Capítulo 5

La semana transcurrió entre el trabajo y el hospital para Kimberley. Cuando el viernes llegó ella pudo respirar al enterarse que los pólipos de su madre eran benignos y podrían ser extirpados sin ningún riesgo. Eso fue un alivió para la joven y pudo concentrarse en la reunión con los padres de su novio. Cuando Siena y Misael se enteraron del viaje se pusieron felices de conocer a los padres de quien consideraban su papá. Ese día de buenas noticias, Francis los recogió en la casa, ya que la joven estaba de licencia por unos días, y fueron a un restaurante familiar donde los pequeños podían divertirse un poco en los juegos del lugar.

Cuando Kimberley se colocó el cinturón, él arrancó el auto y a los pocos segundos rompió el silencio.

—¿Cómo está tu madre? —preguntó mientras manejaba.

—la vi mejor y con más ánimo, le dije que vería a tus padres este fin de semana y se puso contenta, dice que ya es hora después de tanto tiempo juntos.

—Le dijiste que el problema no eres tú, sino yo, que no tengo buena relación con ellos —comentó girando a verla y luego volvió la mirada hacia delante.

—Mami —la llamó su pequeño, ella volteó para verlo—. ¿Los papás de Francis, qué son nuestros? —inquirió curioso Misael.

La chica suspiró y volteó a ver al hombre, no supo qué responder, entonces él decidió hacerlo.

—¿Qué soy yo para ti? —respondió con otra pregunta.

—Mi papá del corazón —contestó el joven con soltura.

—Y mi papá también —agregó Siena sonriendo.

—Entonces, ellos serían sus abuelos del corazón —respondió un poco tenso, se notaba por como estaba tomando el volante.

Kimberley se dio cuenta, pero no hizo mención de ello.

—¿Y vamos a conocerlos mañana? —preguntó la niña esa vez.

—Sí, iremos a su casa porque nos han invitado. —El joven tragó grueso.

—¿Tú tienes hermano, Francis? —indagó la pequeña.

—Sí, tengo un hermano mellizo —respondió el hombre sin perder la concentración en la avenida por donde manejaba.

—Cómo nosotros —exclamó entusiasmada Siena.

—Exacto, solo que nosotros somos dos varones, y ustedes son un niño y una niña.

—¡Claro! —comentó casi en un susurro la pequeña—. ¿Y él que sería nuestro?

—Su tío de corazón —comentó dulcemente su madre.

—Mi mamá tiene una hermana mayor —agregó Misael.

—Así es —comentó el hombre.

—¿Ella que es de ti? —preguntó la niña.

—Creo que están haciendo muchas preguntas ya —interrumpió su madre el momento inquisitivo de los pequeños—. Qué les parece si miran por sus ventanillas y cuentan todos los autos blancos que ven en el exterior, desde ahora y hasta que lleguemos al restaurante.

—Sí —exclamaron al unísono levantando sus pequeños brazos en señal de entusiasmo.

—Lamento tanta interrogación. —musitó disculpándose la joven—. No sé qué les pasa, quizás están alterados por lo de mi madre.

—¡Descuida cariño! Sé que no hemos hablado de ello, pero quiero mucho a los niños, nos frecuentamos hace meses, estoy viéndolos crecer, y es natural que pregunten. Están en la edad —comentó Francis acariciando el muslo de la joven.

—Desde que comenzaron la escuela están más verborrágicos e inquisitivos —mencionó la chica tras un suspiro.

—Es natural. —Volteó a verla al detenerse en un semáforo—. Tú tranquila.

—Tengo miedo de que esa verborragia mañana haga estragos en la casa de tus padres.

—¿Eso es lo que te tiene preocupada? —Ella asintió, mientras Francis volvió a conducir—. No lo hagas, sabremos manejarlo. Sé que no es oficial, pero para mí ustedes son mi familia.

—¿Qué dices? —inquirió alarmada.

