57

Por la tarde regresaron a la oficina y solo para hacer acto de presencia.

Christopher sabía lo que Marlene decía de él en los rincones de Craze y tuvo que seguir su juego antes de que los rumores cobraran vida propia.

No llevaron todos los portafolios, puesto que Christopher no sentía confianza de lo que sucedía en Craze. Creía que sus ideas terminarían en las manos equivocadas, así que escogió proteger parte de su número en su pent-house, bajo la custodia de Sasha y el señor L.

El señor López se quedaría hasta la tarde para hablar con Lily con más calma. Eso significaba más tiempo a solas con Sasha.

Apenas Lily se acomodó detrás de su escritorio, terminó de escribir su primer borrador de su columna y se levantó para correr con Christopher y darle la buena noticia; estaba segura de lo que había hecho, pero, prontamente, la asaltaron miles de dudas.

Recordó entonces que lo mejor era esperar un par de horas para releer lo escrito y encontrar así todos los errores cometidos, así que lo guardó y continuó trabajando.

No pasó mucho para que Christopher apareciera por su puerta. Se acomodó el saco con prisa y avanzó con pasos agigantados hacia la salida.

—Vamos, López, tenemos un desfile... —le dijo sonriente, vivaz y ella le miró con el ceño apretado.

Se señaló liada. No estaba entre sus planes asistir a un desfile. Ni siquiera sabía si las asistentes presenciaban desfiles.

—¿Quiere que vaya o...? —Balbuceó liada.

—Sí, te quiero presente —insistió mirándola desde la altura—. El representante de Balenciaga estará presente y quiero ganarme su confianza —le explicó. Ella asintió sin saber qué intentaba decirle—. Tú generas confianza. —Le sonrió. Ella trató de imitarlo—. Te necesito, Lily.

Eso fue todo lo que ella necesitó para asentir y unirse a él.

Agarró su bolso y guardó su agenda, donde su borrador esperaba entre las páginas blancas a ser leído.

—No regresaremos, así que apaga todo —le ordenó él—. Te espero en el elevador. Es un poco tarde.

Con muecas complejas, Christopher marchó apresurado hasta el elevador. Ella apagó la computadora, desvió los llamados telefónicos y aseguró los cajones con llave, aunque no dejaba nada importante allí.

Todo lo demás lo escondió en su bolso y fue detrás de él, sintiendo los ojos de sus compañeros en su espalda.

Volteó para mirarlos y todos regresaron a sus deberes como por arte de magia.

Se montaron en el elevador, pero no pudieron hablar mucho. Iban rodeados de más empleados. Todos los miraban con agudeza, así que evitaron mirarse, pero no pensarse.

En el primer piso les tocó correr a la limosina que los llevaría hasta el desfile. El lugar estaba atestado de reporteros y los evitaron con habilidad.

Durante el viaje, Christopher estuvo al teléfono tratando de resolver algunos problemas con las columnas. Definitivamente Marlene estaba decidida a arruinarle su primer número, pero él no se lo iba a permitir.

Lily lo escuchó atenta discutir. Le gustó su firmeza, como se imponía ante las ideas de la mujer y estuvo orgullosa de su fuerza.

Lamentablemente llegaron al desfile y tuvieron que relajarse y actuar que todo estaba bien.

Antes de bajar, Lily le arregló la corbata y los accesorios de su puño. A él le fascinó tener sus manos cerca y se agitó por lo excitante que le resultaban sus roces.

Cariñoso, él le acomodó uno de los collares que se envolvían en su cuello y con apetencia la miró de pies a cabeza.

—Señor Rossi... —se rio ella cuando lo vio mirándola así.

—Te ves preciosa.

Lily le regaló una sonrisa de un hoyuelo y la puerta de la limosina se abrió.

Se vieron obligados a bajar y a separarse.

Christopher fue llevado por un camino diferente. Lily se mantuvo junto al resto de asistentes, siendo espectadora de las entrevistas y todas las fotografías que su jefe ofreció a la prensa.

En la recepción pudieron estar juntos. Se mantuvieron tan cercanos que, sus manos se rozaban.

