La furia del diablo

Maya seguía aferrada a Dan mientras sollozaba, permitiendo que su calidez la envolviera como un bálsamo.

En medio del torbellino de emociones que la embargaba, su presencia era como un faro en la oscuridad.

—Gracias por estar aquí, Dan —murmuró contra su pecho— No sé qué haría sin ti en estos momentos.

—Aquí estoy para ti, Maya —le aseguró él, estrechándola con fuerza— No estás sola.

Maya alzó el rostro para mirarlo a los ojos, conmovida por la sinceridad que vio en ellos.

Por un instante, se permitió perderse en esa mirada cálida y reconfortante, olvidando por un momento el dolor que la desgarraba por dentro.

Aunque no podía evitar sentirse también avergonzada de mostrar su debilidad ante un hombre que acababa de conocer, aunque Dan le inspirara confianza.

Pero entonces, la realidad la golpeó como un mazazo, recordó el libro, la venganza, lo que pronto saldría a la luz.

Y supo que, cuando eso pasara, perdería la amistad de Dan para siempre.

Se apartó de él suavemente, secándose la
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