HOLA, DÉJAME TUS COMENTARIOS O RESEÑAS GRACIAS POR LEER REGÁLAME TU LIKE EN EL CAPÍTULO ♥
Roma y Giancarlo llegaron al hospital en un estado de desesperación palpable. Sus corazones latían al ritmo frenético del miedo, y cada segundo que pasaba sin noticias sobre su hija sentía como una eternidad. El aire en el hospital estaba cargado de tensión, y no podían dejar de pensar en lo peor.Al llegar, vieron a los padres de Joel. Lourdes, la madre de Joel, los miró con ojos llenos de angustia, casi como si ya estuviera preparada para lo peor.—¿Cómo están? —preguntó Roma, su voz temblorosa.—¡No nos han dicho nada! —respondió Lourdes, su rostro marcado por el dolor y la incertidumbre.Roma intentó mantener la calma, pero la ansiedad la estaba devorando por dentro. Solo quería ver a su hija, abrazarla, asegurarle que todo estaría bien. Pero de repente, el sonido de pasos apresurados la hizo volverse. Un doctor apareció, con una expresión seria, pero al mismo tiempo reconfortante.—Sus hijos están bien. Tuvieron una conmoción, pero nada grave. Pueden verlos, están con la policía.
El entierro de Humberto fue desolador. La tarde estaba gris, como si el cielo estuviera por romper en una lluvia.La mayoría de las sillas estaban vacías, y la tumba de Humberto parecía tragarse el poco brillo de la vida que quedaba en ese lugar.Sin embargo, Tory y Joel no podían no asistir, incluso si era alguien que les dañó.No era por él, no por el hombre que había sido un desastre en sus vidas, sino por su cuñada, Beth, que, aunque aún no lo admitiera, estaba rota por dentro.Tory y Joel caminaban tomados de la mano, mirando la tumba mientras el viento helado les acariciaba el rostro.Era como si la misma naturaleza estuviera compadeciéndose de lo sucedido.Los ojos de Tory se llenaron de dolor, pero se mantenía fuerte, por su hermana, por la familia.—Es una lástima... —murmuró Tory, su voz quebrándose apenas—. Terminó tan mal. En realidad, esto es el resultado de sus decisiones, de sus errores. Espero que Dios le perdone.Joel apretó su mano con fuerza, como si quisiera transm
Beth estaba vistiéndose de novia. El suave tejido del vestido acariciaba su piel, pero su corazón latía con fuerza, casi desbocado. Se miró en el espejo y, por primera vez, se vio diferente. No era solo una mujer vestida de blanco, era una prometida, una futura esposa, alguien a punto de comenzar una nueva vida. La emoción le apretó el pecho con fuerza, como si todo su pasado quisiera alcanzarla en ese momento.Pensó en su hermano menor, en lo que había sufrido, en la vida injusta que le había tocado. Él no pudo escapar de la miseria, no tuvo oportunidad de soñar con algo mejor. Luego, su mente voló hasta Humberto, otra víctima de la crueldad de su padre, alguien que también había sido arrastrado por el dolor y el abuso.Una lágrima silenciosa descendió por su mejilla."Yo sí logré liberarme", pensó. "Yo sí alcanzaré la felicidad."Respiró hondo y alzó el rostro, obligándose a sonreír. No debía permitirse la tristeza en un día como ese. Fue entonces cuando vio a Roma reflejada en el e
Roma y Giancarlo no podían dejar de mirarse, ambos con el corazón latiendo de forma distinta ese día.Había nervios en el aire, sí, pero también un dejo de nostalgia que se pegaba al pecho como si fuera un perfume imposible de ignorar.Ese día, despedían a Tory.El reloj marcaba las cinco de la tarde y los últimos rayos del sol atravesaban las cortinas de la casa Savelli, tiñendo las paredes de un dorado melancólico. Afuera, la familia se movía con sigilo, preparando la fiesta sorpresa.Pero adentro, Roma sentía una mezcla de orgullo y un leve temblor en el alma. Su hija menor se iba... y aunque era por una buena razón, eso no aliviaba del todo el vacío anticipado que ya empezaba a instalarse.Mientras tanto, Tory y Joel cerraban las últimas maletas. La emoción del viaje se mezclaba con una ansiedad que ni uno ni otro lograba disimular.—¿Estás lista? —preguntó Joel, mirándola con ternura.—Lista no sé si estoy… pero decidida, sí —respondió ella, exhalando hondo.Al llegar a casa, alg
El día siguiente amaneció más silencioso de lo habitual.El vuelo de Tory y Joel saldría por la noche. Las maletas estaban listas, la emoción contenida bajo una capa de calma.Sin embargo, los hermanos Savelli tenían un último plan. Uno que llevaban días organizando sin que sus padres sospecharan.Muy temprano, tocaron la puerta de la habitación de Roma y Giancarlo con una energía inusual para un domingo.—¡Despierten, papá, mamá! ¡Vamos a desayunar todos juntos!Roma frunció el ceño, pero sonrió mientras se vestía con tranquilidad.Había algo raro en esa súbita coordinación familiar.Durante el desayuno, intercambiaron miradas cómplices que no pasaron desapercibidas.—¿Qué están tramando? —preguntó Giancarlo con media sonrisa, mientras observaba cómo Aria bajaba la mirada, mordiéndose el labio como si escondiera una risa.—Papá, mamá… —dijo Aria al fin—. Queremos hacer un picnic. Uno especial. Todos juntos. Para despedir a nuestra hermanita como se merece.Roma los miró con ternura.
