Sergio la soltó bruscamente, sonriendo de una manera que no alcanzaba a ocultar la frialdad en sus ojos.Su mano recorrió el rostro de Ariana con una ternura fingida, casi como si tratara de convencerla de algo que ya no creía.—Pero, tú nunca me dejarás, Ariana —dijo con voz suave, casi como un susurro—. Porque me amas, y eres mía, solo mía.Ariana, aunque sus labios se curvaban en una sonrisa vacía, sentía cómo su corazón se desgarraba por dentro.Sus ojos ardían en rabia y dolor, luchando por contener las lágrimas que amenazaban con desbordarse.—Y tú… nunca me engañarás —respondió ella, con una ironía que solo él podía entender.La mentira se coló entre ellos como una sombra que ninguno de los dos se atrevió a confrontar.No lo dijeron en voz alta, pero ambos sabían la verdad. Ambos estaban mintiendo, ella quería escapar, y él la engañaba sin un ápice de arrepentimiento.Se miraron por un largo momento, sonriendo con amargura, como si las sonrisas fueran una fachada que se desmoro
Sergio estaba agotado. Sus músculos dolían después de como esa mujer los satisfizo, se recostó en la cama, el aroma dulce de Lorna lo envolvió.Ella se aferró a su pecho con ternura, sus dedos delineando círculos perezosos sobre su piel.—Cariño… —susurró ella con voz mimada—. ¿Podemos ir a la playa? Tengo tantas ganas de ver el mar… Creo que es un antojo de nuestro bebé.Sergio sonrió, complacido por la dulzura con la que Lorna lo pedía.Le gustaba hacerla feliz, aunque la satisfacción duraba poco.—Tal vez pueda cumplirte el capricho —dijo con voz seductora, deslizando los dedos por su cintura—. Mañana compórtate bien en mi fiesta de aniversario, y te llevaré al mar.Lorna rio, rozando sus labios con los de él antes de besarlo con pasión.Pero en ese mismo instante, a kilómetros de distancia, una mujer despertaba en una cama solitaria con el alma hecha pedazos.***Cuando Sergio llegó a casa, Ariana fingió estar dormida.Sintió el colchón hundirse bajo su peso, percibió el aroma fam
Sergio dejó a la mujer en el camastro con brusquedad.Ariana se cruzó de brazos, sus ojos brillaban con furia mientras clavaba la mirada en su esposo.—¡Sí! —soltó de golpe—. ¡Yo la empujé! ¿Sabes por qué lo hice?Sergio la miró con severidad, pero Ariana no se intimidó.—¡No importa por qué lo hiciste! —rugió él—. No debes ser una mujer cruel. ¡Eres mi esposa y debes ser dócil y amable!Ariana rio con amargura.—Ah, ¿sí? ¿Dócil y amable con la mujer que te acusó de ser infiel?Sergio se quedó pálido. Sus ojos se abrieron tanto que Ariana creyó que podrían salírsele de las órbitas.A su lado, Lorna se incorporó con una expresión de incredulidad.—¡Ella miente! —exclamó, desesperada.Ariana avanzó con lentitud, disfrutando la confusión en el rostro de su esposo.—No miento —susurró—. La empujé al agua porque no permitiré que difame a mi esposo. ¡Él me es fiel, él me ama! ¿Verdad, amor?Los ojos de Sergio se endurecieron cuando miró a Lorna. Su voz fue un látigo:—Señorita Méndez, retír
Ariana abrió los ojos lentamente, y por un momento, creyó estar atrapada en una pesadilla de la que no lograba despertar.Estaba vacía, perdida en su propio cuerpo, incapaz de encontrar el camino de regreso a la realidad.Miró a su alrededor, su visión borrosa comenzó a despejarse y el dolor la golpeó como una ola.La habitación estaba en silencio, demasiado en silencio, pero no era ese el tipo de paz que buscaba.Sergio aún no había regresado. Sus dedos temblorosos se extendieron hacia su lado de la cama, pero la frialdad de las sábanas vacías le recordó que él no volvería.Cada día, desde que la cruel verdad había destrozado su mundo, Ariana intentaba aferrarse a la esperanza de que todo era solo una pesadilla, que pronto despertaría y volvería a la normalidad.Pero esa esperanza se desvanecía como la niebla al amanecer, y la pesadilla persistía, estancada en su mente, cada vez más real y dolorosa.Se levantó de la cama, las piernas tambaleantes, como si el peso del mundo estuviera
