2. EXTORSIONADO

Capítulo dos: Extorsionado

—¿A París? —preguntó Heather como un eco, más que sorprendida.

Pero Andrew ya había abierto la puerta y le decía impaciente:

—Vamos.

—¿Quieres que vaya contigo a París? ¿Yo? ¿Ahora mismo?

—Sí.

—¿Pero por qué?

—Un asunto relacionado con la herencia de tu padre.

Heather estaba más que sorprendida ya que no se imaginaba que pudiera haber algo pendiente con relación a la herencia de su padre.

A pesar de que Andrew no se había molestado en ir al funeral de su padre, había asumido con arrogancia la responsabilidad de dar instrucciones a sus abogados para liquidar sus propiedades. Mientras Heather lloraba la muerte de su padre, sumida en  la gran pérdida que significaba para ella, e incapaz de ocuparse en ese momento de cuestiones materiales, Andrew había vendido todos los bienes que tenía su padre, absolutamente todos.

Su hermosa casa, sus inversiones, sus exquisitos muebles y efectos personales habían sido convertidos en dinero en efectivo siguiendo las instrucciones de Andrew. No le había dejado a Heather ni un solo  recuerdo. Su padre, Lincoln Harrington, podría no haber existido, si sus bienes hubieran tenido que testificar sus sesenta y tantos años de vida en la tierra.

Heather había quedado impresionada por la falta de sensibilidad de Andrew, pero cuando se había dado cuenta de ello ya era tarde para intervenir. Como siempre, sus obedientes empleados habían cumplido sus órdenes eficientemente.

—¿Algo que has pasado por alto?

—No. Algo que andaba buscando, por fin lo he localizado —dijo con gravedad en el gesto—. Por lo menos es lo que creo. Y por tu propio bien, ruega que no me haya equivocado.

—¿Por mi propio bien? No entiendo de qué me estabas hablando —pronunció ella aterrada.

—Espero que no —reiteró él dándose la vuelta.

Heather fue hacia la escalera. Una mano fuerte la frenó.

—¿A dónde crees que vas?

—A cambiarme—contestó ella mirando la mano que la sujetaba, algo que le extrañaba ya que Andrew no la tocaba nunca.

—No hay tiempo para ello. El jet esta listo para despegar.

—¿Regresaremos esta noche? No llevo nada de equipaje —exclamó ella mientras él la llevaba hacia fuera.

—Te las arreglarás sin él.

Un tiempo después, ya en la limusina, preguntó Heather:

—¿Qué ocurre?

Andrew no le hizo caso y se dispuso a hablar por teléfono durante un buen rato en irlandés.

Ella no entendía una palabra. A su mente acudió el recuerdo del día de la boda, cuando ella le había dicho que intentaría aprender su lengua y él le había dicho:

—No pierdas el tiempo.

Esa había sido la primera grieta que se había abierto en su mundo de fantasía. Antes de que se hubiera terminado el día, la grieta se había hecho más profunda, pero le había llevado algún tiempo de realidad el desvanecer por completo aquel mundo de fantasía que ella tanto ansiaba.

La situación con Andrew la había desquiciado, pero sin embargo guardaba la compostura. Había aprendido a disimular sus emociones delante de él y ahora estaba sentada tranquilamente en el coche, con las manos sobre el regazo, como si en su interior no sintiera un temporal.

—¿De qué se trata todo esto? —preguntó Heather por segunda vez. Hubo un silencio sepulcral—. Creí que los asuntos de la herencia de mi padre ya estaban todos resueltos —insistió Heather.

—¿Estás segura? —respondió Andrew con calma.

Algo en el tono de su voz le inquietó. Se volvió hacia él y se encontró con una mirada de hielo. Tenía la sensación de que se avecinaba un desastre y el terror a enfrentarlo le provocaba un cierto mareo.

—Si al menos me explicaras. ¿Qué...? —comenzó a decir Heather.

—¿Por qué tengo que darte yo explicaciones?

El desprecio de su contestación la silenció.

—Eres tan joven... Debes ser la secreta fantasía de todo hombre —le había dicho una vez.

