5

Por supuesto que se alarmaron en cuanto vieron el aspecto de Lily. Descuidado, al parecer de muchos. Toda ella era un caso aparte de Craze y llegaron a pensar que se había equivocado de oficina.

Con las luces blancas sobre ella, cada detalle se veía exagerado. Las puntas de su cabello parecían más abiertas, las cutículas de sus uñas más resecas y, ni hablar de los puntos negros que tenía en la nariz.

La oficina del editor en jefe se encontraba al final del gran recorrido, con la mejor vista de todas y con cristales en lugar de muros.

Detrás de un escritorio exagerado de dos metros y con el culo acomodado en una silla de dos millones de dólares, Christopher Rossi fingía que tenía todo bajo control.

Su padre sabía que no era cierto y, por mucho que su heredero fingiera poder, estaba al borde de llevar su primera publicación al fracaso.

El hombre dio dos golpecitos en su puerta de cristal para anunciar su llegada y entró en su elegante oficina con los brazos abiertos para estrecharlo en un cálido, pero falso abrazo.

Detrás de él, Lily se quedó quieta, esperando a su primera presentación con ese hombre que sería su jefe.

—¡Padre! —gritó Christopher en cuanto lo vio.

—¡Mi editor en jefe! —respondió Connor, con claro orgullo.

Padre e hijo se estrecharon fuerte, dándose palmadas en la espalda. Lily se puso feliz de tanta alegría y sonrió emocionada.

—¡Que sorpresa que nos visites! —exclamó Christopher y salió rápido de la oficina, para pedirle a la recepcionista dos cafés, ignorando por completo a Lily—. ¡July! —gritó y la joven que se dedicaba a atender llamadas durante todo el día, le miró con fastidio.

Estaba harta de servirle cafés, por muy guapo que fuera, a ella no le pagaban por batir crema o comprar panecillos en la esquina. Ella estaba allí para atender llamadas y enterarse de todos los chismes de Craze.

Con algunos gestos, Christopher la mandó a preparar un café para él y su padre y, tras eso, regresó a la oficina como si nada.

—July nos traerá café —le dijo Christopher y caminó con soltura por el lugar.

Volvió a ignorar a Lily. La verdad era que, ni siquiera la vio. Las chicas como ella, eran invisibles para hombres como él.

—¿Y tú asistente? —preguntó Connor, actuando como si no supiera la verdad.

Christopher suspiró y buscó un lugar detrás de su escritorio.

—La despedí hace algunos días —mintió sin mirar a su padre.

—¿La despediste? —preguntó Connor y se plantó ante él.

Su hijo resopló cansado. Detestaba hablar con su padre de su vida privada, sexual o íntima. Detestaba que se metiera en sus asuntos privados y, odiaba en demasía, que estuviera allí, supervisando cada una de sus pisadas, cuando ya no estaba al frente de Craze.

Creía que, al ser un adulto, podía hacer lo que quisiese y donde quisiese, pero para Connor, su padre, las cosas no funcionaban así y, si estaba trabajando dentro de su conglomerado, tenía que seguir sus reglas.

Lily estudió todo con el ceño apretado. Solo allí notó los roces que existían entre padre e hijo, así que se mantuvo más inmóvil que nunca, puesto que empezaba a intuir que, esa reunión no iba a terminar bien.

—Mi vida privada no es de tu incumbencia —reclamó Christopher, cuando se vio atrapado en su mentira.

Su padre soltó una carcajada tan sarcástica que, desde su lugar, Lily le miró con horror.

Tras eso, el hombre volteó y fijó sus ojos en Lily.

—Lily, espera afuera, por favor —le ordenó.

—Sí, señor —respondió ella como un robot y se dispuso a dejar la oficina atrás.

Solo allí Christopher fue consciente de su presencia, cuando la vio moverse en su oficina y mecer esa fea melena castaña en frente de él.

—¿Quién es esa? —peguntó el editor en jefe, con muecas que dejaron en evidencia lo fea que Lily le resultaba.

Lily esperó afuera, sintiéndose tan ajena a todo Craze que, buscó un rinconcito en el que protegerse de todas las miradas que la estudiaban con recelo.

—¡Esa, esa tu nueva asistente! —gritó Connor, con rabia.

Christopher se carcajeó.

—Buena broma —se rio—. Pero aún falta mucho para el día de los inocentes —bromeó y se puso a trabajar, como si nada le importara.

Connor también se rio y rodeó su escritorio con paso amenazante.

Su hijo detestaba ese andar, le hacía recordar su niñez, siempre repleto de amenazas y límites.

—Se llama Lily López, se graduó hace poco y es perfecta para el puesto de asistente —defendió Connor.

—¿Perfecta? —preguntó Christopher con rabia y se puso de pie para enfrentarlo—. Para trabajar escondida en una oficina de contabilidad, tal vez, pero no para Craze.

Su padre le miró desafiante, con esos profundos ojos azules que siempre le habían intimidado. Para su infortunio los había heredado, junto a toda esa perfección masculina que los Rossi bien sabían aprovechar.

