Salgo del taxi y camino hacia la entrada del edificio. El guardia de seguridad me deja pasar sin problemas; ya me conoce. Subo al ascensor y, justo antes de que las puertas se cierren, una mujer hermosa me pide que lo detenga. Lo hago sin pensarlo. Va acompañada de un hombre robusto, vestido de negro, que carga bolsas y maletas. Son de marca. Caras. Para un hombre. No sé por qué, pero siento que la he visto antes. Aun así, no me esfuerzo en recordarlo. Ella me sonríe sin mostrar los dientes. No hay calidez en su mirada. Tampoco burla ni desafío. Simplemente... nada. Levanto un poco la cabeza, devolviéndole el saludo sin mucho interés. Marca el mismo piso que yo. Supongo que vamos a puertas diferentes. Pero cuando el ascensor se abre, ella camina con seguridad hasta la puerta de Sandro. Y marca la clave. El aire se vuelve pesado cuando la puerta hace el peculiar sonido al abrir y ella entra junto al hombre sin mirar atrás. Mis pies se quedan pegados al suelo. Ella tiene acce
—¡Sé mi mujer, maldición! Cásate conmigo— su voz es un rugido que me arrastra al vacío de la locura. Me encierra en una jaula de pasión de la que no quiero, ni puedo, escapar. Su respiración arde en mi oído, su desesperación me sacude, me rompe, me hace cuestionarlo todo. Esa mujer que estuvo en su casa...Es perfecta. Pero él está aquí, conmigo, sobre su regazo, suplicando que sea su esposa. Tal vez es la emoción del momento, el caos de esta situación que nos devora sin piedad. La dureza de su intimidad roza la mía, y su mano en mis pechos me desarma por completo. Este hombre... es una completa locura. El dolor de la ruptura se había disipado. Ver a Ángel con otra, sus mentiras, sus juegos... La decepción me golpeó tan fuerte que al final entendí que yo me había enamorado sola. Para él, solo fui un lujo que podía permitirse por mis cualidades, pero nunca fui más que eso. Nunca me amó. Mi cuerpo se tensa ante la autoridad de este hombre que ahora me reclama, y juro que, si no
De regreso a casa ambos íbamos en silencio. Esta vez el conducía nunca lo había hecho frente a mí. Su cara es tan seria que me aterra y al llegar a mi casa, me pide que no baje del coche. bajó él, se da la vuelta y me toma en sus brazos. —Estoy bien , no tienes que preocuparte tango— —Georgina... ahora no— su tono no fue duro, más bien había tristeza palpable. Me depositó sobre la cama y se sentó a mi lado pasando la mano por su rostro, echando el cabello desordenado hacia atrás. —Lo siento... ¿Donde carajos tenía la cabeza cuando te traté así?— —No te culpes, esto es culpa de los dos— —No, no tuve cuidado de ti, me envolví en mi propio placer olvidando que cargas a mi hijo en tu vientre... Si por mi estúpida culpa llegara a pasar una tragedia con ustedes dos... me arrepentiré para toda mi vida— —Todo va a estar bien— —Yo sé que no quieres ser mamá, pero agradezco que no hayas abortado— —No quería...— me sincerizo un poco —Al principio era difícil, lo sé, pero bastó este
Después de un tiempo Dayanara salió de la oficina enfadada con Leo y él suspiró llevando sus manos a su rostro con visible irritación. Yo en cambio, fingía tener los ojos puesto en el ordenador, pero mi atención estaba lejos de las letras. —Georgina... no pienses mal, lo que Dayanara dijo...— intentó excusarse. Su voz es áspera con visible cansancio, pero no tenía interés en lo que iba a decir. —No es mi problema señor Sandro. Yo soy su empleada y la madre de su hijo, no tenemos una relación, tampoco estamos comprometidos— Su mandíbula se tensó. —¿Por qué reaccionas así?, no quiero que saques conclusiones equivocada sobre lo que acaba de pasar— Entonces levantando la mirada para mirarlo a los ojos fingiendo no estar afectada le respondí. —Y yo le estoy diciendo que no me interesa— Ambos nos miramos fijamente unos largos segundos en silencio, queriendo decir mucho y a la vez nada. Sus ojos tenían esa peculiar mirada oscura y a su vez temor. Rompí el silencio y hablé. —Ya es