—¡Te lo suplico, Alonzo, ven al cumpleaños de Benjamín! ¡Él es tu hijo! Está muy enfermo, ¡todo lo que quiere es verte! Podría ser la última vez… —la voz de Roma quebró, su garganta se cerró y sus ojos se llenaron de lágrimas contenidas, pero no las dejaba caer.No podía. No frente a él. No frente al hombre que había sido su amor, su vida, su todo. Y ahora… era un desconocido que la rechazaba, que la miraba con desdén.Roma Valenti estaba de rodillas en el suelo, aferrada a las piernas de ese hombre, incapaz de levantarse, como si su cuerpo no le respondiera, como si la indignidad de esa situación la hubiera atrapado por completo.Pero lo peor no era eso. A pesar de todo, ella haría lo que fuera por su hijo, por eso estaba ahí.En lo más profundo de su ser, Roma sabía que se había perdido a sí misma en el amor por Alonzo.Y ahora, estaba dispuesta a quemarse hasta el último aliento por su hijo, por Benjamín, quien no merecía vivir sin el padre que tanto lo necesitaba.—¡No te cansarás
Roma cruzó el umbral de la habitación de Benjamín con una mezcla de ansiedad y alivio.Ahí estaba su pequeño, con una sonrisa iluminando su rostro mientras la niñera jugaba con él usando un pequeño dinosaurio de plástico. Ese dinosaurio había sido su favorito desde que lo encontraron en una tienda al salir de una consulta médica. Benjamín lo había sostenido con fuerza desde entonces, como si fuera un amuleto contra los miedos que su corta vida ya conocía.—¡Hijo! —exclamó Roma, conteniendo las lágrimas al ver su semblante algo más animado.—¡Mami! —Benjamín giró hacia ella con ojos brillantes, aunque el cansancio se reflejaba en la palidez de su rostro—. ¿Lo conseguiste? ¿Papito va a venir a verme? Por favorcito, yo quiero ver a mi papito.El puchero en sus labios, tan dulce y sincero, partió el corazón de Roma.Su hijo siempre había tenido esa habilidad de arrancarle una sonrisa, incluso en los momentos más oscuros. Pero esta vez, no pudo sonreír. No tenía el valor para destruir esa
—¡Señor Savelli…! —la voz de Kristal temblaba, atrapada entre el miedo y la impotencia, mientras observaba al hombre frente a ella. Su garganta parecía cerrarse con cada palabra que intentaba pronunciar.—Señor Savelli, por favor, no se preocupe por esta situación, esto es entre nosotros tres —dijo Alonzo con una calma que no correspondía a la tensión en sus ojos, intentando mantener el control en una situación que ya se estaba desbordando.Giancarlo Savelli levantó la copa con una sonrisa fría, su mirada fija en Alonzo.—¿Y por qué no? Todos sabemos que esto fue causado por su futura esposa —dijo con voz grave, mientras un brillo cruel aparecía en su mirada—. ¿Dejarás que tu futura mujer sea una inútil que no puede ni limpiar sus propios zapatos?Las palabras de Giancarlo parecieron golpear a Alonzo.Sus puños se apretaron con fuerza, la mandíbula tensa, y un sabor amargo se instaló en su boca.A pesar de su compostura exterior, en su interior algo se retorcía.Giancarlo era un hombr