¿Quién iba a pensar que esas seductoras palabras habían sido pronunciadas por el esposo que la había ignorado durante los últimos cinco años?  Sin embargo, Andrew había dicho eso la primera vez que se habían visto. ¿Por qué había mentido? ¿Por qué? ¿Acaso había sido por sus tremendas ganas de conseguir las acciones? Seguramente sí. Porque estaba claro que ella no había sido nunca la secreta fantasía de Andrew Stanford. Él la había usado, igual que su padre, que se había dejado llevar por la fortuna y el status de Andrew.

Apenada  por sus pensamientos, Heather miraba por la ventanilla. Echaba de menos a Dylan. Dylan, quien no había sabido siquiera quién era ella la primera vez que se le había acercado. Dylan, el primer hombre que la había tratado como un ser humano con sentimientos y necesidades y con opiniones propias. Dylan solo la quería a ella. No trataba de usarla.

En París le diría a Andrew que quería divorciarse. No quería arriesgarse a perder a Dylan. Y estaba deseosa de vivir su propia vida, hambrienta de la libertad que se dibujaba en el horizonte. Andrew le había robado su libertad, los años de adolescencia, cuando ella tendría que haber estado saliendo con chicos, divirtiéndose y enamorándose. ¿Por qué no iba a tener derecho a añorar lo que nunca había tenido?

Sentada en el jet privado ojeó unas revistas, pero no dejó de notar que la azafata se apoyaba en el hombro de Andrew, como si fuera de un harén y quisiera ganarse los favores del sultán. La atractiva mujer trataba de seducirlo. Reconocía todos los síntomas. ¿Quién mejor que ella para reconocerlos? Al fin y al cabo ella también había sido una víctima de Andrew. Sin embargo, ahora estaba lejos de él y se sentía orgullosa de la distancia que había podido poner.

Andrew Stanford, era un hombre con un temperamento acorde con su origen irlandés, con un aspecto de estrella de cine, no se le movía un pelo, ni física ni emocionalmente. Era además un hombre despiadado, caprichoso, arrogante y perverso con sus enemigos o con aquellos que se le oponían.  Si ella hubiese sido su mujer real, no se hubiera arriesgado a andar con otro hombre.

Una limusina los recogió en el aeropuerto de Charles de Gaulle y los condujo por una ciudad atestada de coches. Se bajó del vehículo. El orgullo le impedía preguntar nuevamente adónde iban, simplemente observaba. Él se bajó también y se dirigió al edificio más cercano. En la mano llevaba un maletín de ejecutivo. Y el edificio, por su apariencia, debía ser un banco.

Tres hombres los esperaban dentro. Uno de ellos a quien Heather reconoció como el representante de su padre, quiso hablar con ella, pero Andrew se lo impidió de manera poco caballerosa. Siempre era así. Intolerante, grosero hacia quienes él consideraba seres inferiores a él. Como el hombre de mediana edad, cara colorada y tensa, que los acompañaba.

Subieron al ascensor. ¿Acaso había una nueva oferta de acciones en su valiosa línea de barcos? ¿Cómo podía ser tan codicioso un hombre con toda la fortuna y el poderío que tenía Andrew? ¿Pero acaso no se había casado con ella por codicia?

El representante de su padre puso una llave en la mano de Heather sorpresivamente y se dispuso a partir.

—Dámela a mí —dijo Andrew tenso.

Debía de ser la llave de una caja fuerte, propiedad de su padre. Por primera vez no hizo caso y se dirigió directamente hacia donde estaba el representante del banco, que ponía en ese momento una caja fuerte sobre una mesa y luego abandonaba la habitación vacía.

—Heather —protestó Andrew.

Heather no quiso mirarlo. Sin embargo, dijo:

—Si es de mi padre, es mío.

—Ten cuidado con lo que dices.

Sus palabras la hicieron estremecer. Lo miró y se sintió paralizada. En el rostro de Andrew se adivinaba la agresión y la violencia a punto de estallar.

Heather cejó en su intento y súbitamente dejo la llave al lado de la caja.

—Si está en esta caja, puedes quedarte tranquila. Sin embargo, si no está, puedes considerarte afortunada si llegas a ver el día de mañana.

