CAPITULO DIEZ
Los días iban pasando muy lentos y aún no se sabía nada de mi pequeña, yo no comía, no dormía siempre estaba pendiente del teléfono, aunque María y Mario siempre estaban pendientes de mí.

— Tienes que comer algo Erika, vas a caer enferma y no será bueno para tu hija, te prometo que la encontraremos — me decía Mario

Todas las noches me tumbaba en la cama con el muñeco de mi hija, llorando hasta que de cansancio me dormía. Un día al levantarme de la cama, caí al suelo desfallecida, Mario que escucho el golpe entró en mi dormitorio, me cogió en brazos tumbándome en la cama.

— Voy a llamar a mi doctor, no puedes seguir así — me dijo

Cuando el medico vino y me reconoció, le dio a Mario varias recetas, dirigiéndose despues a mi

— Ten fe, tienes a Mario muy preocupado Erika, si tienes fuerza veras todo mucho más fácil y podrás enfrentar el destino, no te hundas hija mía, verás como pronto la tendrás en tus brazos, Mario te ama, aunque sé que no te lo ha dicho, si me necesitas llama
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