Podía enamorarse de cualquier mujer sobre la faz de la tierra y ser correspondido, pero era un terco por naturaleza y se encaprichó con ella… la única a la que tenía prohibido amar. La hija de sus enemigos. La hermana del miserable que deshonró a la suya y la empujó al suicidio. Marianné Cavallier, obligada a casarse para salvar a su familia de la ruina económica, ve su horrible destino pasar frente a sus ojos cuando su nuevo esposo intenta abusar de ella en la noche de bodas. Dividida, entre escapar y ser señalada por la alta sociedad Siciliana o aceptar su despiadado destino a manos de un hombre que no amaba, se ve a sí misma en un peligro aún mayor tras aceptar inocentemente la ayuda del enemigo mortal de su propia familia. Remo Gambino está destinado a casarse con la prometida que ha elegido su madre para asegurar el poder y el prestigio que les garantiza la corona de Sicilia. De camino a su propia ceremonia, presencia el maltrato hacia la única mujer a la que debería importarle un comino lo que le suceda; sin embargo, preso de un impulso del corazón, decide intervenir, y a pesar de reconocer su identidad como la hija de sus enemigos, la rescata y la lleva a su mansión con la intención de quien sabe que, lo único que sabe es que no puede apartarse de ella. Esta decisión desata un escándalo entre ambas familias, obligando a Remo y a Anné a enfrentarse a los desafíos sociales y, a la creciente atracción que comienza a despertarse en ellos cada día. — ¡No permitiré que impongas la presencia de esa mujer aquí! — Marianné se queda, y a quién no le guste, que se enfrente a mí. ¿Quién será el primero?
Leer másRemo tuvo que suavizar su semblante para volver a Marianné. — ¿Te vas? — le preguntó ella, torciendo una sonrisa. Remo tomó su mano y le besó el dorso. — Sí, quizás no vuelvas hasta la madrugada, así que no me esperes despierta. Tampoco te quedes aquí aburrida, estoy segura de que a mi nonna le encantaría tomar el té contigo. También puedes ir a ver los libros que te dije — le recordó —. La habitación de Florencia está al final de este pasillo, en el lado derecho — se inclinó hacia el último cajón de la veladora y sacó una llave antes de mostrársela —. Con esto abres la puerta. Marianné asintió con una sonrisa, y Remo se despidió por último con un corto y entrañable beso sobre sus labios. — ¡Espera! — le dijo ella, envolviéndose en una sábana antes de ponerse de pie. Remo se detuvo mirando rápidamente su reloj — Hay algo de lo que… quiero hablarte. — Será después, ahora en serio tengo que irme. — Pero… — Cariño, volveré y me contarás todo lo que quieras, ¿de acuerdo? — Bueno —
Durante las siguientes dos horas, Remo se dedicó entero a Marianné. Le recordó lo bien que se sentía montar a caballo y con paciencia la instó a hacerlo después por su cuenta, sin su ayuda, y es que aunque al principio Marianné se mostró nerviosa al subirse al lomo de soledad, esta se portó a altura y terminaron por congeniar muy bien. Remo sonrió más que encantado, y un tanto nostálgico también, pues no había visto a soledad tan receptora con nadie desde la muerte de Florencia. — Le agradas — le dijo él cuando volvieron a los establos. Marianné torció una sonrisa, mientras acariciaba el suave pelaje del animal. — ¿Crees que Florencia estaría molesta? — ¿Por qué lo estaría? — No lo sé, imagino que era muy protectora con soledad. Remo sonrió, al tiempo que daba la orden a uno de sus hombres para que se llevaran al animal. — Lo era — recordó entonces con cariño —… pero estoy seguro de que no le habría molestado, al contrario, creo que se hubiesen llegado muy bien. Marianné alzó
Más tarde, en el despacho, se encontraban Remo y Savino, poniéndose al día de los asuntos importantes. — El juez ya sabe lo que tiene que hacer. A Fabio Cavallier todavía le quedan muchos años de cárcel — mencionó Savino, de este lado del escritorio, pero Remo parecía tan ensimismado que no pareció escucharlo — ¿Remo? — llamó, consiguiendo que su jefe y amigo al fin prestara atención — ¿Qué te pasa? Remo se recostó contra el respaldo de su silla y exhaló profundamente. — ¿Crees que debería confiar en Marcello? — preguntó de pronto, tomando por asombro a Savino, que rio, creyendo que se trataba de un chiste, hasta que descubrió que no. — ¿En serio estás preguntándome esto? Remo se encogió de hombros ligeramente, mientras jugaba inquieto con el bolígrafo. — Últimamente lo he notado con una actitud demasiado filosa. — Pero estás hablando de Marcello — le recordó Savino —. Joder, Remo, han sido amigos toda la vida, y lo que sea que pueda estar pasando, estoy seguro que no tiene nada
Marianné gimió de asombro, pero también de recibimiento, y como una autómata, respondió ante el contacto, sintiendo como la boca masculina la consumía y seducía con increíble placer. Se separaron después de un instante, buscando el aire, aunque no se alejaron. — Me alegra que todo haya quedado solucionado. Ella sonrió. — Yo también. Hoy… cuando fui a buscarte, lo hice pensando en arreglar las cosas — confesó con un tierno sonrojo en las mejillas. Remo le besó la comisura. — Anoche también fui a verte. Te dije cosas que no quería. — Yo igual. — Quiero que estemos bien, ¿de acuerdo? — ella asintió, más que encantada. — Y lo de anoche, lo de… Fabio… Yo… — Dejemos eso atrás. Eso no debería volver a ser un tema de conversación entre nosotros. Ella torció una sonrisa triste. — Pero… lo que quieres hacer con Fabio es injusto. Estás pidiéndome que acepte que lo refundas en la cárcel tanto como puedas. — Marianné… — ¡Por favor, es inocente! Remo suspiró. — ¿En serio crees que es