No entendía a qué cosa se refería que pudiera estar en la caja. Un sudor frío se apoderó de ella. Sus piernas se debilitaron. Sus ojos color zafiro lo miraron incrédulos. Sin embargo, él no la estaba mirando. Estaba metiendo la llave en la caja, temblándole el pulso.

Heather se lamió los labios secos en un gesto ansioso. Debía tratarse de algo más que acciones. Nunca había visto a Andrew perder el control de ese modo. Y ahora, fuese lo que fuese lo que estaba dentro de la caja, estaba frente a él.

La caja estaba llena de papeles. Andrew comenzó a revolverlos, dejando de lado las fotos y cartas, que quedaron esparcidas por toda la mesa. Estaba pálido y su búsqueda se iba haciendo más desesperada a medida que avanzaba.

Heather fijó la vista en un sobre grande dirigido a una persona de la que jamás había oído hablar. Ni siquiera reconocía la letra. Entonces vio una foto grande en la que se veía a hombres y mujeres en actividades obscenas. Sintió disgusto. No entendía por qué su padre las guardaba.

—¿Qué es todo eso? —preguntó a Andrew, puesto que era evidente que él sabía bastante más que ella acerca de la caja y su contenido.

Él pasó la foto sin demostrar un ápice de asombro.

—¿Qué es? —preguntó él repitiendo sus palabras con una mueca que simulaba una risa cínica—. ¡Es una caja de vidas destrozadas! Los secretos de otra gente. ¡Tu padre vivía a costa de sus víctimas y de su miedo, el muy cerdo!

Heather se puso lívida, pero lo increpó:

—¿Cómo te atreves a hablar así de mi padre?

Andrew no la estaba escuchando. Seguía buscando entre los papeles como un poseso.

—Que me obligase a revolver entre esta basura es el último de sus insultos. ¡Yo, Andrew Stanford, ensuciándome las manos, porque no hay nadie en quien pueda confiar como para que hurgue entre esta colección de errores humanos! ¡Sus trofeos! ¡En lugar de tirarlos los ha conservado hasta el final, el muy cochino!

Heather casi no se sostenía de pie. No podía dar crédito al crimen que se le imputaba a su padre. Y en su incredulidad todo se le hacía confuso.

—¿Qué está diciendo? —la voz de ella sonó tan débil que apenas se oyó.

—¿Estás sorda? —la miró Andrew sin piedad—. ¿Por qué crees que me casé contigo? ¿Por tu cara bonita y tu educación de convento? ¿Por tu habilidad para actuar como una dama y saber colocar adornos florales en la casa?

—Por las acciones —alcanzó a pronunciar ella.

—¡No había acciones! ¡Era todo mentira! ¡Esa línea de barcos ni siquiera existió! —gritó él con furia, sus palabras retumbando en la habitación.

—Me estás mintiendo —contestó Heather a punto de desfallecer.

La atención de Andrew estaba puesta en el documento que tenía en ese momento en sus manos. De pronto, sin aviso alguno previo, dio un puñetazo sobre la mesa.

—¡Es solo una copia!

—¿Una copia de qué?

—¡Y este es el fin!

Andrew parecía un león dispuesto a comérsela.

—El original te lo dio a ti, ¿no es verdad? ¿Te lo dio a ti para dejar a salvo...?

—¿Qué cosa me dio? —casi no podía articular palabra Heather.

—Tu sabes de qué estoy hablando. No te hagas la inocente —dijo él yendo a un rincón de la habitación—. Si no está aquí, lo tienes que tener tú. Lincoln no era ningún tonto. Y sabía que me desharía de ti si caía en mis manos. Así que te lo dio a ti. Entonces, ¿dónde está?

—¡Basta ya! ¡Déjame en paz! —gritó a pesar del terror que sentía.

—Si no me dices dónde está el certificado, soy capaz de cualquier cosa. ¡He vivido extorsionado durante cinco años para proteger a mi familia y no pienso vivir así un día más!

«¿Extorsionado?»

¿Qué quería decir exactamente su esposo con aquella palabra?

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