Los niños llegaron corriendo por delante de Briana, que traía leche fresca para el biberón nocturno. Malec despertó al escucharlos, y en un abrir y cerrar de ojos la casa era un lío de voces animadas, las exclamaciones del bebé, los niños correteando a mi alrededor. Y la presencia dulce, única de mi pequeña para terminar de hacer perfecto ese momento.
Cenamos en medio del risueño alboroto que solían ser nuestras comidas. Era nuestra costumbre que en esos momentos Quillan y Sheila fueran el centro de atención indiscutido. Y los pequeños se atropellaban excitados para contarnos lo que habían hecho durante el día, mientras Malec intentaba esquivar las cucharadas de papilla para participar de la plática.
Luego me llevé a los niños y al bebé a la sala. Me senté en uno de los sillones frente al fuego con Malec en brazos y los niño
Los labios frescos de Risa contra mi piel me despertaron en medio de la noche. Ella lo advirtió aunque permanecí muy quieto, disfrutando sus amplias caricias por toda mi espalda y su esencia cubriéndome como un manto de flores.Hasta que me mordisqueó suavemente el hombro, reclamando alguna reacción de mi parte. Entonces me volví hacia ella, aunque no me permitió tenderme de lado enfrentándola, guiándome a acostarme boca arriba.Adiviné su sonrisa en la penumbra de la habitación y enlacé su cintura mientras me volvía, atrayéndola sobre mí. Su cuerpo liviano, tibio, cubrió el mío mientras nos besábamos sin apuro. Y un momento después su boca resbalaba entre mis pectorales hacia mi ombligo y más allá de mis caderas, que se alzaron por propia voluntad cuando su lengua rozó mi ingle.Volver a hundirme en su boca de
El verano declinaba y pronto volverían el frío y la nieve. Era tiempo de tomar las últimas medidas antes que la lucha se reanudara en invierno. Al menos habíamos logrado deshacernos de la amenaza permanente que habían significado los arqueros de los parias.Las lluvias terminaron de lavar la nieve de las tierras deshabitadas en la orilla norte del Launne, dejando a los vasallos sin escondites para que sus arqueros nos acecharan noche y día. Los nuestros, en tanto, tenían todo el bosque para ocultarse, y acabaron obligándolos a retroceder.En el recodo, Aidan y varios más habían cruzado el Launne para explorar las tierras al nordeste del puesto de Maddox. Habían hallado las ruinas de la aldea desiertas. No quedaban rastros de los humanos que Mendel expulsara del puesto de Erwin, y les resultó imposible determinar si se habían marchado de allí por voluntad propia o si hab&ia
El noble humano había instruido bien a sus súbditos. Todos traían comida para los próximos dos días, y habían empacado atados o cajones livianos con ropas y unos pocos enseres o herramientas de los que no querían desprenderse. Eso era todo.Aguardaron en sus casas, listos para partir, a que uno de los nuestros llamara a su puerta. Sólo entonces se dirigían con sigilo hacia el puente volante que tendiéramos sobre el Launne, a mitad de camino entre el puente destruido y el puesto de Owen. Dejaban sus hogares tal como estaban, con candiles y fogones encendidos, para no despertar sospechas.Una vez que cruzaban a nuestro territorio, los esperaban carretas para transportarlos a las inmediaciones de la aldea en las afueras de Vargrheim, donde acamparían hasta ponerse en camino a sus destinos definitivos.La cosecha ya había sido recogida, y luego de despachar el grano destinado a su re
