Mi pequeña descarada
Mi pequeña descarada
Por: Joana Guzman
Prólogo

Un año antes

Kassio observó el pétreo rostro de su padre, casi parecía que solo estaba durmiendo. La última vez que lo había visto, antes de viajar a Londres hace casi una semana, él se veía bastante bien, quizás no como el hombre fuerte y lleno de vitalidad que había sido alguna vez, pero tampoco notó en él ninguna evidencia de que fuera a morir pronto. Y, aun así, allí estaba, recostado dentro de su ataúd.

—Mis condolencias, hijo —le dijo uno de los amigos de su padre parpándose junto a él—. Tu padre fue un hombre ejemplar y todos lo extrañaremos. Él estaba muy orgulloso de ti.

Kassio lo sabía, aunque su padre nunca se lo había dicho. Su relación no era lo que se llamaría cercana. Maxim Volkov había tenido un orden de prioridades en la vida y el trabajo siempre había estado en la cima de la lista, mientras que criar a su hijo estaba casi al final. Pero no fue un mal padre. Se aseguró de darle la mejor educación posible, cubrir sus necesidades y nunca lo había maltratado.

Iba a extrañarlo.

—Gracias por venir —dijo antes de alejarse con Domenico, su mejor amigo, siguiéndolo de cerca.

Varios de los socios y amigos de su padre se acercaron a él para darle su pésame. Kassio soportó la siguiente hora con una expresión inalterable.

—Creo que esos han sido todos —comentó Domenico.

Vagó su mirada por el salón y casi hizo una mueca al ver que su madrastra fijaba su atención en él. La vio disculparse con los que estaba hablando y caminar en su dirección. Había estado evitándola desde que llegó, pero al parecer no podía seguir escapando de ella.

—Señora —saludó Domenico, inclinando la cabeza levemente hacia Nastia—. Volveré en un rato —le dijo a él y se alejó.

—Pensé que no llegarías, pero me alego de que lo lograras. El abogado de tu padre quiere reunirse con nosotros después del entierro para leernos el testamento de tu padre.

Una sonrisa irónica apareció en su rostro.

—¿Tan pronto?  

—No tiene sentido esperar —dijo su madrastra con suavidad. Era tan buena fingiendo—.  Además, es mejor ahora que estás aquí. Siempre estás de viaje.

—Trabajando. Algo que debe ser extraño para ti. —Colocó las manos en los bolsillos de su pantalón y se alejó en dirección a la puerta. Necesitaba algo de aire fresco.

—¿Escapando? —Domenico lo alcanzó cuando estaba llegando a la puerta—. No es que pueda juzgarte. Esa mujer me da escalofríos cada vez que está cerca.

Kassio sonrió levemente. Era reconfortante tener a su amigo a su lado en un día como ese, no es que se lo fuera a confesar.

—Nastia me acaba de informar que hoy leerán la herencia de mi padre.

—Vaya, eso es pronto.

—Tengo un mal presentimiento sobre eso.

Los dos se quedaron silencio allí hasta que alguien se acercó a informarle que había llegado la hora de empezar con la ceremonia de despedida.  

Un par de horas después, Kassio entró a la casa de su infancia. Hace tiempo que no vivía allí y solo la visitaba una vez al mes para comer son la familia.  Ahora, con su padre muerto, no tenía planes de regresar más.

—¡Hermanito! —Maxim, su hermano, nombrado así en honor a su padre, estaba de pie en las escaleras El niño de oro tenía la apariencia de haberse pasado la noche bebiendo.

—Maxim.

—Veo que sigues siendo tan reservado como siempre.

—No te vi en el entierro.

—Estaba un poco ocupado, pero llegué justo a tiempo para despedir a papá.

—¿Natasha? —preguntó mirando a su madrastra, parada detrás de Maxim.

—Está en su habitación, esta no es una reunión a la que deba asistir.

—Señores —saludó el abogado.

Su madrastra los condujo a todos hasta la sala y se acomodó en el sofá largo. Maxim se sentó a lado de ella y el abogado en el sillón. Kassio se quedó de pie en un rincón, con la espalda apoyada en la pared y los brazos cruzados sobre el pecho. El abogado le lanzó una mirada como si esperara que se uniera a ellos, pero debió deducir que no lo haría, ya que al final solo sacó los papeles de su maletín y empezó a leer el testamento.

—El señor Volkov dejó sus acciones, esta casa y otras propiedades que se mencionan a continuación a su esposa, la señora Nastia Volkova.

La decisión de su padre lo tomó por sorpresa. Era demasiado sospechoso que su padre hubiera decidido dejarle la totalidad de sus acciones a Nastia y por consiguiente a Maxim. El muchacho, a sus veinte cuatro años, era un especialista despilfarrar dinero más que en ganarlo y si su madre lo ponía al mando de la empresa, destruiría el legado de su padre tan rápido que nadie podría hacer nada para frenar la caída.

Miró su madrastra con curiosidad. Nastia estaba llorando sujetando un pañuelo cerca de sus ojos. La esposa abnegada. A su lado Maxim tenía una sonrisa comemierda mientras lo miraba como si acabara de ganar alguna especie de competencia.

Había algo raro e iba a descubrirlo.

—A mi hijo mayor le dejó la propiedad en las islas y … —Kassio dejó de escuchar la lectura mientras pensaba en lo que venía a continuación. Su padre lo había entrenado para ocupar su lugar cuando se retirara, pero con su madrastra en posesión de la mayoría de las acciones, eso ya no parecía una posibilidad.

Tenía un plan de respaldo. No se llegaba a los treinta y cuatro años con la reputación que había conseguido si no estabas preparado para cualquier percance. Sin embargo, no podía permitir que Nastia y su hijo destruyeran la empresa que su padre había llevado al éxito con tanto esfuerzo.

—Eso es todo —dijo el abogado.

Enderezó la espalda y se dirigió hacia la salida.

—Kassio, espera —lo detuvo su madrastra cuando casi había llegado a la puerta principal. Él se detuvo y se dio la vuelta. 

—Convocaré a una reunión de la junta para nombrar al nuevo CEO. Quiero que ocupes el cargo.  

Inclinó la cabeza hacia un lado intentando descifrar lo que su madrastra estaba tramando.

—Por supuesto —continuó ella—, tendrás que hacer todo lo que te diga.  

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