De camino a su casa no me dirige la palabra, aunque tampoco protestó cuando dije que la llevaría yo mismo. Mira por la ventana, perdida, esquivándome. No la presiono. Sé que está molesta... y con razón. Dayanara me ha jodido semanas de esfuerzo. Exhalo con fuerza y llevo mi mano a su rodilla. Necesito arreglar esto. No puedo permitirme perderla. No otra vez. —Georgina... lo siento.— Me mira con dureza. —¿Por qué lo siente? ¿Por haber dicho que se casará conmigo cuando es mentira?— —¿Mentira? Vaya...— —Mire, señor Sandro... —me jode que me trate con esa distancia cuando está molesta. —Yo no soy quién para meterme en su vida, pero ahórrese los comentarios fuera de lugar. Yo no soy la mujer que usted necesita. Por error vamos a tener un hijo y...— —¿Por error? —interrumpo, sintiendo cómo algo se me retuerce por dentro. —No esperas a mi hijo por ningún error. Disfruté haciéndolo dentro de ti, y juro que tú también lo disfrutaste tanto como yo.— Se tensa, pero no se aparta. —
—Pensé que me llevarías a casa.— —Estás en casa.— —Esta no es mi casa, es tu casa.— —Lo sé... sobre eso quería hablarte. Quiero que vivas conmigo.— Su rostro se transforma en un poema de terror. Me mira largo rato, sus ojos reflejan una mezcla de desconcierto y miedo. —N-o... no podemos vivir juntos... cuando Dayanara venga y me vea aquí, puede armarse un escándalo y...— La tomo por los hombros, mi contacto suave pero firme, como si intentara transmitirle toda la calma que no siento. Acaricio su piel, dejándola deslizarse ligeramente por la tela de su camiseta antes de corregirla con un gesto lento y doloroso, como si ajustara algo dentro de mí mismo también. —Georgina, ven...— —¿Dónde vamos?— La guío hacia la puerta, tomo su mano con suavidad, pero la determinación no se oculta. Cambio la clave con un movimiento que se siente más decisivo que nunca. —¿Ves? Esa era la antigua contraseña. La que colocaré ahora será la nueva.— —¿Por qué haces todo esto?— —Porque no quiero qu
—Sabes que quiero ir por él y romperle la nariz, ¿cierto?— —Lo sé, pero si realmente me consideras importante como dices... no hagas una locura. ¿Me lo prometes?— Asiento, aunque no muy convencido. —Vayamos a la cama... el bebé quiere dormir.— La cargo en mis brazos, y una sonrisa ladeada asoma en mis labios. —Tienes una manera muy linda de convencerme cuando hablas así de nuestro hijo.— La deposito en la cama y me dirijo al baño. Al regresar, me acomodo a su lado y nos quedamos mirándonos. Paso los dedos por su cabello, disfrutando algo que hasta hace poco parecía imposible: que estuviera tan positiva, aceptando todo sin protestar. Al fin estaba ganando terreno. Al fin todo el esfuerzo no estaba siendo en vano. Mi pulgar roza sus labios húmedos y ella los frunce, dándome un pequeño beso. —Sabes que mañana no puedes ir a la empresa... y no quiero berrinches al respecto.— —Pero la propuesta...— —Puede esperar.— —Dijiste que era urgente.— —Lo es, pero tu salud y la del beb
Suspiro con algo de incomodidad. Estoy aquí en este gran penthouse sola y no recibí en ningún momento un mensaje o llamada más que de mi mamá. Trabajé mucho en la propuesta, y eso me ayudó a no sentirme tan aburrida, pero necesito un descanso. Prepararé algo de comer antes de que Leo regrese. Quiero que pruebe mi comida. Al detenerme frente a un espejo levanto la camiseta que llevo puesta. Mis ojos se quedan fijos en mi vientre bajo mientras pasó la mano con suavidad. Un bulto apenas perceptible comenzaba a notarse. —Así que ya estás creciendo...— sonrío un poco, acariciando la piel con ternura. —¿serás un niño o una niña? Supongo que, seas lo que sea... te voy a querer igual— Salgo de la habitación directo a la cocina tan limpia y moderna con su inconfundible aroma a madera. Preparo algunas cosas básica, nada que me haga perder mucho tiempo. Mientras pelo unas patatas, cruzo una pierna sobre la otra, un gesto inconsciente que suelo hacer cuando estoy concentrada. Pero, de