La respiración de Gabriele se volvía más rápida y errática mientras observaba la galería que lo rodeaba, un lugar como un eco suave, apenas contenido por las paredes de mármol blanco y las luces doradas que iluminaban las obras. Gabriele recorría con la mirada cada rincón del salón, pero en realidad no estaba viendo nada, sentía cómo su corazón se agitaba como si cada golpe fuera una advertencia, estaba rodeado de su familia, de algunos viejos amigos, de curadores importantes y de artistas a los que había admirado durante años. Pero su mente, su cuerpo entero, solo podían concentrarse en una cosa, la ausencia de Luciano.El lugar era magnífico, techos altos, música tranquila, copas de vino en manos pulcras, sus cuadros colgaban entre otros tan impactantes como los suyos y, sin embargo sentía que no podía respirar. Había soñado con este momento desde que era un niño, exponer allí, entre los grandes, ser parte de ese mundo casi inaccesible. Pero ahora que estaba ocurriendo, sentía que al
El restaurante se alzaba como un santuario del lujo discreto en una de las calles más elegantes de la ciudad, las luces colgaban del techo como luciérnagas cautivas, y la música de fondo era un piano solo de Chopin, que apenas rozaba el oído. La mesa larga, en el centro del salón reservado estaba rodeada por rostros que Gabriele conocía bien, su madre, su padre, Amalia, Alessandro, algunos amigos cercanos y por supuesto Luciano.Luciano sentado frente a él, hablaba con soltura, con esa naturalidad que a veces parecía tan distante, pero que en ese momento fluía con calidez y cercanía, Gabriele lo observaba de reojo mientras bebía de su copa, sintiendo que algo dentro de él se derretía lentamente. Su voz era segura, pausada, y cada vez que se dirigía a sus padres, lo hacía con respeto, pero sin perder esa chispa que lo volvía misterioso.—He estado pensando en una colaboración con el estudio que su familia dirige —dijo Luciano, mientras movía su copa entre los dedos. — Algo ambicioso, q
La noche pasó lenta entre sueños a medias y pensamientos que no daban tregua, a la mañana siguiente, Gabriele despertó con una mezcla de impaciencia y emoción, el sol se colaba entre las cortinas blancas, iluminando la habitación con una tibieza que parecía cómplice. Se levantó y caminó descalzo por el piso de madera, dejando que el frescor lo despertara del todo.Eligió con esmero la ropa para el encuentro, no quería parecer demasiado producido, pero tampoco muy casual, se decidió por una camiseta de color blanco, que dejaba ver lo necesario, sus delicados brazos y su hermosa piel dorada por el sol, unos jeans de color negro, que caían con soltura como si fueran parte de su andar tranquilo. Unas botas de cuero y un reloj sencillo completaban la escena. Su cabello revuelto de forma natural parecía haber sido acariciado por el viento más que por un peine, se veía encantador.Frente al espejo se observó un instante. había algo diferente en su mirada, un brillo, Un rastro de expectativa.
