todo moment

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