SamanthaLos segundos que pasan se sienten como una eternidad. Seguimos en la camioneta, mirando en dirección a Arturo, quien permanece inmóvil, cruzado de brazos. Cristian está tenso; puedo ver la rabia hervir bajo su piel.De repente, abre la puerta de un tirón y baja del vehículo con una fuerza que hace temblar la estructura. Camina hacia Arturo con pasos firmes, cada movimiento cargado de furia. Ni siquiera lo pienso: hago lo mismo, mis piernas moviéndose por inercia, como si estuvieran conectadas a las de él.El aire está denso, sofocante. La tensión es tan fuerte que casi parece tangible, como si el ambiente estuviera a punto de estallar.—¿Qué haces aquí? ¡Lárgate! —ruge Cristian, su voz retumbando con una intensidad que me deja paralizada. Es un rugido lleno de odio y resentimiento, cada palabra afilada como un cuchillo.Arturo, cruzado de brazos, apenas reacciona. Su rostro permanece frío, inmutable, y su mirada calculadora se posa en mí como una hoja afilada. Y entonces suel
SamanthaNo sé cuánto tiempo ha pasado, solo sé que mi mente reacciona por el dolor punzante en mi nariz. Siento que apenas puedo respirar. Me levanto del suelo, todavía con el frasco de pastillas en la mano. Lo guardo de inmediato sin volver a mirarlo, tratando de entender por qué Cristian toma algo así. Pero ninguna respuesta llega a mi mente.Al mirarme al espejo, el reflejo me golpea. Mi nariz está peor de lo que pensé; la sangre, aunque ya se ha secado un poco, sigue manchando mi rostro. Tomo un poco de papel y me limpio con cuidado, porque el dolor es insoportable. Después, agarro el calmante que encontré antes y me lo tomo con agua directamente del grifo. Mi cabeza también late de dolor, probablemente por tanto llorar.Intento arreglarme el cabello, que está completamente alborotado, pero es inútil. Lo dejo tal como está. Mis ojos están rojos e hinchados, y estoy segura de que mi nariz está rota. Me enjuago el rostro, dejando que el agua fría me dé un poco de alivio. Con cuidad
SamanthaAl abrir los ojos, lo primero que veo es a Cristian y sus labios, esos labios que me devoraron toda la noche. Como prometió, me hizo el amor hasta el cansancio. Un escalofrío recorre mi cuerpo al recordarlo. Me quedo contemplando su rostro por un largo rato; es tan guapo que no puedo creerlo. ¿De verdad estoy aquí, entre sus brazos, después de tanto tiempo?El dolor pulsante en mi nariz me saca de mi trance. Al parecer, el efecto del medicamento ya pasó, y necesito tomar algo de inmediato. Intento moverme con cuidado para no despertarlo, pero es inútil. Cristian me siente y me abraza con fuerza, atrayéndome aún más hacia él.—¿A dónde vas? Quédate un ratito más —dice con esa voz ronca que me desarma por completo.—Necesito ir al baño, ¿podrías soltarme, por favor? —respondo con una sonrisa, pero antes de soltarme, me besa con una ternura que me hace temblar. —No hagas eso, aún no me cepillo —le digo divertida, tratando de apartarme.—No me importa, me gusta todo de ti. Pero n
Samantha—Entonces, ¿no me vas a decir a quién vas a enfrentar? —pregunta Cristian, con la misma seriedad, al ver que no respondo.Lo miro fijamente, sin saber qué decir. Quisiera gritarle todo lo que pienso, pero me contengo. Siento que aún no es el momento, y menos con su madre aquí.—Es algo entre mis amigas y yo. No tengo que responderte —digo, tratando de mantener la calma, aunque mi tono sea molesto. Puedo ver cómo su rostro cambia a uno de sorpresa.No dejo que diga nada más y me giro para caminar hacia la cocina, dejándolo ahí, en la sala, mientras él me mira, probablemente cuestionándose qué sucede. Me hago la molesta, pero en realidad no es eso. ¿Quién lo manda a escuchar conversaciones ajenas?Al llegar a la cocina, veo que Sofia ya ha terminado de preparar el desayuno. Ha hecho omelette con queso, pan tostado, jugo de naranja, café y algunas fresas. Me siento a la mesa, y comenzamos a comer en silencio. Nadie dice nada, hasta que pasan unos minutos.—Samantha, ¿puedo pregu