—No te alarmes, lo que digo es que ustedes me importa y no estarás a solas con mis padres, recuerda que irán mi hermano y su novia. La atención está repartida, tengo entendido que ellos tampoco van hace mucho.

—¡Oh, vaya! —musitó la joven.

—Ahora disfrutemos de esta noche, mañana ya veremos qué debemos hacer. —Le sonrió aparcando el auto en el estacionamiento del restaurante.

Los cuatro bajaron del vehículo e ingresaron al lugar, y una mesera los dirigió hacia una mesa familiar cerca de  la zona de juegos. Les dejó las cartas y Kimberley apenas pudo fijarse su menú porque los niños la jalaron de las manos para que los llevara al sector de juegos. Una joven de cabellos cobrizos le informó que podía quedarse tranquila por la seguridad de los niños, ya que había tres personas cuidándolos. La joven agradeció y dejó a los pequeños en el lugar regresando a la mesa con su novio.

—¿Qué sucede? —preguntó Francis cuando ella se sentó—. Desde que subimos al vehículo estás cómo taciturna.

—Me quedé pensando en lo grande que están los mellizos y también en lo que les dijiste de que tienes un hermano mellizo. Nunca me contaste.

—Sucede que no tengo una estrecha relación con él.

—Entiendo. ¿Y a qué se dedica?

—¿Por qué ese repentino interés con mi hermano? —Frunció el ceño.

—Por dos razones, la primera es que mañana lo conoceré, y segundo porque el doctor de guardia que nos atendió el día internaron a mi madre, él estaba ahí. A menos que tengas un doppeltgänger, debe ser tu hermano mellizo.

—No estoy seguro dónde trabaja mi hermano. —Ella arqueó una ceja incrédula—. Créeme cuando te digo que en serio no tengo relación con mi hermano.

—Ojalá eso nunca me pase a mi, me refiero a que los mellizos dejen de hablarme y no tengan buena relación entre ellos.

—Claro que no te pasará, eres una madre todoterreno, esos niños te aman. La sujetó de la mano en señal de apoyo—. Siempre serás su super mamá.

—Espero que tus palabras nunca se desvanezcan.

—Creeme cuando te digo que esos niños jamás dejarán de amarte, eres su todo. —Soltó su mano—. Y el amor de mi vida. —Tragó grueso—. Iba a esperar hasta luego de la cena. —Se levantó rebuscando en su bolsillo.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó alarmada y nerviosa, cuando él se hincó en una de sus rodillas.

—Durante toda mi vida he esperado a la mujer correcta y me he enamorado de las incorrectas varias veces. —Respiró profundo—. Hasta que me di cuenta que la persona correcta es la que me hace vibrar, sentir y contigo puedo experimentar todo eso con la mayor de las intensidades.

—¡Ay Dios, Fran! —exclamó ella llevándose las manos a la boca.

—No quiero pisar la casa de mis padres con mi novia, sino con la mujer que elijo para toda mi vida. —Abrió la caja y sacó el anilló, ella lo miraba sorprendida—. ¿Quieres ser mi esposa?

Los ojos de ella se anegaron de lágrimas y al levantarse, él se paró.

—Sí, sí quiero casarme contigo —respondió sin salir de su asombro.

Ambos se abrazaron en un sentido abrazo y el restaurante estalló en aplausos y vitoreó. Francis le colocó el anillo en el anular y le dio un beso en los labios susurrándole lo mucho que la amaba. Se separaron y volvieron a sentarse, la chica no paraba de ver su sortija.

—Aún no puedo creerlo —indicó sorprendida viéndolo a los ojos.

—Es algo que estoy pensando hace varias semanas. —Suspiró ahogadamente—. Sé que hace poco salimos, pero algo en mi interior me dice que no podre volver a amar como te amo y te quiero en mi vida para siempre

—Yo también te quiero para siempre en mi vida.

—Estaba muy nervioso porque no estaba seguro de que me responderías.

