VEINTE Y CINCO

A I L E E N

De mi mente no podía salir la sensación de estar totalmente a su merced, de tenerlo en ese sentido tan cerca, tan imponente.

Dios, prefería no pensar en lo que hacía unas horas atrás había sucedido. Verguenza y deseo ardían dentro de mi por igual. Ni siquiera me reconocía. ¿Cómo me había podido dejar llevar de esa manera?

Malena como era lógico se había encargado de todo los preparativos que no querían hacer los chicos, el resto; vestidos, lugar, decoración, y demás corrían bajo sus manos, era tal para cuál, trabajaba en perfecta harmonía con los distintos servicios.

Mientras tanto yo, después de pasarme las últimas horas de manequí y de caminar y caminar por ese lujoso centro comercial lleno de luces y cristales decidí parar de seguirla. Seguramente ni siquiera note mi ausencia. Llegué
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