Samantha¿Acaso ha dicho que lo va a matar? No, eso no, no puedo permitir que cometa esa tontería.—¡Sofía, espera! ¡Detente! —grito con todas mis fuerzas, pero ella no se detiene. Mi corazón late con fuerza mientras miro a Cristian, quien parece tan angustiado como yo. —Cristian, no podemos dejar que tu madre cometa esa locura. —Mi voz tiembla, pero la convicción en mis palabras es firme.Me levanto rápidamente y corro hacia ella, con Cristian siguiéndome de cerca. Sofía logra salir de la casa y se dirige directamente hacia su vehículo. Antes de que pueda arrancar, Cristian se posiciona frente al auto, bloqueando su camino, y yo me paro a su lado, dispuesta a respaldarlo.—Madre, baja ahora. No irás a ningún lado. —Cristian exclama con firmeza, su voz cargada de preocupación y autoridad.Sofía, con lágrimas cayendo por sus mejillas, sacude la cabeza, negándose a escuchar. Su dolor es evidente, y la rabia apenas le permite respirar.—Por favor, madre, baja. Te lo pido. No quiero que c
Samantha.Me despierto, como de costumbre, a las seis de la mañana. Lo primero que hago es darme una ducha relajante con agua caliente para quitarme todo el estrés del trabajo. Anoche llegué a casa tarde, muy cansada, y no dormí mucho. Paso unos cuarenta y cinco minutos en el baño. Sí, suelo tardar bastante.Salgo y me visto. Hoy decido ponerme una falda tipo cuero, ajustada hasta la rodilla, con una pequeña abertura en la parte de atrás; una blusa formal, una chaqueta y unos zapatos de tacón alto, todos de color negro. Cabe aclarar, por si acaso, que el negro es mi color favorito. Me maquillo de manera sencilla, pero con los labios en un rojo intenso. Ah, y el rojo también es mi color favorito.—Sam, ¡date prisa! Vamos a llegar tarde otra vez —me grita Rossy, una de mis mejores amigas, entrando en mi habitación. Es la más loca de las tres.—Ya voy, casi termino. Denme un minuto —les digo mientras me termino de arreglar.—Por favor, Samantha, date prisa. No quiero que nos regañen otra
Samantha Después de quedarme congelada por horas... bueno, un minuto para ser exactos, finalmente me descongelé y salí corriendo como si mi vida dependiera de ello. Pero siempre hay tropiezos, y esta vez me tocó a mí. No debí correr con estos tacones. Al salir de la oficina de mi jefe, sin decirle nada, sin ninguna respuesta, salí corriendo como una desquiciada. Fue el error más grande que pude haber cometido y me arrepiento. Me caí directo al suelo, me lo comí, literal. Ahora tengo un bulto en la frente y una pequeña abertura de donde salió un poquito de sangre. Pero mi jefe, como todo un "superhéroe", me rescató (bueno, creo que soy un poco dramática). Aquí estoy, frente a él, con una vergüenza que se me cae la cara, y él se está riendo de mí. ¿Pueden creerlo?—¿De qué te ríes? ¿Tengo cara de payasa o qué? —le digo, un poco molesta, cruzándome de brazos.—Lo siento, pero no debiste salir corriendo. Fue muy gracioso —me dice, todavía riéndose. Maldito, se ríe de mis desgracias, pero
SamanthaPor fin, terminé de trabajar. El día transcurrió sin novedad; mi jefe no se asomó a mi oficina, y eso fue lo mejor. No podría mirarlo a la cara. Recojo todas mis cosas. Estoy agotada; solo quiero llegar a casa, darme un buen baño y acostarme. Cuando voy saliendo, me encuentro con él. Se queda mirándome, y yo solo le ofrezco una pequeña sonrisa tímida.Sigo caminando hacia el ascensor, y, para colmo, él se sube conmigo. Un silencio incómodo se cierne entre nosotros. La verdad es que no quiero hablar; solo quiero salir de aquí. En el trayecto hacia abajo, él no dice nada, hasta que las puertas se abren.—Smith —me llama por mi apellido. Su tono no suena molesto, más bien, suena… normal—. Olvida todo lo que te dije hoy. Será lo mejor. Que descanses, nos vemos mañana —me dice, y antes de que pueda responderle, sale del ascensor.No tengo tiempo de articular palabra. Cuando me doy cuenta, ya ha salido. Salgo yo también, y ahí están mis amigas esperándome en la recepción.—Wow, nue