Amaia.Recorro los pasillos del hospital con paso firme, ignorando a enfermeras y pacientes en el camino porque sólo estoy en busca de Elan. Me detengo por un instante cuando al final lo veo salir por la puerta principal. Acelero el paso.— ¡Elan! —Grito hasta que mi voz consigue su objetivo.Él gira el rostro con expresión impasible, aunque hay algo en su mirada que no coincide con la calma que exhibe.—Amaia.Aunque dice mi nombre, el tono parece más formal de lo necesario. Dudo por un instante, pero exhalo y me acerco. Diara casi me suplicó que lo buscara en su nombre. Está tan avergonzada que dijo que la llevara a casa y que jamás regresaría al hospital...—He venido a disculparme por lo que dijo mi hermana... No quiero que lo malinterprete.Le sostengo la mirada, tratando de leer su reacción. Pero, él niega con un movimiento de cabeza, como si le quitara importancia al asunto.—Está bien —. Su respuesta es cortante.Incluso intenta alejarse sin despedirse. Su particular sonrisa a
Amaia.Observo a Elan con cautela mientras el eco de mi pregunta flota entre los dos, pero él no responde, por lo que vuelvo a indagar:—La pregunta es sencilla, pero la respuesta quizá no, y su interés en mí está relacionado no conmigo, sino con el hecho de que soy la esposa de Gael Belmonte.Listo, lo he dicho. Cruzo los brazos mientras recuesto la espalda en la silla, como si lo hubiera descubierto todo, pero no me importara.—Mi interés por ti es genuino —dice él sin titubear.Suelto una risa breve, sin rastro de diversión.—Es curioso, porque la primera vez que se acercó a mí fue cuando estaba con él. Dejó en claro que era su esposa desde el primer momento —Elevo una de mis comisuras—. No soy ciega, Elan. Sé que hay algo entre ustedes y ahora me están involucrando sin mi autorización.—Eso es...Lo interrumpo:—Algo los enfrenta. Se lo pregunté y su respuesta fue que se lo preguntara a Gael. —Suspiro cansada—. No necesito que me diga la verdad, tampoco él, pero, por favor no vu
Amaia.Camino por el pasillo del hospital con la mente dando vueltas... “No quiero verte lastimada”... ¿Aquellas palabras de Gael habían sido una súplica o una amenaza? Es algo que no consigo descifrar... pero por qué diría algo así. Además, ¿Cómo podría lastimarme estar cerca de Elan? ¿Es porque él mismo me lastimará si me ve con su enemigo? Pero, ¿Por qué es su enemigo?En definitiva, lo que sea que haya ocurrido entre ellos es un misterio al que no quiero dedicarle mis pensamientos. Sin embargo, con la actitud de Gael me es imposible no pensar en ello. De verdad que no consigo descifrarlo. Además, ahora que lo pienso, Gael no me reclamó sobre lo que sucedió con su amante. ¿Acaso la viuda García continuaba en el hospital? Porque eso explicaría el porqué él estaba ahí, y también explicaría que supiera que me fui con Elan, pero no estoy segura de nada.Decido averiguarlo.— ¿Sabe si la viuda... —pauso para recordar el nombre— ¿Sabe si la señora Beth García sigue hospitalizada? —pre
Amaia.Camino con la cabeza en alto hasta acercarme más a la puerta de la habitación. No titubeo. Luego el sonido de la cerradura girando tras la espalda de Gael consigue que se me erice la piel. No obstante, no lo demuestro. El temor no es una emoción que quiero transmitir. Por tanto, me enfrento a él sin dejarme intimidar, ni siquiera porque sus ojos ofrecen un destello tranquilo pero impregnado de frialdad y amenaza.—Terminemos con esto —dice con voz baja mientras da un paso adelante—. Tendremos al heredero Mountbatten y podremos separarnos.Me cruzo de brazos, sosteniendo su mirada.—Si quieres asustarme, no lo conseguirás —Enarco una ceja—. Deja de arrastrarme cada vez que se te antoja y tampoco me amenaces con tocarme, porque no te tengo miedo Gael Belmonte.Él suelta una breve carcajada, carente de humor.—No es una amenaza, es la solución a nuestra situación.Aprieto los labios, considerando sus palabras por un instante, pero no, en definitiva no le permitiré que me toque.—N