Fue un choque brutal.Por suerte habíamos tenido la previsión de traer caballos para la mayoría de los que íbamos en dos piernas. Los que no tenían cabalgadura, se apresuraron a cambiar y formarse tras Artos, que dejó el resto de la evacuación a Eamon y los suyos y se nos unió con todos los de su clan y el mío que iban en cuatro patas.Nuestros arqueros se lucieron esa noche, descargando salva tras salva y diezmando las primeras filas de vasallos. Los enemigos formaban como siempre: los soldados de a pie primero, luego su reducida caballería, y en retaguardia media docena de pálidos, que seguramente protegían a uno o dos blancos.Las tierras de cultivo distaban de ser terreno regular, y decidimos dejarlos trastabillar y caer a gusto en su afán de seguir corriendo, sacudiendo sus armas y gritando a voz en cuello como solían.Una larga cerca baja de madera y ju
No me interesaba pecar de valiente, pero sabía que no podía quedarme allí esperando su ataque.Tomé el hacha pequeña que colgaba de mi silla de montar, taloneé mi semental y me lancé al galope contra ella. Los demás vinieron detrás de mí sin vacilar. Mendel y Artos me gritaron para que me detuviera. No respondí y me cerré a todos, los ojos fijos en mi enemiga jurada, el corazón batiendo en mi pecho como un tambor.Desvié su primer golpe con el hacha, ignorando el dolor que se extendió por todo mi brazo izquierdo y descargué mi espada contra ella. Pero nuestros caballos traían demasiado impulso para detenerse y continuaron unos metros más en direcciones opuestas.Las otras amazonas ya llegaban. Las ignoré, dejando que los demás se encargaran de ellas, hice voltear mi semental y volví a azuzarlo contra Olena, que hac&ia
Bardo llegó al puesto de Owen en la mañana después de la batalla, y preferí anticiparle a Risa que estaba herido, pero no de gravedad, y que regresaría tan pronto pudiera volver a montar.Me llevó dos días miserables, tendido en un catre como un inválido mientras todo el mundo corría de aquí para allá, ocupados con los refugiados y disponiendo la defensa por si los parias regresaban.Bardo iba y venía con las preguntas de Risa sobre mi estado y mis respuestas tranquilizadoras, asegurándole que mi herida era más dolorosa que grave, y que no había nada de qué preocuparse.Al fin fui capaz de levantarme y renquear hasta mi semental, que me recibió con un relincho de alegría. Le di una manzana con mi frente contra su cuello, acariciándolo mientras le agradecía en susurros por salvarme la vida.Precisé que me sostuv
Ir de casa al edificio principal fue un trámite lento y doloroso por dos o tres semanas. Cada herida con plata, por leve que fuera, tardaba más en sanar que la anterior. Y ésta era la cuarta que recibía.Sin embargo, distó de ser una temporada ociosa.Sólo una semana después de la batalla, Eamon llegó a Reisling con Casey y Alfa Endre. Los seguían una veintena de lobos de su clan y el doble de solitarios. Según me explicaron, los ganaba la ansiedad por llegar, de modo que se habían adelantado. Muriel y varias exploradoras de los tres clanes habían permanecido con las mujeres y los niños, para guiarlas y asistirlas en el viaje. Casey estimaba que les llevaría otra semana alcanzar la frontera.Se imponía sentarnos a decidir qué harían y dónde, y Risa insistió en que la reunión se llevara a cabo en casa. Artos se nos unió para aquel consejo de guerra improvisado, y llegó con Baltar, Eamon, Alfa Endre y dos representantes de los solitarios, Mi pequeña, con ayuda de Aine y dos más de las n
El acento de Risa me hizo impulsarme hacia atrás para sentarme mejor en la cama. Recordé de inmediato la conversación que tuviéramos antes de la batalla y creí adivinar a qué se refería.—¿Por los cachorros? —inquirí—. Mendel nos hará saber tan pronto haya ido.—Me dijiste que la Luna vive sola con sus hijos en un vallecito en medio del bosque, ¿verdad?—Así es.—A dos días de la aldea.—Menos si vas en cuatro patas.—Y es lo único que se interpone entre tus tierras…—Nuestras tierras.—Nuestras tierras y las que rige un paria, ese supuesto gobernador blanco.—Dilo ya, amor mío. ¿Qué es lo que te inquieta?—¿Cómo sabes que no han ocupado ya el valle, y la Luna y sus hijos siguen vivos?&mda