—Escúchame bien, Christopher, si te atreves a despedirla, olvídate de que eres mi hijo, olvídate de este puesto, esta oficina y de todo, ¡olvídate de todo! —amenazó.

Los dos se miraron con rabia.

—¿Vas a dejar a Wintour al frente de Craze? —preguntó, sabiendo que, Wintour tenía sus garras puestas en la revista.

Su padre sonrió y negó.

—No, claro que no, pero tu hermana puede hacerlo sin problemas —le dijo con firmeza.

Sabía bien que existía una clara enemistad entre Christopher y su hermana menor. Siempre habían peleado por el amor de su padre, algo no justo para dos niños que merecían ser amados por igual.

—¿Me estás amenazando? —inquirió Christopher con rabia.

Tenso.

—No, claro que no —respondió su padre y tomó el “libro” del mes para ojearlo—, solo es una advertencia, hijo.

Christopher asintió, aunque no muy convencido de lo que su padre le decía. Como no estaba dispuesto a trabajar con la fea de Lily, quiso usar todo a su favor para deshacerse de ella.

—Se suponía que yo contrataría al nuevo personal, eso incluía a mi asistente —reclamó con recelo.

Desde su lugar, al otro lado del escritorio, su padre le miró con burla.

Claro era que, para él, era un mal chiste. Un bueno para nada, un irresponsable que jamás se tomaría en serio la revista. O eso pensaba Christopher cada vez que miraba a su padre a los ojos.

—Estoy harto de tus juegos, hijo. Una asistente a la semana, ¿sabes cuánto nos cuesta?

—Una m****a —escupió Christopher con desdén—. Esta es mi vida privada, y te lo he advertido siempre…

—¿Tú vida privada? —se burló su padre—. ¡Te acuestas con todo el maldito personal de mi empresa y dices que es tu vida privada! —le reprochó con rabia— ¡Esta mi m*****a empresa y si estás sentado aquí, es por mí! —vociferó furioso. Christopher se sintió devastado en ese momento, cuando, una vez más, minimizaron sus estudios y trabajo—. Y no voy a permitir que ensucies a Craze con tu m****a.

Christopher apretó los dientes y los puños, con sus ojos fijos al frente y controlándose para no explotar.

—¿Y qué pretendes? —le preguntó—. Imponerme a esa… cosa —reclamó con los dientes apretados.

Su padre se plantó en su escritorio y con cólera le dijo:

—Sí.

Christopher jadeó con coraje, pero se controló. Sabía que, si perdía la compostura ante su padre, habría ganado y no quería que ganara.

No otra vez.

Como no quería que su padre lo viera de esa forma, Christopher trató de corregir su comportamiento desmedido de las últimas semanas y es que, cada vez estaba más fuera de control.

Iba de fiesta en fiesta, buscando apagar el dolor y la rabia que sentía. Buscando llenar el vacío que le había quedado después de la muerte de su madre, la única que siempre se había preocupado de él y que le había ofrecido su amor incondicional, sin cuestionarlo, sin lastimarlo.

Ahora que no estaba, la familia Rossi estaba más desunida que nunca. 

—He sido discreto —murmuró cabizbajo.

Su padre se carcajeó más fuerte.

—Entonces tienes un mal concepto de discreción —le respondió su padre. Christopher se quedó avergonzado, con la mirada escondida. Sabía que no había sido discreto—. Los reporteros siguen respetándome y acuden a mí para que compre su silencio, pero llegará un día en que ya no podré ayudarte, hijo.

—Y no deberías hacerlo —musitó Christopher.

—¿Y dejar que ensucies Craze, Revues y el apellido Rossi con tus aventuras y escándalos? —investigó ofendido—. No, no voy a permitirlo. Trabajé toda mi vida para fundar Revues. Son cincuenta años de prestigio, no voy a dejar que los tires a la basura por tu inmadurez. —Los dos se miraron con ensañamiento—. Trabajarás con Lily, te guste o no, o despídete de Craze y Revues.

—Eso es una amenaza —le reclamó Christopher.

Su padre, cansado de su actitud, caminó hasta la puerta y antes de salir le contestó:

—Que sea una amenaza entonces. —Y, tras decir eso, se marchó, dejando la puerta abierta y a Lily frente a él.

Christopher se quedó callado, sentado en su escritorio, totalmente devastado por las exigencias y amenazas de su padre.

En el fondo, sabía que su padre tenía razón y que solo intentaba ponerle un límite a su descontrolado estilo de vida, pero, por algún motivo que ni él entendía, no podía detenerse.

No podía ser un chico bueno, que iba a la cama a las diez y pasaba una noche sin beber o drogarse. Lo necesitaba, le quemaba en las noches solitarias, cuando llegaba a su enorme departamento en la ciudad, frente al mar y se sentía más solo que nunca.

Lo peor era que, cada vez se sentía menos satisfecho con las mujeres que frecuentaba. Cazaba día y noche, buscando alguna que, le llenara el absurdo vacío que sentía al despertar.  

Y era ilógico, más para él, que lo tenía todo a sus pies.

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