El reino está cubierto por total oscuridad. Eleonora se encuentra en un vasto campo de batalla, el aire es denso, pesado, como si el tiempo mismo se hubiera detenido. Frente a ella, Alejandro yace en el suelo, su armadura hecha jirones, la sangre empapando la tierra a su alrededor. Intenta correr hacia él, pero sus piernas no responden, como si el suelo la retuviera con cadenas invisibles. Gritos y relinchos llenan el aire, el rugido de las llamas devorando aldeas enteras.La escena cambia abruptamente. Ahora está en el castillo, las paredes están agrietadas, el mármol ennegrecido por el fuego. Siente el frío del acero en su garganta y, al girarse, ve a una figura encapuchada con una espada ensangrentada. De repente, la capucha cae y es Alejandro quien la mira con ojos vacíos, sin alma, sin vida. Su boca se mueve, pero no emite sonido alguno. Su esposo se desvanece ante sus ojos como ceniza arrastrada por el viento.Otro cambio. Se encuentra en una llanura nevada. A lo lejos, la sombr
A pesar de las pesadillas que la atormentan, Eleonora decide no dejarse vencer por el miedo. Sabe que no puede caer en la desesperanza justo ahora, no cuando tantos niños esperan por el lugar que con tanto esfuerzo ella y Alejandro han ayudado a construir. La escuela representa un nuevo comienzo para el reino, un símbolo de esperanza en medio de la tensión creciente. Así que se viste con elegancia, sin extravagancia, con un vestido sencillo en tonos crema que deja claro que está ahí como reina, pero también como mujer del pueblo.El gran día ha llegado. Desde temprano, el castillo es un hervidero de movimiento. Carros cargados de libros, instrumentos y materiales parten hacia la colina donde se alza la escuela. Alejandro da órdenes con firmeza, mientras Felipe y Julie supervisan los detalles finales de la organización. Eleonora se toma un momento para mirar el horizonte desde su balcón. El cielo está despejado, el sol brilla con fuerza, y por un instante, se permite pensar que quizás
Alejandro se encuentra sentado en el sillón de su escritorio. Aún falta unas horas para el alba, pero es la hora propicia para recibir la visita que ha estado esperando por varios días.El aire está enrarecido, no por el clima, sino por la tensión que se respira desde días atrás. En el centro de la estancia hay tres hombres encapuchados, enviados directamente desde los confines del reino. Espías. Hombres fieles a la corona, entrenados para desaparecer en las sombras y aparecer solo cuando traen noticias que podrían cambiar el curso de la historia.Alejandro les hace un gesto con la mano. Los guardias se retiran, y la puerta se cierra tras ellos con un golpe sordo.—Hablen —ordena el rey, de pie, las manos tras la espalda, el rostro endurecido.Uno de los espías se adelanta. Su voz es baja, casi un susurro, pero en la sala se escucha con nitidez.—Mi señor, los reinos del Este han sellado su alianza. El rey de Borania y la reina viuda de Lirven están uniendo sus ejércitos. Se entrenan
Las paredes blancas del hospital se abren paso mientras la camilla avanza a toda velocidad.—¡Código azul, código azul! —grita la enfermera con desesperación. El sonido de sus pasos retumba en el pasillo. Su corazón late con fuerza. Clarisa no es solo una paciente, es su amiga desde el colegio, y verla en ese estado deplorable le hiela la sangre.El obstetra logra estabilizarla por un momento, pero sabe que está caminando sobre una cuerda floja. Si no actúa de inmediato, la perderá. Conoce a Clarisa desde hace cinco años y, más allá de la relación médico-paciente, la estima como a una amiga. Siente un profundo respeto por ella y por Philip, su esposo.—Marcela, debemos actuar ya. Tu hija no aguantará por mucho más tiempo —las palabras del médico arrancan a la mujer de su ensimismamiento. Está tan aterrorizada que apenas asimila lo que ocurre a su alrededor.—Tenemos que esperar a Philip. Clarisa no quiere dar a luz sin él —dice Marcela con la voz temblorosa. Sabe que está tomando un r