Después de atravesar un tráfico de los mil demonios, Remo llegó al apartamento de Savino. — ¿Dónde está Marianné? — quiso saber, enseguida, azorado. — En la habitación, tu madre y nina… Sin esperar a que Savino terminara de hablar, Remo subió las escaleras, y no se detuvo hasta que llegó a la habitación. — Lo quieres… ¿no es así? — escuchó a su abuela cuando iba a entrar, pero se detuvo con el pulso acelerado. — Yo… me he enamorado de su nieto, pero, él… él solo jugó conmigo — musitó Marianné, al tiempo que él entraba. Las tres mujeres en aquella habitación alzaron el rostro. — Eso no es cierto — dijo, abriendo al fin la puerta y plantándose allí de pie, a unos enloquecedores pasos lejos de ella. Marianné se limpió las mejillas al tiempo que se incorporaba. No le preguntó qué hacía allí o cómo la había encontrado, por qué era más que evidente. Remo miró a su abuela y hermana. — Déjennos solos, por favor. Marianné negó. — No, no quiero estar en la misma habitación con él… po
Más tarde, esa mañana, Remo despertó con un horrible dolor de cabeza. — Ah — se quejó agudamente, sin comprender por qué se sentía en aquel terrible estado, y se llevó las manos a las sienes, al tiempo que la puerta de la habitación se abría y Ginevra entraba. — Buenos días, cariño — saludó con una sonrisa natural y dejó una charola con alimentos para dos en el desayunador junto a la ventana. Remo frunció el ceño, bastante contrariado. ¿Cariño? ¿Qué carajos? — Ginevra… ¿Qué estás haciendo aquí? Por favor, sal de la habitación — exigió, a la par que se incorporaba y descubría que solo estaba en ropa interior. — Pero… creí que te gustaría que te trajera el desayuno a la cama después de lo de anoche. — ¿De lo de anoche, Ginevra? — rio como si la joven mujer hubiese dicho un chiste y negó con la cabeza, mientras buscaba su pantalón y empezaba a abotonarse la camisa — Escucha, no sé de lo que estás hablando, pero, primero, no deberías pavonearte frente a mi vestida de esa forma, no e
Esa noche, dominado por el orgullo y un sentimiento oscuro superior a él, Remo se encerró en el despacho y bebió no solo hasta que el reloj marcó las tres de la madrugada, sino hasta que todo de él comenzó a anhelar arreglar las cosas con Marianné. — Debo hablar con ella — musitó, decidido, antes de incorporarse y acercarse a la puerta. Alguien entró antes de que él tuviera la oportunidad de salir. — ¿Ginevra? — preguntó, confundido. Echó un vistazo al reloj para comprobar lo tarde que era — ¿Qué haces despierta a esta hora? — No podía dormir, y como vi que la luz del despacho estaba encendida, pensé que podríamos hacernos un poco de compañía. ¿Qué dices? — musitó con una media sonrisa afligida. Remo negó. — Lo siento, Ginevra, pero ya me iba a retirar. Dile a una mucama que te prepare un té. — ¡Pero…! — Buenas noches — entonces se retiró, y la dejó allí, sin sospechar lo que pasaría después. Minutos más tarde, entró a la habitación y vio que Marianné dormía profundamente, así
Después de un largo silencio, Marianné al fin preguntó: — ¿Es cierto? ¿Es… cierto lo que dijo? Odio que lo mirara como si no reconociera en él el hombre que la había convertido en su mujer. — Marianné, escúchame. — ¡Responde, Remo! ¡¿Es cierto?! Remo apretó los puños. Miró a Marcelo por encima del hombro y le pidió que los dejara solos. Cuando volvió su atención a Marianné, suavizó la mirada. Le dolía que lo viese de esa forma. — Sí, es cierto, pero… — sin que pudiera terminar de hablar, Marianné acortó la distancia que los separaba y le atravesó la mejilla con una fuerza que no supo de donde vino. Lo miró con ojos envenenados. Dios, se sentía tan decepcionada — Marianné, escúchame… Ella negó. — ¿Qué quieres que escuche? ¿Lo realmente cruel que puedes llegar a ser? ¿Que mientras dices querer protegerme… hundes más a mi familia? — preguntó con ironía. — Ellos ya no son tu familia. Yo lo soy. Eres mi mujer, y cuando te divorcies, serás una Gambino. Ella negó y se limpió rabiosa
Cuando llegaron a la mansión Gambino, Remo entrelazó su mano a la de Marianné al bajar del auto. Para ese momento, todo el mundo ya sabía que estaban juntos, que ella era suya. Sin embargo, fue a Priscila a quien no le vino en gracia esa noticia, y todo lo que había hecho durante años para mantener a esa familia lejos de la suya, se comenzaba a tambalear. No podía consentirlo. No podía porque si Remo llegaba a enterarse de las cosas que ella tuvo que hacer en el pasado para no perder a su familia, la odiaría, la odiaría profundamente, así que debía actuar ahora con más inteligencia si quería sacar a esa definitivamente de sus vidas. Mientras tanto, ajeno a todo, salvo a la mujer que llevaba tomada de la mano, Remo no era consciente de lo que se planeaba a sus espaldas. — ¿Dónde está Marcelo? — preguntó a uno de los guardias de la mansión, mientras entraba a la casa. — En el despacho, señor. Lo está esperando. Remo asintió y llevó a Marianné a la habitación, como ella le había pedi