Capítulo 7
— Despierto, ¡está despierto!

Al ver al paciente despertar de pronto, todos quedaron asombrados. Especialmente cuando vieron que los indicadores de las máquinas volvían a la normalidad, todos se quedaron mudos. Nadie había pensado que un joven pudiera curar al anciano de una enfermedad tan rara, para la cual incluso un grupo de expertos no había encontrado ningún remedio.

¡Qué extraordinario!

—¡Qué bien! ¡Por fin el abuelo está curado! —Irene sintió una alegría inesperada que la hizo llorar al ver que el rostro del abuelo había vuelto a la normalidad.

Ahora Estrella por fin pudo relajarse. Había estado muy tensa antes.

—Señor González, le debemos un gran favor. Desde hoy en adelante, ¡eres el invitado de nuestra familia! —Estrella se inclinó con veneración.

—No hace falta. Estoy a tu disposición —sonrió Pedro.

Eran palabras humildes, pero la opinión del profesor era extremadamente irónica. Habían hecho todo lo posible para curar la enfermedad, pero no lo lograron. ¿Y ahora Pedro decía que esto costó poco trabajo?

¿No era una simple ironía?

—Oye, ¡tú! ¿Qué pasó con la escolopendra? ¿Por qué estaba dentro del cuerpo de mi abuelo? —preguntó de repente Irene.

—Esa no es una simple escolopendra, es un insecto venenoso que se cría artificialmente —dijo Pedro y se dirigió al anciano—: ¿Has estado hace poco de viaje? ¿Has comido algo que no deberías?

—Exacto. Hace unos días fui a la capital provincial para asistir a una velada. En aquella velada bebí un poco —asintió el anciano moviendo la cabeza.

—Si no me equivoco, alguien te ha hechizado —dijo Pedro, sorprendiendo a los demás.

—¿Me han hechizado? —El anciano se quedó pasmado.

Los presentes se miraban entre ellos, atónitos. Todo el asunto parecía muy misterioso.

—¡Qué tonterías estás diciendo! ¿Hechizado? ¡Eso no existe! En mi opinión, seguramente el anciano comió huevos de escolopendras —intervino el profesor Ruiz.

—Profesor Ruiz, permíteme preguntarte: ¿pueden sobrevivir los huevos de simples escolopendras en el cuerpo del humano? Si no sabes esto, no pasa nada, ¡pero no demuestres tu ignorancia! —dijo Pedro en un tono serio.

—¡Tú…!

Cuando iba a replicarle, Estrella lo miró con enojo y enseguida el profesor sintió miedo y no se atrevió a hablar más.

—Muchas gracias por la advertencia, señor González. Lo investigaré cuidadosamente dijo Estrella, muy seria.

Había oído hablar del hechizo antes, pero nunca había visto y ni siquiera pensado que esto pudiera pasarle a su abuelo. No le importaba quién había sido tan atrevido. ¡Le haría pagar por todo esto!

—Ya he eliminado el insecto venenoso, pero todavía queda algo de veneno en su cuerpo. Toma estos medicamentos según la receta. Tómalo durante tres o cinco días y mejorará —dijo Pedro, pasando una receta.

—¡Muchísimas gracias! —Estrella se apresuró a cogerla.

—Bueno, ya no queda nada más por hacer. Permítanme retirarme primero.

—Te acompaño —Estrella le indicó el camino con la mano.

—Hermana, ¿qué hacemos con este jarro de insectos? —preguntó de pronto Irene.

—Antes, el profesor Ruiz había dicho que se comería este jarro de insectos. Así que hagamos lo que prometió. Mírenlo comer. Si no termina, ¡no lo dejen salir! — mandó Estrella.

—¿Qué?

Al oír esto, el profesor enseguida se desesperó.

En ese momento, en otra habitación del hospital…

—Mamá, ¡Pedro me golpeó! ¡Esta vez tienes que hacer algo por mí!

Acostado en la cama, Andrés no paraba de gritar y llorar.

Unas gruesas gasas le cubrían la cabeza y solo permitían ver sus ojos, nariz y boca.

—No te preocupes, hijo mío. Me vengaré por ti sin falta —Yolanda sintió ternura hacia él.

—Señora Soto, ¡qué atrevido es Pedro! ¿Cómo se atrevió a golpearlos? —dijo de repente un hombre muy guapo, vestido con un traje.

Era Jaime, el segundo hijo de la familia Fuentes y el pretendiente más fiel de Leticia.