Lily le ayudó a Christopher a identificar a todas las personas que se acercaban a ellos para saludarlos.

—El editor de Wired: Jeff Stone —le dijo cerca de su oreja—. Su esposa dio a luz a mellizos hace un par de semanas. Le enviamos flores.

Chris la miró con el ceño apretado y no pudo sentirse más orgulloso de ella. Siempre tenía todo bajo control.

—¡Rossi! —lo saludó el enérgico hombre. Los dos estrecharon sus manos con alegría—. Ya estoy ansiando leer tu primer número...

—Gracias, yo también —se rio Chris—. ¿Cómo está tu esposa? —preguntó cortés.

El hombre sonrió feliz y le habló un largo rato de la paternidad. En otra vida, Chris habría bostezado en la mitad de la charla, pero tenía nuevas proyecciones y escuchó atento cada cosa que su competencia le reveló.

—Y tú, ¿has pensado en ser padre? —preguntó Jeff.

A Christopher le sorprendió la pregunta, mucho más al ver que provenía de su competencia, pero no vaciló en contestar:

—Por supuesto. Es una nueva meta personal.

El hombre sonrió y le dio un par de palmaditas para despedirse.

Continuaron así un largo rato. En un vacío, Chris recibió otra insistente llamada de Marlene. La mujer le reclamaba por la columna misteriosa que nadie había escrito aun.

Por supuesto, no tenía idea de que la escribiría Lily. Si llegaba a saberlo pondría el grito en el cielo.

—Era Marlene... otra vez —suspiró Chris, cansado de discutir con la mujer—. Ya sabe que nos falta una columna. —Fijó sus ojos en Lily.

—Oh, sí... ya la escribí —le dijo ella, temblorosa y abrió su bolso para agarrar su agenda.

Chris la miró con el ceño apretado mientras ella revisó sus hojas blancas y buscó su borrador.

El comienzo del desfile fue anunciado y tuvieron que moverse junto al resto de los espectadores.

—Dámela, quiero leerla —ordenó él.

—¿Ahora? —preguntó ella, pasmada.

Chris asintió y como ella no reaccionó, él arrancó la hoja de la agenda y se la guardó en el interior del saco con una tentadora sonrisa.

Tuvieron que separarse.

Lily fue situada al frente, junto al resto de los asistentes, mientras que Chris se sentó en primera fila, rodeado de grandes editores, influencers e inspiradores de la moda.

El desfile se retrasó un par de minutos y, aburrido, Christopher se metió la mano en el saco y buscó el borrador de la columna de Lily.

Ella empezó a temblar cuando notó que la estaba leyendo. ¡Allí! ¡Entremedio de todas esas personas importantes!

Pensó que se desmayaba.

Mientras repasaba las líneas, el hombre tenía el ceño apretado y esa mueca de hastío con la que lo había conocido. 

Se imaginó todas las cosas que Rossi debía estar pensando al leer sus letras infantiles, plagadas de errores.

Se empezó a masticar la uña cuando los nervios y las inseguridades la dominaron.

Mientras ella se torturaba, Christopher repasaba sus letras con la mente abierta. Por supuesto que pensó en todos los contras que tendrían con su breve, pero significativa columna.

Se adelantó a los hechos, al ataque de Marlene y su padre y, aunque sabía que era atrevido hablar sobre la segunda vida en la moda, pensó en las palabras de Alexander McQueen: “no debe ser políticamente correcto, de lo contrario, no sería revolucionario”.

Sonrió cuando leyó el final y la firma provocadora; cuando levantó los ojos para procesar lo que sentía, porque debía aceptar que la columna tenía sentimientos entrelazados con las palabras, se la encontró a ella, sumida en un mar de angustia.

Con una sonrisa sincera le regaló un asentimiento y, aunque la música se oía fuerte y los murmullos de los invitados también, Lily chilló tan alto por la emoción que atrajo todas las miradas.

—¡Sí! —gritó cuando supo que había cautivado al maldito editor en jefe de una revista de moda.

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