La tarde se disolvía en un color naranja, cuando Luciano y Gabriele salieron del café. El sol declinaba con lentitud, como si no quisiera abandonar el cielo todavía, caminaban juntos, sin decir demasiado, sus manos no se tocaban, pero sus cuerpos se acercaban con una atracción inevitable, como si el universo los empujara sutilmente hacia el centro de algo ineludible.Luciano se detuvo frente a un edificio que parecía como una joya tallada contra el cielo, imponente, con sus líneas sofisticadas de vidrio polarizado y acero cepillado, Luciano sin mirar a Gabriele, de repente pregunto con una voz embriagadora:—¿Quieres subir?Gabriele sintió cómo el estómago se le encogía, el deseo lo recorría como una corriente subterránea, pero sobre esa marea había algo más, pánico. Asintió, con una pequeña sonrisa, y lo siguió, cruzó las puertas de vidrio como si el mundo al otro lado le perteneciera, el vestíbulo lo recibió con un susurro de piedra pulida, luz dorada filtrándose desde lámparas de cr
El sol entraba tímidamente por los grandes ventanales, filtrándose entre las cortinas de voile blanco, sus rayos de luz caían desde la lámpara de cristal y se deslizaban por las paredes tapizadas en terciopelo, donde el gris perla se escondía entre los pliegues como si jugara a la timidez, la cama amplia se alzaba en el centro de la habitación como un trono de una fantasía, vestida con sábanas que olían a cedro y sándalo, Gabriele abrió los ojos lentamente, aún aferrado al calor de los lienzos del sueño. La noche anterior volvió a él como una secuencia difusa, pero imborrable, fragmentos de caricias, suspiros entrecortados y la voz grave de Luciano susurrándole que todo estaba bien, que no tenía que temer. Todo había sido lento, íntimo, maravilloso, como una obra de arte construida con lujuria y adoración.Gabriele se giró en la cama con cautela, Luciano aún dormía, boca arriba, con una mano sobre el abdomen y bajo ella, se insinuaban los músculos tensos, definidos con natural bellez
El aire fresco de la mañana acarició la piel de Gabriele cuando el avión tocó tierra en el pequeño aeropuerto del pueblo, la vista desde las ventanillas era impresionante, colinas verdes que se extendían hasta donde alcanzaba la vista, su belleza lo dejaba sin palabras. El contraste con la agitada vida de la Milán era como un suspiro de alivio.—Ya casi llegamos —dijo Luciano con una sonrisa cómplice mientras desabrochaba su cinturón de seguridad, Gabriele lo miró y sintió una mezcla de emoción, todo en él, desde su risa hasta la calma con la que se movía, le transmitía la seguridad que tanto necesitaba. Por un momento, todo parecía estar en su lugar y la idea de estar en este pequeño rincón del mundo con Luciano, lejos de las presiones de la vida diaria, lo llenaba de una calma inesperada.El trayecto hasta la casa fue corto, unos veinte minutos por una carretera rodeada de montañas y árboles frondosos que se mecían al ritmo del viento, Gabriele no podía dejar de mirar el paisaje, tan
El regreso a Milán fue tan relajado como el viaje mismo. Aunque el sol aún acariciaba con serenidad las calles de la ciudad, el regreso a la rutina diaria no parecía tan genial como había sido su viaje. Los tres días en ese sitio habían sido un descanso, un paréntesis en el tiempo que les había permitido escapar de las expectativas y presiones. Pero ahora, el frenesí citadino volvía a envolverlos, y como siempre, la realidad era implacable.Luciano y Gabriele no hablaron mucho entre sí, ambos sabían que, al volver, el mundo que los rodeaba no entendería lo que había pasado entre ellos. Aquel vínculo entrañable, esa complicidad que habían compartido en el viaje, seguía allí, pero no podía ser tan fácilmente revelado. La idea de exponer su relación a sus familias les resultaba aterradora, y aunque ambos sabían que algo había cambiado irrevocablemente entre ellos, la incertidumbre aún flotaba sobre sus cabezas.Gabriele sentía una carga que agobiaba su alma, una necesidad de compartir lo
A la semana siguiente, Gabriele llegó a la casa de Amalia emocionado, le encantaban las fiestas de cumpleaños, y hoy se celebraba una, la de su cuñado. Había sido una semana larga, llena de voces internas que lo habían mantenido ocupado, pero hoy no pensaba en nada de eso. Hoy era el cumpleaños de Alessandro, el esposo de su amada hermana, y eso significaba una fiesta, una oportunidad para relajarse y disfrutar de la compañía de su familia. Amalia se había esmerado con los preparativos, como siempre, y Gabriele estaba dispuesto a fundirse con la esencia festiva que tanto necesitaba.Al estacionar su coche en el garaje de la casa de Amalia, Gabriele respiró hondo, dejando que la brisa fresca de la tarde lo relajara un poco. Su mente estaba en un lugar mejor ahora, dejando atrás las preocupaciones recientes. Caminó hacia la puerta de entrada, las luces resplandecientes y los sonidos que invitaban al baile lo entusiasmaron desde el interior. Cuando entró, fue recibido con la calidez de si