CAPÍTULO 05

Los nudillos de Alejandro golpearon con urgencia la puerta del apartamento de Ava, un latido entrecortado que hizo eco de su corazón acelerado. El silencio lo recibió, el silencio del pasillo vacío amplificaba su desesperación. 

Presionó su oreja contra la fría madera, esperando escuchar un susurro, un movimiento, cualquier cosa que indicara que ella estaba allí. Pero no hubo nada; sólo la vacía ausencia que había comenzado a carcomer sus entrañas.

—Maldita sea, Ava. —murmuró en voz baja, sacando su teléfono una vez más. Su pulgar se cernió sobre el botón de llamada antes de presionarlo con resignación. El tono de marcar zumbó en su oído, un preludio del inevitable aviso del correo de voz.

—Ava, soy yo... otra vez. —comenzó Alejandro, las palabras cayendo en un torrente—. Por favor, me estoy volviendo loco. ¿Dónde estás? Por favor, sólo... llámame. —Terminó la llamada con una exhalación temblorosa, la pantalla de su teléfono reflejaba a un hombre al borde de la razón.

El sol se hundió en el cielo mientras los dedos de Alejandro bailaban sobre el teclado, enviando texto tras texto. 

'Te necesito', 'Lo siento', 'Vuelve a mí'. 

Cada mensaje era una súplica, una carta de amor digital lanzada al vacío.

—¡Deja el teléfono!, estamos en la mesa. —Alejandro recibió una reprimenda de su madre. Puso el móvil a su lado y continuó con la comida. 

—Solo le respondía un mensaje a Sara, se siente un poco nerviosa por la boda. —mintió de manera descarada Alejandro, ni siquiera había tenido contacto con su prometida. Seguía insistiendo en contactarse con Ava. 

—¿Nerviosa? Está irritable y ha llegado todos los días a la oficina con su voz desesperada buscando a Alejandro. —Esta vez intervino Sebastián, quien estaba muy ansioso por el día de la boda de Alejandro. 

—Es natural que se sienta así, hace una semana no recibía llamada de la diseñadora, estábamos listas para poner una demanda, pero hace dos días Sara recibió su vestido de boda y a no ser que está bellísimo hubiera continuado con la demanda. 

—No me interesan los problemas en la celebración de matrimonio de Alejandro, lo único que pido es paz en la empresa, no quiero que Sara vuelva a interrumpir una reunión de socios, porque su manicurista se enfermó de gripe. 

—Solo te sientes celoso, porque yo logré lo que tú no has podido y no lograrás: Casarte. Seré el dueño de las grandes mansiones y de esta casa. 

—No me subestimes hermanito, en cualquier momento puedo casarme y darle heredero que mi padre necesita.  

—¡Basta! —intervino Michael Montenegro, padre de ambos hombres. Su ropa de color negro, elegante, sus zapatos bien lustrados y su cabello grisáceo bien peinado. 

Tomó asiento en la silla principal. 

—En la mesa no está permitido las peleas, así que terminan de comer y hacen sus tareas. La boda de Alejandro con Sara está a la puerta, no quiero excusas de tu parte —se dirigió a Sebastián—. Te quiero presente y sonriente en el matrimonio de tu hermano. 

—Lo estaré papá. —dijo con resignación Sebastián. 

—Y es bueno que elijas a una novia, los años pasan y no quiero verte solo. —habló esta vez su madre. 

—Con ese carácter, lo dudo. —se burló Alejandro. 

—Cuando lo haga será por amor y no por ambición. 

—Eso ya lo intentaste y si mal recuerdo, tu novia te dejó en el altar. 

—¡Alejandro! —recriminó su madre. 

Sebastián hizo la silla hacia atrás y se levantó de la mesa. Tiró la servilleta al suelo y se retiró del comedor. Discutir con su hermano no era una opción. Sus padres estarían siempre a lado de su hermano. ¿Y la boda? Él más que nadie esperaba por ese momento. 

(...) 

Los días se volvieron borrosos hasta que el tiempo perdió significado, y Alejandro se encontró de pie en el altar, con una visión de Sara sonriéndole desde el otro lado del pasillo.

Alejandro, vestido impecablemente en un traje a medida, se sentía radiante de felicidad y triunfo. Había logrado casarse antes que su hermano Sebastián, y no solo eso, sino que además había asegurado una alianza con una de las familias más adineradas de la ciudad al unirse a Sara.

Sebastián, su padrino, se inclinó con una sonrisa conspiradora. —¿Estás listo para una sorpresa? —susurró, su voz apenas audible por encima del creciente cuarteto de cuerdas.

De por sí, su hermano ya se encontraba nervioso y las palabras de Sebastián alteraron sus nervios. 

—¿Sorpresa? —repitió Alejandro, con el miedo enroscándose en su estómago.

—Invitado especial. —dijo Sebastián, guiñandole un ojo—. Solo espera.

De pronto su conversación se fue interrumpida por la marcha nupcial que anunciaba la entrada de Sara. Ella iba en compañía de sus padres. Samuel y Dorothy Huntington. 