—Jaime, ese tipo estaba loco. Cuando detuvo a mi hijo, lo golpeó salvajemente. No pude detenerlo —dijo Yolanda, muy enfadada. ´

—¿Cómo? ¿Ese hombre era tan arrogante? —dijo Jaime con mala cara—. Señora Soto, precisamente conozco a algunos amigos de la mafia. ¿Por qué no me deja que me vengue por usted?

—¡Así será mejor! —Yolanda se puso muy satisfecha y contenta.

—Jaime, haz que lo golpeen fuertemente, sería mejor que cobre por invalidez —gritó Andrés.

—No hay problema. Seguramente de ahora en adelante él solo podrá estar tumbado en la cama — sonrió Jaime malvadamente.

Antes ya despreciaba a Pedro. ¿Por qué un hombre que no tenía ni poder ni riqueza podía casarse con una presidenta tan bella? Tenía que aprovechar esta oportunidad para golpearlo.

—Andrés, ¿cómo estás?

Leticia, con un vestido largo de color negro, entró de repente al cuarto.

Su rostro hermoso y su figura esbelta hicieron que los ojos de Jaime se iluminaran.

—Hermana, ¡por fin has llegado! Mira, mira, ¡qué aspecto tengo ahora por culpa del otro!

Andrés se levantó de un salto y mostró su cara envuelta en gasas.

—Ya sé todo lo que pasó. Además, Pedro ya me pidió perdón por teléfono. Déjalo —le consoló Leticia.

—¿Dejarlo?

De repente levantó la voz.

—Hermana, ¿estás bromeando? Me ha golpeado como a un cerdo. ¿Crees que lo voy a olvidar con solo un perdón? ¿Por quién me tomas?

—Entonces, ¿qué quieres hacer?

—Quiero que se arrodille, se incline y reconozca sus errores.

—¡Él es tu cuñado! ¡No hagas tanto escándalo!

—¡Mierda! ¡No es mi cuñado! ¡No creas que no sé que se han divorciado!

—Diga lo que diga, no podemos olvidar el pasado. Aparte de eso, ¿acaso no tienes culpa?

—¡Hermana! ¿Por qué apoyaste a un hombre que no es de nuestra familia? ¿Qué culpa tengo? Solo arrojé su jade al suelo. ¡Qué chulo es! —Andrés se sintió muy descontento.

—¡Espera! ¿Qué acabas de decir? ¿Jade? —Leticia frunció el ceño.

—Es aquel jade que siempre llevabas encima. Dijo que era una reliquia de su familia. A mi modo de ver, es solo una basura —dijo Andrés moviendo su boca con desdén.

—¿Has arrojado aquel jade? — preguntó Leticia.

—¡Eso es! Ese tipo no supo apreciar los favores. Yo quería ese jade y él no me lo dio, así que lo arrojé al suelo en el acto —dijo Andrés naturalmente.

—¡Mereces ser golpeado!

Cuando supo la verdad, Leticia se puso roja de la ira. Ahora entendía por qué Pedro lo había golpeado. Resultó que fue su hermano quien quería apoderarse del jade. Cuando no lo consiguió, lo tiró al suelo.

Los demás no conocían la historia, pero ella sabía claramente qué significaba el jade para Pedro. No solo era una riqueza dejada por su familia sino también la única reliquia que le había dejado su madre. Era una creencia y una esperanza.

Cuando llegó el momento de divorcio, Pedro no pidió nada más que aquel jade, que no podía abandonar, lo que demostraba que el jade jugaba un papel imprescindible en el corazón de Pedro.

—Hermana, ¿no es solo un jade? ¿Por qué me regañas? —se quejó Andrés.

—¡Así es! ¿Acaso un jade es más importante que la vida de tu hermano? —dijo Yolanda, sintiéndose muy desagradable.

—¡Os dejaré pagar más tarde por esto!

Leticia no quiso explicarles más. Después de decirlo, salió a toda carrera.

El hermano era arrogante e irrazonable, mientras su madre confundía la verdad con la mentira y lo calumniaba con mala intención.

Además, ella había sido muy impulsiva y le había dicho algunas palabras duras.

Ahora, después de pensarlo, se arrepentía.

Sí, si no estuviera tan furioso, con el carácter de Pedro, ¿cómo podría haberlo golpeado fácilmente?

Fue ella quien lo culpó con tanta injusticia.

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