Clarisa hiperventila. El aroma denso a hierbas la envuelve como un manto pesado y asfixiante, recordándole los funerales. Su cabeza da vueltas. No entiende nada. ¿Dónde está? ¿Quién es esa joven que la observa con el ceño fruncido y la cabeza gacha? —Mi lady… ¿por qué quiso quitarse la vida? —La doncella habla en voz baja, como si temiera ser escuchada. No debería ser tan atrevida, pero necesita confirmar sus sospechas. Un escalofrío recorre la espalda de Clarisa. ¿Quitarse la vida? Nunca lo haría. No ahora. No después de tanto luchar para convertirse en madre. Solo aquella vez, aquella terrible vez, había deseado morir. Aquella noche en la que él se fue. —No sé quién eres, pero te aseguro que, aunque quisieran matarme, me aferraría a la vida como una garrapata a su presa —su voz suena firme, aunque temblorosa por el llanto—. No he hecho tal cosa. La doncella asiente con convicción. —Lo sabía. Fue su madrastra. Ella le dio ese té siniestro y… —¿Madrastra? —Clarisa la interr
Clarisa sacude la cabeza con brusquedad. ¿Escuchó bien?—¿Cómo me llamó? —intenta que su voz suene firme, pero un leve temblor la traiciona.Brígida sonríe, una risa áspera que no se molesta en ocultar.—Clarisa. Aunque, para ser precisos, debería llamarte Eleonora. Ese es tu nombre ahora. —Su mirada penetrante examina cada reacción de Clarisa—. Pero sería mejor que te acostumbres cuanto antes. Tu bien y tu seguridad dependen de ello —Su tono se endurece –Debes entenderlo de una vez: tu presente es tu pasado, y tu pasado es ahora tu presente.Clarisa no parpadea. Sus ojos recorren el rostro de la mujer con desesperación, buscando alguna señal de empatía. Quizá esta extraña pueda ayudarla.—Señora, ¡por favor, ayúdeme! No sé dónde estoy. Necesito regresar con mi hijo. Mi familia me espera. —La súplica en su voz es desgarradora.Brígida ladea la cabeza y, por un instante, su expresión se suaviza.—Esa vida ya no te pertenece —Sus palabras son un golpe seco –Tu alma eligió regresar a est
Julie espera expectante la llegada de Eleonora. Estas salidas con Brígida son recurrentes, al igual que el hecho de que nunca le permiten acompañarlas.—Mi lady, su baño está listo. Debe descansar. Solo faltan unos días para su boda, y debe lucir maravillosa —dice Julie con entusiasmo mientras prepara el agua perfumada.Eleonora la escucha en silencio, pero una emoción desconocida empieza a crecer en su interior. Por primera vez en esta vida, se siente ansiosa por su futuro esposo. La sensación es extraña, dulce, y a la vez inquietante.Sin decir nada, camina hacia su habitación con la certeza de que no podrá escapar de ese destino.Esa noche, después de cenar, se recuesta en su cama, pero los sueños la invaden una vez más. Esta vez, sin embargo, no son pesadillas.Dos niñas juegan en los prados del palacio. "Eleonora, siempre te voy a querer", dice una mientras abraza a la otra. Un perro cachorro corre a su alrededor mientras ambas recolectan flores.El sueño cambia de golpe. Ahora e
Alejandro también se prepara para el matrimonio que le ha sido impuesto. No siente amor por Eleonora. La conoce desde que eran niños y, aunque alguna vez fueron buenos amigos, esa conexión se ha desgastado desde el momento en que se les impuso el compromiso.En su corazón, solo hay espacio para Antonia, su verdadero amor. Con tan solo ocho años, fue él mismo quien pidió comprometerse con ella. En aquel entonces, estaba seguro de que pasarían toda una vida juntos. Antonia sería su reina, y juntos transformarían el reino en un lugar próspero y maravilloso. Pero ese sueño terminó abruptamente con la trágica muerte de Antonia."No hay rey sin reina", le dijo su madre tiempo después. "Tienes que casarte con una mujer que pueda darte descendencia y ser tu apoyo. Eleonora ha sido tu amiga, te conoce mejor que nadie, y tú a ella. No hay mejor elección". Esas palabras fueron como un golpe directo a su alma.¿Cómo podía casarse con la hermana de la mujer que había amado tanto? Aquello no solo p