Cuando Sergio terminó, sus ojos se posaron en Lorna. Con voz fría y distante, le dijo:—Debes irte.Lorna, apenas vestida, lo miró con sorpresa y dolor. Su mente se debatía entre el deseo de quedarse y la angustia de saber que algo andaba mal.—Pero, mi amor, ¿por qué no me llevas a mi departamento? Así estaríamos más tiempo juntos —imploró, tratando de abrazarlo.Sergio, con manos firmes, la detuvo bruscamente.—No juegues, vete ya. Esto es demasiado; si mi esposa se levanta, podría descubrirme. ¡Vete ya, Lorna!Con el vestido apenas acomodado, Lorna se quedó en silencio, pero con voz cargada de resentimiento le preguntó:—¿Qué harás el resto de la noche? ¿Le harás el amor como me lo hiciste a mí?Sergio esbozó una sonrisa cínica y se acercó, apretando su mejilla con fuerza.—No te confundas, Lorna. Nosotros solo tenemos sexo; a mi esposa le hago el amor. Lo que tengo con Ariana está muy por encima de ti. Acepta tu lugar y vete. Mañana iremos a la playa.Mientras él se alejaba, Lorna
Ariana dejó una caja de regalo sobre la mesa con manos temblorosas. Dentro, el acuerdo de divorcio descansaba bajo una carta cuidadosamente doblada: su despedida. Sus ojos ardían, pero no se permitió llorar.Ya no.Tomó su teléfono y escribió un último mensaje:«Ayudaré a Miranda, mañana se irá del país, así que quiero estar a su lado»La respuesta no tardó en llegar.«Entiendo, mi amor. Te amo, princesa. No lo olvides»Ariana sostuvo el teléfono entre sus dedos por unos segundos, como si el peso de esas palabras aún pudiera detenerla.Luego, sin contestar, lo dejó dentro de la caja abierto en su chat con Lorna, y después cerró la caja como quien entierra un cadáver.Al salir de casa, el chofer la interceptó.—Señora, ¿la llevo a algún sitio?Ariana inhaló profundamente antes de responder.—Esta vez iré sola. Debo ayudar a mi amiga Miranda.El hombre dudó un instante, pero asintió y la vio alejarse en el auto. Apenas desapareció en la distancia, sacó su teléfono.—Señor, la señora se
—¡No, no, no! —El grito desgarrador se ahogó en su garganta mientras su pecho se comprimía en un dolor insoportable.Negó con la cabeza, una y otra vez, como si así pudiera deshacer la realidad.Entonces, un sonido gutural, casi inhumano, emergió de su interior, un quejido bestial de furia y desesperación.—¡Señor! ¿Está bien? —preguntó uno de los guardias, alarmado.—¡Lárgate! —rugió, con la voz áspera y temblorosa.Con pasos torpes, Sergio subió las escaleras a toda prisa.Su respiración era errática, su corazón golpeaba contra su pecho con brutalidad.Al abrir el clóset, un puñal invisible se clavó en su estómago.Ahí estaba la ropa de Ariana, cada prenda intacta, acomodada como siempre… pero ella no estaba.Todo estaba ahí. Todo. Menos ella.Retrocedió un paso, su mente se negaba a procesarlo.Buscó con desesperación alguna señal, algo que le indicara que esto no era real, que ella no se había ido.Bajó nuevamente las escaleras con una expresión desencajada, parecía al borde de la
Sergio subió al auto con un movimiento brusco, su pecho subía y bajaba con agitación.—¡Llévenme a la casa de Miranda! ¡Ahora mismo!Los músculos de su mandíbula se tensaron mientras el vehículo arrancaba.Sus manos se aferraban a los bordes del asiento con furia contenida. Cada segundo en el tráfico se le hacía una tortura, una maldita eternidad.Ariana se había ido.Y él se negaba a aceptar que lo había hecho por voluntad propia.Si alguien sabía dónde estaba, esa era Miranda.La mujer que siempre estuvo al lado de su esposa, la que conocía cada uno de sus secretos… y la que más lo odiaba.***La casa de Miranda se alzaba imponente al final de un sendero empedrado, rodeada de un jardín impecable con rosales en plena floración. Pero a Sergio no le importaban las rosas, ni la delicadeza del ambiente. Su único pensamiento era Ariana.Bajó del auto de un golpe y se dirigió a la entrada sin esperar permiso.La empleada de la casa lo vio entrar y, aunque estaba acostumbrada a sus visitas,