En la boca del lobo

Maya sentía el corazón latiendo desbocado mientras observaba a los hombres de aspecto amenazante que se reunían alrededor de la mesa.

El humo de los habanos se mezclaba con el olor a alcohol y perfume barato, creando una atmósfera que le parecía repulsiva, y que la hacía querer salir corriendo.

Pero cuando intentó levantarse disimuladamente, Marcus la agarró por la cintura y la sentó en su regazo con un movimiento brusco. Maya se quedó rígida, temblando ligeramente mientras sentía la mano de Marcus colocarse sobre su muslo.

—Ni se te ocurra moverte —le susurró al oído, su aliento era cálido, lo que provocó escalofríos por su columna— no querrás ofender a mis invitados, ¿Verdad?

Maya negó con la cabeza, tragando saliva, desde su posición, podía ver a las bailarinas contoneándose en la pista, sus cuerpos apenas cubiertos por retazos de tela. Pero lo que más la inquietaba era la forma en que miraban a Marcus, como si fuera un dios al que debían adorar.

Uno a uno, los hombres comenzaron
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