—Sé que nunca hemos hablado de este tema, del matrimonio, de una familia, pero he fantaseado en secreto, eres el padre que hubiese querido para mis niños —comunicó con los ojos anegados de lágrimas.

—Pues, yo soy todo suyo, de ti y de los niños. Los amo con el alma, y cada vez que pensaba en comenzar una vida al lado de los tres el corazón se me llenaba de dicha. Así que me dije a mi mismo, por qué no dar este paso. —Secó algunas lágrimas que se habían agolpado en sus ojos—. ¡Ufff! —Suspiró para quitar todo el nerviosismo de su cuerpo.

—Sé que no llevamos décadas, pero no imagino mi vida al lado de otro hombre que no seas tú. —Se mordió los labios—. Te amo con locura. —Tomó el rostro del joven con ambas manos y volvió a besarlo—. Gracias por pensarlo por los dos —susurró en el oído del joven, mientras se abrazaban.

—Siempre pienso por los dos, de hecho siempre lo hago por los cuatro. —Se corrigió instantáneamente, luego se separaron.

—Cuando los niños se enteren, se pondrán felices —comentó ella viendo el anillo.

—Lo sé —expresó el joven con una gran sonrisa.

—Por fin seremos una familia. —Sollozó con congoja.

—Por supuesto que sí. —La abrazó para contenerla.

—Y mi madre podrá ver eso —espetó entre los brazos del joven.

—Claro que sí, porque ella sanará. Luego de la operación, se pondrá fuerte, incluso para disfrutar de sus otros nietos —susurró al oído el joven.

—¿Cuáles nietos? —Se alejó un poco para verlo a los ojos.

—Los que tendremos juntos. —Ella abrió los ojos espantada—. Tranquila, no estoy diciendo que sean ya. ¿Tú no quieres tener hijos conmigo? —inquirió preocupado.

—Sí, claro —espetó con una sonrisa—. Solo que no me esperé que tú quisieras —aclaró la joven.

—Creí que tenías claro que quiero todo contigo, eres la persona ideal para mí.

—Eres un sol —musitó la chica acariciando su mejilla.

—Yo siempre voy a valorarte y cuidar de los pequeños. —Ella lo miraba atenta, pero con un poco de recelo—. Sé que nunca hablamos del tema, pero ¿qué pasó con el padre de los niños?

—No quiero hablar de eso —respondió alejándose incómoda del joven.

—Lo lamento, no volveré a mencionarlo. —Ella lo miró con tristeza en la mirada—. Sé que te haría bien hablar de tu pasado, pero entiendo que no es tu momento, y como siempre estaré para ti, puedo esperar. Soy paciente —agregó el joven sonriéndole.

—Gracias por ser tan comprensivo —comentó con una sonrisa vaga.

La cena transcurrió animada junto a los pequeños luego de que invadieran a preguntas a su madre cuando ambos le contaron de la noticia sobre el casamiento, haciendo reír a los adultos en más de una oportunidad. Casi una hora y media después Francis estaba despidiéndose de ella y los niños cuando Kimberley le susurró al oído.

—No te desharás tan fácilmente de mí —espetó abrazándolo por el cuello—. Sabes que a los niños.

—¿Y qué hay de ti? —inquirió el joven.

—Más que nada.

—¿Incluyendo los mellizos? —bromeó con una media sonrisa.

—Más que nada, no que nadie —respondió ella luego de unos segundos.

—¡De acuerdo! Me has convencido, pero mañana debo pasar por mi bolso a casa, antes del viaje.

—Te olvidaste algunas prendas en casa y están limpias, así que puedes llevar eso —comentó la joven.

—Estupendo —acotó sonriente y le dio un cálido beso en los labios.

—Entremos, antes de que nuestros monstruos destrocen la casa.

Ambos ingresaron a la propiedad, y ella fue quién cerró la puerta detrás de sí para unirse segundos después a su familia.

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