La elegancia de Sara era innegable, su vestido, una cascada de seda y diamantes que susurraba riqueza a cada paso. Un vestido hermoso para todos los presentes, se veía como toda una reina, sin duda alguna todos estaban boquiabiertos al ver su presencia en la iglesia. 

Sara caminaba hacia él, deslumbrante en su vestido de novia, con una sonrisa radiante en los labios. Se sentía como el hombre más afortunado del mundo al tenerla como su esposa.

Cuando Sara finalmente llegó a su lado, Alejandro tomó su mano con ternura, sintiendo una oleada de triunfo y satisfacción recorriéndolo. Estaba seguro de que esta unión le aseguraría un futuro próspero y lleno de lujos.

—Empecemos, ¿de acuerdo?. —La voz del oficiante atravesó los murmullos, devolviendo a Alejandro al presente, un presente que parecía una jaula bellamente dorada.

—Por supuesto. —intervino Sara, su voz clara y brillante, aunque no pudo ahuyentar las sombras que se aferraban al alma de Alejandro. Él asintió, consolidando su papel, pero su espíritu a la deriva, atrapado en la estela turbulenta. 

Los padres de Sara y Sebastián caminaron hacia sus lugares. 

La ceremonia transcurrió sin contratiempos, y cuando el momento de intercambiar los votos llegó, Alejandro los pronunció con convicción, comprometiéndose a amar y proteger a Sara por el resto de sus días.

Una vez declarados marido y mujer, Alejandro y Sara se miraron el uno al otro con amor y anticipación, mientras los aplausos y vítores de los invitados llenaban el aire. Para Alejandro, este día no solo marcaba el comienzo de una nueva vida con su esposa, sino también una victoria personal sobre su hermano y una garantía de seguridad financiera para el futuro.

(...) 

La música resonaba suavemente en el salón de eventos, creando una atmósfera de romance y celebración mientras Alejandro y Sara realizaban su elegante baile de primeros esposos. 

La pareja irradiaba felicidad y complicidad mientras giraban graciosamente por la pista de baile, los ojos llenos de amor el uno para el otro.

De repente, un silencio tenso cayó sobre la habitación cuando Ava hizo su entrada, deteniendo todos los movimientos y conversaciones en su camino. 

Vestida con un imponente vestido que desafiaba la gravedad, su presencia era como una tormenta en el tranquilo mar de la boda.

Se escapó un grito ahogado colectivo cuando Ava entró en el santuario.

El pulso de Alejandro retumbaba en sus oídos, un tamborileo frenético ahogaba los murmullos. 

Sus ojos se fijaron en los de Ava, esos charcos de fuego decidido que ardían a través de la fachada de ceremonia y decoro. 

Se movía con la gracia de una pantera, cada paso era deliberado, su vestido no era nupcial, sino victorioso: un tapiz de desafío tejido con hilos de seda.

Los ojos de Alejandro se abrieron sorprendidos al ver a Ava, su expresión era una mezcla de incredulidad y confusión. 

Ava avanzó con determinación hacia la pista de baile, ignorando las miradas de asombro y las murmuraciones que la rodeaban. 

Cuando finalmente llegó al centro de la habitación, se detuvo frente a Alejandro y Sara, su mirada fija en el hombre que alguna vez creyó amar.

Los susurros recorrieron la multitud como una brisa entre las hojas de otoño, y las miradas de todos parpadearon con curiosidad y anticipación. Alejandro sintió un sudor frío en la sien, el miedo se mezcló con una extraña sensación de alegría. 

—Perdón por la interrupción —la voz de Ava resonó, sus palabras agudas como el cristal, pero forradas de terciopelo. 

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Alejandro, su voz llena de incredulidad y nerviosismo.

Ava ignoró su pregunta y se volvió hacia Sara con una sonrisa falsa. —Felicidades, Sara. Espero que seas muy feliz con Alejandro. 

Sara le devolvió la sonrisa con cortesía, pero la tensión en el aire era palpable. Se encontraba confundida por la presencia de la chica que tomó las medidas de su vestido. 

De pronto la figura de Sebastián apareció a lado de Ava. La tomó por la cintura y la acercó a su cuerpo. 

—¿Qué pasa aquí? —preguntó Sara. 

—Ella es… —continuó Sebastián, sin apartar su mirada de la de Ava—. Mi esposa. 

Una vorágine de emociones arrasó dentro de Alejandro, la incredulidad, luchando con los fragmentos de esperanza que lo habían anclado a este momento. 

Sebastián permaneció inmóvil, su expresión ilegible, pero sus ojos tenían el brillo de un desafío afrontado y ganado.

Y en el espacio, entre los latidos del corazón, el mundo cambió irrevocablemente. Los sueños de Alejandro, tan intrincadamente ligados a la mujer que tenía delante, se marchitaron ante la dura luz de la revelación. 

Los susurros de la multitud se convirtieron en una cacofonía, pero él no escuchó nada de eso, porque todo su ser resonó con el eco de la declaración de Sebastián.

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