Oh, calor, calor!! Estos dos arden!
BaldassareElla ha gemido.Por mí.Mi lado posesivo se golpea el pecho.Soy un animal territorial.Nada de ella pasa desapercibido ante mis ojos. Puedo ver su cuerpo cediendo al mío, y eso me desquicia. Rompo la distancia y presiono el cañón del arma contra mi pecho. No temo que me dispare. Si lo hace, lo aceptaré.Estar cerca sin tocarla es inconcebible. Mis manos pican por sentirla y obedezco, posándolas en su cintura.—No tienes derecho a tocarme —gruñe, luchando contra nuestra conexión—. Me has hecho daño, ¿no te conformas?Su pregunta me toma con la guardia baja. Odio que sus ojos se humedezcan. No puedo deshacer la muerte de su padre, pero sí enseñarle lo bien que nuestros cuerpos se acoplan.—Mis planes nunca han sido herirte.Coloco mi mano sobre la suya y guio el arma entre mis cejas.—Acaba conmigo. Cobra tu vendetta —la aliento, y ella se muerde el labio inferior—. Es tu oportunidad.—¿Tú detonaste el lanzacohetes?Puedo ver el deseo de que lo niegue. Azzura quiere convencer
AzzuraSu pregunta me obliga a sentarme en la camilla. Balanceo las piernas buscando qué hacer con mis nervios.Este hombre es una eminencia. Su sonrisa es moja-bragas y, al mismo tiempo, desestabiliza a la quintina. Sus labios son un arma letal.Baldassare no despega los ojos de la tableta mientras yo intento encontrar la mejor respuesta a su pregunta.«¿Qué hago?».De todo.—Me haces dudar —respondo llanamente.El Biondo Diavolo alza la mirada y me remuevo en la camilla. No hay nada más precioso que perderse en sus pupilas.—Es al contrario —refuta, seguro.Enarco una ceja ante su convicción.—Te hago ver la realidad entre nosotros.—Eso no borra que seamos de familias enemigas —me aferro a nuestro amor imposible.—Acuéstate, tengo el dibujo.—Muéstralo —pido, nerviosa.—Será una sorpresa.Se pone los guantes de látex y mi cara debe indicarle mi negativa.—Confía en mí.—¿Y si me tatúas…? —Escribo en el aire con el dedo—: Eres mía, Gacela.Baldassare se da toques en la barbilla.—No
BaldassareMiro su reflejo en el espejo a nuestra izquierda y, joder, soy un cretino con suerte. La tengo desnuda, con el top enrollado en su vientre. Merda, el tatuaje queda perfecto entre sus niñas.—Es oscuro, elegante y poderoso. Justo como tú —recito con el corazón henchido.Azzura, asombrada, me encara. Sus ojos, aguados, terminan desbordándose y guío mis manos a su rostro. Froto con mis pulgares debajo de sus ojos y su llanto aumenta. La empujo contra mi cuello, donde se ajusta a la perfección, y masajeo su cuero cabelludo.—Espero que ese llanto sea porque separarte de mí es doloroso —susurro, y su risa me hace cosquillas en la piel.—Tienes talento para enloquecerme… pero también para recordarme que siempre seremos fugaces.Mi polla sigue dentro de ella, sin gorro, solo sus paredes abrazándome, y la sensación es otro maldito nivel. Me pregunto cuánto tardará en llegar el reclamo.—Debe ser agotador.Ella se separa de mi cuerpo y me enfrenta con el ceño fruncido.—¿Agotador?—N
Baldassare—¡Te lo marcaste! —exclama.No es algo común en mí. Mis tatuajes son una manera de expresar mi arte. Emociones. Pero esa marca merecía ser eterna.Azzurra se refiere a que me tatué su mordida arriba de la tetilla. Guido estuvo dispuesto. Aquella madrugada de vigilia con mi hermano en la suite, era mi turno de bañarme. Neri me relevó y, al salir, me encontré a Guido en el pasillo. Llevaba equipo de tatuar. Le pregunté si podía tatuarme. Asintió, serio. Lo demás es historia.—Y muy pronto me tatuaré el del hombro.Miro la mordida en el lado izquierdo, y su mano acaricia la zona.—Biondo Diavolo, comenzaré a cobrar por mis mordidas —bromea, y me sorprendo riendo por segunda vez sin control.—Triplico el pago por ello.La acerco, llevo mi boca a su hueco y succiono su piel, dejando un chupetón.—Te marqué un beso.Me dejo caer y observo cómo su sonrisa pinta su rostro, mostrando los dientes.—¿Gacela, averiguaste si debes tenerme miedo?Saco a colación nuestro primer encuentro.
