La joya perdida

Steve se quedó mirando a Bridgette, ella simplemente le sonrió.

—Ya tendremos tiempo de estar juntos, amor —le dijo— Ve a cumplir con tu trabajo, y deseo que te vaya muy bien.

—Eso es cierto —le dijo él sonriendo— Pero no hay tanto apuro, andando a buena velocidad puedo llegar a los Ángeles en unas tres horas. Así que vayamos a desayunar, ¿Te apetece?

—Por supuesto que sí —le dijo con una sonrisa llena de picardía— Después de tanta acción necesitamos reponer energías y ya mi estómago está protestando de hambre.

Steve se echó a reír con ganas, y luego recogió sus cosas y ambos se prepararon para abandonar el hotel. Steve cerró la cuenta y salieron hasta un restaurante pequeño y acogedor, allí comieron mientras conversaban.

—¿Sabes que nuestro amigo Luc está mejorando en su trabajo? —le dijo Steve.

—¿El guardaespaldas que me puso mi padre? —preguntó ella sorprendida.

—Sí, el mismo.

—¡Pero si no lo he visto desde que lo sorprendiste! —le dijo Bri sorprendida.

—Por eso te dije que lo está
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