Amaia.Corro con todas mis fuerzas, sintiendo que el viento me golpea el rostro cuando salgo del hospital. A mi derecha el camino que conduce a la calle, a mi izquierda el que lleva a los jardines, uno pequeño en forma de laberinto. Me decido por el segundo.Mi respiración está agitada, pero el miedo no es lo que me domina, sino la rabia y es lo que da fuerza a cada uno de mis pasaos. Sé que Gael no se detendrá hasta que me atrape, pero eso no significa que me rinda sin pelear.Las hojas crujen bajo mis pies, el sonido de las pisadas apresuradas se mezclan con las de él cada vez más cercanas. Entonces, sin que pueda evitarlo, un fuerte tirón en mi muñeca me hace girar de forma brusca, consiguiendo que pierda el equilibrio y caiga al suelo.Gael cae sobre mí atrapándome contra su cuerpo y la tierra fría y húmeda.— ¡Suéltame! —Exclamo, forcejeando contra su agarre— Te odio, Gael me das asco.—No importa lo que sientas— replica con su voz baja y amenazadora, tan llena de seguridad—. Sig
Gael.Me encierro en mi despacho, sintiendo el peso del día sobre los hombros. Lleno un vaso de cristal con whisky y lo bebo de un solo trago, dejando que el ardor me queme la garganta. Un golpe en la puerta interrumpe el breve momento de tregua que me he permitido.—Adelante —musito con desgano.El mayordomo ingresa con su porte impecable y su rostro imperturbable.—Señor —Inclina la cabeza—. Su padre ha anunciado su regreso. Llegará mañana.Entorno los ojos y aprieto la mandíbula.—Esperaba que tardara unos días más —digo con desdén. —Ha preguntado por usted y por su esposa.Suelto un jadeo antes de fijar mis ojos en él.— ¿Y qué le respondiste?—No puedo mentirle, señor. Hay demasiados ojos en la mansión.Suelto una risa irónica.—Por supuesto. Eso me supondrá muchas preguntas sobre por qué no convivo con mi esposa como un matrimonio debería hacerlo.El mayordomo de tantos años asiente y tras una breve pausa agrega:—Sería conveniente que la señora permanezca a su lado. Además, n
Amaia.Volteo en la cama, apenas se filtra un poco de luz en la habitación. Los eventos del día anterior no me permitieron dormir lo suficiente y cuando alcancé de forma débil el mundo de los sueños regresaba al otoño en que conocí a Gael y las pocas palabras que decía sobre su madre.Estoy sola en la habitación, pero no sé si debo estar agradecida o molesta porque he perdido la oportunidad de seguir indagando.—Señora ¿Está despierta?—Adelante.Me incorporo y arreglo el cabello. Una vez más debí dormir con una de las camisas de Gael como pijama y supongo que tendré que volver a vestir mi ropa del día anterior, aunque en esta ocasión está demasiado sucia.—Buenos días —saluda una de las empleadas, cuyo nombre desconozco—. Han empezado a llegar sus pertenencias —informa.Mis cejas se contraen.— ¿Qué pertenencias? —Su ropa, zapatos, accesorios y otras cosas.—Yo no lo he solicitado.Ella me observa con sorpresa.—Las cajas y bolsas están siendo traídas por las demás empleadas en est
Amaia.La casa, testigo de un linaje que la levantó con orgullo, ahora se desmorona conmigo, su última heredera, con un destino ya sellado: venderme para salvarlo todo.—...O te casas con él, o nos hundimos para siempre —sentencia mi padre.El peso de sus palabras bien podría aplastarme por completo.— ¿Por qué no te casas tú? El blanco siempre ha sido tu color.—Amaia...Aprieto las cuentas de cobro en mi mano, suman millones de dracmas que desde luego no tenemos.—No hay otra salida —asevera.Mis ojos se hipnotizan con el movimiento de sus labios, pero aun así no puedo aceptarlo.—Todo esto es tú culpa —suelto.— ¡Amaia!— ¡Eres tú quien ha despilfarrado el dinero! Tú y tus malos negocios, tú y tus malas decisiones ¡Eres el responsable de nuestra desgracia!Desde la habitación de al lado, la tos de Diara frena mis palabras. Esa tos áspera, continúa y agónica que me recuerda en todo momento que ella necesita tratamiento y que de no recibirlo podría empeorar hasta... no me atrevo a pen