AzzuraIgnoro la furia desmedida de Baldassare. Puede que esté irremediablemente, perdida por él, pero no dejaré que me controle. No nací para ser gobernada. Siempre he sido dueña de mis pasos.Terzo se remueve, y detengo la mano en su cabello. Me resistí de tocar su cicatriz. Su cuerpo se tensa bajo mi toque.—Terzo, soy yo, tu reina ácida.Retomo el movimiento en su cabello, y lentamente abre los ojos.El gruñido de Baldassare me satisface.—Merda, ¿qué pasó? —cuestiona el primo del Biondo Diavolo.Apenas han pasado cinco minutos a lo mucho.—¡Imbecille! —brama Terzo, incorporándose de golpe—. Te mataré —sentencia, y sus manos palpan su cuerpo.—¿Buscas esto? —pregunta el Biondo Diavolo, enseñándole una de sus armas.Terzo rechina los dientes sin despegar los ojos de su enemigo. Baldassare suelta el arma dentro del bolso y se lo arroja a su primo.—Seducir a la hija de tu enemigo es una bajeza —ataca Terzo.—¿Alguien me puede decir por qué estoy en el suelo? —insiste el primo.El cal
AzzuraJoder.Es arrebatador ser testigo de cómo sus ojos sonríen. Este hombre ha ganado. No tengo problema con su victoria. Me levanta por las nalgas, y mis piernas se enroscan en sus caderas. No miro a nadie. Solo le suplico con la mirada que no me humille. Puedo ver cómo sus ojos se suavizan. No hay maldad en ellos. Él no me lastimará. Soy suya.—Te dije que tienen química —escucho al primo.—Él la usa, no lo encubras —pelea Terzo.—Solo tú te niegas a ver lo que hay entre ellos —interviene Piero en su discusión—. No fue suficiente con espiarlos detrás de la puerta.El Biondo Diavolo me sienta en la camilla y apoya su frente en la mía. Suelto el aire y me relajo. Mis dedos sueltan sus mechones, y dejo caer mi mano junto con mis muros.—Eso es… solo asimila lo nuestro —susurra y roza su nariz con la mía—. No somos enemigos. El mundo puede irse a la merda, pero no permitiré que nos arrastre con él —decreta y se aleja.Mis manos lo retienen.—No me iré, solo quiero que me veas —promet
BaldassareNo dejo de tamborilear los dedos en la pierna. Me contengo de no ir tras de ella. Su cola, Terzo, podría volverla en mi contra. La gacela cedió. «Pero sigo en tus brazos», recito su admisión.—Guido nos espera en la camioneta —notifica Neri con un bostezo.Estoy de pie frente a la vidriera, recordando cuando la gacela miraba la calavera. Poso la mano en el cristal, pero la retiro con un puño apretado al sentir un arranque de celos. Terzo es la causa. Él ocupa el tiempo que deseo con mi gacela. Se interpone en mi admiración. Merda, como ahora. Si no supiera lo importante que es para ella, lo aniquilaría. Lo haría desaparecer de la ecuación. Pero no puedo. Ya he sido parte de un gran dolor en su vida. No puedo ser responsable de otro. Su padre no murió por mi mano, pero estuve a punto.Los dos asiáticos caminan de un lado a otro frente al local.El sonido de la puerta abriéndose me hace contener el aire. No albergo esperanzas. La gacela podría venir en modo enemigo o pacifica
BaldassareAl mirar a Azzura, la veo incómoda. Ya sabemos que odio verla en el ring siendo golpeada, odio verla triste y llorando. Y recién descubro que también odio que la hagan sentir mal.—Aclaremos esto… —Froto con el dedo índice su pierna—. Azzura Minniti me pertenece de la misma forma que yo le pertenezco. —Mis ojos capturan su asombro; la mirada que me regala está cargada de muchas emociones—. Siempre diré que es mía, mi Gacela, pero no para menospreciarla. Lo hago porque, simplemente, soy un obseso.—Lo confirmo —comenta Neri.—Grazie, primo, por dar fe —agrego con sarcasmo.—Esto es mucho para soportar —refunfuña Terzo.Lo observo y digo:—Terzo, quiero dejarlo claro entre nosotros. —Él me enfrenta, cara a cara—. Te pido, por el bien de Azzura, que pongamos de nuestra parte.Ella pone su mano sobre la mía. Detengo el roce en su pierna y volteo la mano, logrando que entrelace sus dedos con los míos.—Vayamos al maldito meollo —interviene Neri y aplaude—. Terzo, supera de una v