16

—¿Cuánto dinero te ofreció? —la interrogó Rossi.

Quería saber cuánto valía para su padre.

—No me ofreció dinero —le refutó ella y Christopher se sintió peor—. Me ofreció cumplir un sueño.

—¿Un sueño? —bufó descortés y con cara de fastidio—. ¿Acaso no sabes que los sueños también se cumplen con dinero? —preguntó déspota.

Ella negó sonriente y chasqueó la lengua.

Christopher maldijo cuando la vio sonreír así.

Empezaba a gustarle cuando le mostraba ese gesto tan transparente y un hoyuelo que se le marcaba en la mejilla izquierda.

Era perfecto.

—No mi sueño —contestó ella, orgullosa de lo que quería en su vida y cómo lo quería—. Mi sueño no puede comprarse.

Christopher suspiró fastidiado por su modo de ver las cosas.

Era tan simplona que, le volvía loco. Y no de buena forma. 

—¿Qué condición le puso? —preguntó ella, metiéndole tres cucharadas de azúcar a su café.

Rossi puso mueca nauseabunda y no vaciló en decirle:

—Eso no es sano para ti, la diabetes…

—Cállese, ¿quiere? —le refutó ella, firme—. Nadie va a decirme cómo puedo tomar mi café. Me gusta con azúcar, con tortitas y pan.

Fue tan violenta que, Christopher la miró largo rato y muchas preguntas invadieron sus pensamientos, pero prefirió hacerlas a un lado y centrarse en lo que verdaderamente era importante: él.

—Si te vas, me voy contigo.

Lily dibujó una gran “o” con sus labios y le miró con espanto.

—De patitas en la calle —especuló la joven y pensó.

Pensaba mucho. Se lo atribuía a su ansiedad. Sobrepensar era grave. A veces hasta creaba escenarios que nunca sucedían, pero se tranquilizaba diciéndose que era bueno estar preparar para todo.

—No quiero irme. Sería fracasar —le dijo Christopher y escondió la mirada.

Le avergonzaba ser reconocido como el fracasado de los Rossi. Y, tal vez lo era, solo que no se atrevía a aceptarlo en voz alta.

—Fracasamos solo cuando dejamos de intentarlo —le dijo Lily para consolarlo.

Él la miró con los ojos brillantes y tuvo que aceptar algo que le dolía en el fondo del pecho:

—Él dice que nunca lo he intentado.

Lily entendió con claridad lo que él trataba de decirle.

Su padre lo creía un total fracasado.

Lily se relamió los labios y se levantó de su lugar para agarrar una botella de whisky de su padre.

Christopher la miró con espanto cuando ella se osó a ponerle un largo chorrito de alcohol a su café y, tras terminar, se atrevió a ponerle a su café.

—Pasamos de nivel —le dijo ella, dejando la botella a un lado—. Yo leí su primera carta como editor en jefe —susurró y escondió la mirada—. Era real, como quiso abordar el luto y las despedidas… creo que tiene potencial y que será un editor en jefe genial. —Le sinceró con sus bonitos ojos marrones.

Christopher sintió un nudo en su garganta cuando tuvo que aceptar que, quién más detestaba, había entendido mejor que nadie sus letras, y levantó su café con alcohol para bebérselo todo de un solo golpe.

—Pues, creo que ya no lo seré. Todo se arruinó. No tenemos suplementos y sin anuncios Wintour se pondrá al frente.

—Tengo una idea —le dijo ella, chispeante.

Christopher arrugó el ceño.

Lily se levantó rápido de su puesto y corrió a buscar su teléfono. Abrió su cuenta de Instapics y le mostró a una influenciadora con casi diez millones de seguidores.

Christopher silbó al ver sus cifras, pero no entendía porque le mostraba eso.

—La conocí en la universidad. Hablamos seguido y me debe unos cuantos favores —dijo Lily con orgullo—. Podemos usar su imagen y creo que sería perfecta…

Christopher negó, sin dejarla continuar.

—Es una idea genial, pero nuestros suscriptores no quieren a una don nadie… —le dijo Rossi, mirando a la influenciadora con recelo.

—Disculpe que sea yo quien lo lleve a la realidad, pero ¿ya leyó las estadísticas de sus suscriptores mensuales? —preguntó Lily. El hombre frente a ella apenas negó—. Yo sí. Y decaen cada mes y las ventas de sus suplementos son mínimas —le confirmó ella. Había hecho su tarea—. La venta cruzada no está funcionando.

—¿Estás insinuando que nuestros suscriptores son… pobres? —preguntó Rossi con horror.

Lily quiso reírse por lo sorprendido que parecía.

—Sí —le dijo Lily con firmeza. Rossi la miró con grandes ojos—. Si vende veinte mil copias en el país, esas veinte mil copias no pertenecen solo al Upper East Side, también pertenecen…

—Aquí —susurró Christopher y miró su entorno con grandes ojos—. M****a…

Romy había escuchado toda su conversación.

—Es real —le dijo ella y se acercó con una de las revistas de Craze—. Llevo tres años queriendo comprarme una pieza que mostraron en su lanzamiento navideño del 2020. —Se rio mientras hojeó la revista—. Es ridículo. —Le mostró la página y la prenda. Cinco mil dólares en letras pequeñas—. Si tan solo promocionaran cosas reales, cosas que “los normales” podemos pagar.

—Los normales —se rio Lily.

Las dos hermanas se rieron divertidas.

—Los normales —repitió Christopher y, aunque era la idea más descabellada que había escuchado nunca, tuvo que aceptar que Lily tenía razón.

Aun cuando eso significaba ir contra las reglas de su padre y, peor aún, contra Wintour.

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