Pregúntale a la Luna
Pregúntale a la Luna
Por: Ana Ley
Prefacio

David se aparta dejándome respirar, se tumba junto a mi en la cama y se queda observando el techo de la habitación. Desde que llegué he notado algo diferente en él, se encuentra distante y pensativo. Sin duda no es la persona cariñosa a la que empezaba a acostumbrarme. 

Fue como tener relaciones con otra persona; está vez no hubo abrazos ni caricias bonitas, no intentó confesar sus sentimientos como lo hizo la última vez que estuvimos juntos; cuando dijo que me amaba. Más bien fue algo frío y mecánico, que a decir verdad no disfruté.

—Después de todo... Tenías razón, Azul. No creo que seamos el uno para el otro —declara David, dejándome en el limbo.

—Pero tú dijiste que...

—Ah… sí.. Eso fue en el calor del momento. No prestes atención a mis palabras. Sé que en nuestro "trato” dejaste muy claro que no querías esas «muestras de afecto», pero no te preocupes; no lo decía en serio —espeta, con el gesto más frío que he visto jamás en su rostro.

No sé en qué momento se torcieron tanto las cosas. ¿Cómo fue que llegamos a esta situación? 

Reprimo el dolor que se instala en mi pecho y amenaza con hacerme sollozar. Las manos las escondo debajo de la sábana para que no note el temblor que se ha apoderado de ellas.

—¿Y lo acabas de deducir? —inquiero con ironía.

—A decir verdad, no.

—Entonces me usaste.

—Ambos nos usamos ¿No?, De eso se trató este juego que tú misma propusiste —dice con una tranquilidad que me hiela la sangre. 

—Te diste por vencido —afirmo después de unos segundos.

—Sabes que tengo responsabilidades como Alfa que debo cumplir. La manada me necesita, así como necesita a su Luna y pienso dársela —murmura encogiendo sus hombros, como si estuviese hablando del clima—. Buscaré a una mujer que sí quiera ocupar ese lugar, que tenga las mismas metas que yo, y que quiera darme la familia que ansío tener.

Fuerzo a mi boca a formar una sonrisa, aunque más bien siento que parece una mueca y finjo la tranquilidad que no tengo. Sólo de imaginarlo con otra mujer; tocándola como me toca a mí, diciéndole que la ama… y peor aún, formando una familia juntos... Siento que me falta el aire, necesito salir con urgencia de aquí. 

Pero en el fondo reconozco que es lo mejor. Este momento tenía que llegar de una manera u otra, y me da cierta paz saber que solo seré yo quien sufra.

—Entiendo —digo recogiendo mi ropa que ha quedado desparramada por la habitación. Sabía que de alguna forma terminaríamos, pero jamás imaginé que sería tan humillante. 

Me visto de prisa bajo su atenta mirada. En cierto momento me parece apreciar un gesto de arrepentimiento en David, pero aparto la idea rápidamente cuando veo que él también comienza a vestirse. 

Tomo todo lo que traje conmigo y empiezo a caminar hacia la salida. Solo quiero estar en mi auto y dejar salir las lágrimas que me ahogan silenciosamente. Sujeto la perilla de la puerta y me detengo cuando pronuncia mi nombre:

—Azul...

El corazón lo siento en la garganta y mis esperanzas se asoman nuevamente.

—¿Sí..., Alfa? —Me volteo hacia él, pensando que dirá que todo ha sido una broma y me mostrará la cámara oculta en alguna parte, me tomará entre sus brazos como tantas veces trató de hacerlo y ahora me arrepiento de habérselo impedido. Pero en cambio dice:

—Espero que encuentres lo que buscas en la vida. 

No respondo... No puedo. Salgo casi corriendo y me meto a la privacidad de mi auto, derrapo sobre el camino que recorrí innumerables veces y ahora sí me permito llorar. 

Lloro amargamente por lo que fue y por lo que jamás será. Porque nunca sabré qué hubiera pasado si....

Llego a casa, tomo mis cosas y las amontono desordenadamente en una maleta. No sé a dónde me dirijo y la verdad no me importa; lo único que sé es que no me quedaré a observar cómo otra disfruta de la vida que a mí me correspondía.

La vida es tan injusta a veces.

Conduzco sin rumbo fijo, mientras le reclamo a la Luna el haberme enlazado a un hombre que no puedo tener. Aunque la verdadera culpable soy yo misma, por haber continuado con un juego que sabía de antemano cómo terminaría, por haber creído mis propias mentiras aún sabiendo que alguien resultaría herido. 

Lo que no imaginé, es que esa sería yo.

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