Capítulo Uno

Elena Voncelli.

Hoy soy libre de ir, y de tener el placer en mis manos. Por muchos años esperé estar en el lugar que me hará ganar el deseo, y es el indiciado para el comienzo de todo.

La vida no era justa conmigo, sus días estaban en contra de mí, las expectativas de la existencia son inválidas a la sed de venganza. Pero, nació lo real, lo inicial de una ardua competencia. Y no me dejaré vencer, no ésta vez.

Ser Voncelli es un desafío, un riesgo, un peligro, llevar el apellido marcó mi vida, la historia de mi destino.

No existe el ser bueno, sólo maldad.

Veo la fotografía de mi madre abrazada con mi padre, y la ausencia de no tenerlos aquí en mí clava fuerte. Su dolor es el motivo de la razón de lo que soy, y de lo que seré por siempre.

Estoy anclada a la cruel verdad, a lo que otros labios dicen de mí.

Sin embargo, decidiré apostar, a dar lo mejor.

Dejo de ver la fotografía, inhalo hondo y doy salida.

Mi padre, Francesco Voncelli está en prisión, la deuda del pasado me arrojó a la ruina, a él a una condena y a mi madre, Juliana, a la muerte. Un final infeliz.

Entrené día a día, sin cesar, luché contra mí, y el verme entrar en el lugar del éxito me empaña el corazón de esperanza. Aunque esté sacrificada al no amar, a no sentir, en fin, es un cadáver que habita dentro de mí.

Suspiro con una sonrisa en mis labios.

Entré al casino de mi padre, un negocio que fue robado por sus enemigos, cubro mis ojos con una máscara especial para la ocasión, darían inicio al aclamado juego por el mundo, el póker.

Observo cada detalle, a cada invitado, incluso detectar su identidad. Tomé una copa de vino blanco, y doy un sorbo a la copa.

Unos minutos después llegó el presidente de la República, bajo vigilancia de sus escoltas, en el salón abren espacio para su entrada, sólo me limité a mirar. Su presencia no es de mi agrado.

La mayoría aplaudían, otros soltaron silbidos con elogios, él es uno de lo más buscado en el mundo negro, es el precio del dinero lavado envuelto de gala.

Martín, unos de mis aliados de la DEA me aconsejó que diera con él, porque tenía la certeza que podría ayudar en mi plan. Sin embargo, tantear no estaría mal, además no es de mi confianza.

Seguí con mi análisis, evaluando cada ritmo de la celebración.

El presidente dio unas declaraciones, y alegó ser unos de los resultados más exitosos.

Yo, me atraganto.

Qué ironía de la vida, llamar éxito lo que es un robo.

De repente un mesero me tiende detrás de mí un vaso con agua. — Las noticias de búsqueda en veces son difíciles de procesar. — susurra el muchacho a mi espalda.

Voltee a mirarlo. — ¿De qué hablas? —inquiero acercándome a él.

Su comentario me dejó con intriga, yo no soy delatarme con facilidad, y sus palabras lo han hecho.

Y debe tener una razón para hacerlo.

— Nada, sólo es un decir. — expresa sin importancia y se retira. Pero lo seguí.

Oh, no.

Él aceleró su paso, y yo el mío.

Su intención es huir y no lo dejaré.

Alessandro Cowell.

Verla brillar bajo la luz del salón de juegos derritió barreras, su belleza imponente dejó al alma en blanco.

La misión tiró al punto exacto.

Desactivo el micrófono puesto en mi reloj, y me acerqué a su lado sosteniendo la bandeja de plata con agua y copas de champán. Edwards, mi compañero de misión me alerta con una fría mirada, pero lo ignoré.

Lo haré a mi modo.

La conocía, era Elena Voncelli, la niña más buscada, pero hoy en día es toda una mujer, con un aspecto diferente, frío. Sus ojos demostraban que nada con ella sería fácil.

Su vestido rojo ajustado a su cuerpo, un poco más en sus curvas, con una sensual abertura en su pierna izquierda, su cabello lacio cubriendo su espalda, su perfil detrás de una máscara.

En realidad, es de admirar pero a vez de andar con cuidado.

La detallo detrás de su espalda, está concentrada en los labios del presidente, a quién mi deber es proteger, media con disimulo cada gesto, sus ojos fijaban en él un sentimiento no genuino, está herida, dolida y atormentada.

Un hecho que mantienen bajo perfil, Elena es su nieta, ¿por qué lo odiaría tanto?

Roberto lleva años en su búsqueda, en sus anuncios confidenciales con el director de la DEA notificó que tenerla a ella, es traer de vuelta su hija.

Es un acto de amor.

De pronto, la escuché ahogarse al escuchar las palabras de su abuelo mencionar el logro obtenido, el casino.

Su rostro cambió a ser más áspero, sus labios se contraen contra sí. — Las noticias de búsqueda en veces son difíciles de procesar. — susurré detrás de su espalda.

Enseguida se voltea y fijó sus ojos en mí, ardían en llamas, sus cejas entrecerradas.

La alerté, lo que dije es una señal de la verdad. Pero de mí no podía enterarse, no es permitido por el código de ley.

— Nada, sólo es un decir. — expresé sin darle importancia a lo dicho, y me retiro.

Ella hizo una mueca en sus labios, lo deduje. Pero, en segundos, decidió seguirme.

Enciendo el micrófono, acerco a mí con disimulo mi mano. Y la voz de Víctor salió. — Escóndete, la llevaste al fondo, hombre. Yo me encargaré de lo demás. . — ordenó con agilidad, siguiéndole los pasos a Elena.

Elena Voncelli.

De un momento a otro, disparos invadieron el salón de juegos, los invitados gritan de horror, unos se esconden bajos las mesas, otros corren a la salida. Decidí ir por la salida secreta, mi padre la hizo para casos de emergencias.

En eso, un hombre atrapó mi brazo y azotó a la pared. Chillé por su manera de ser con una dama, y sin medir le solté un golpe en su entrepiernas, el hombre echó de mi brazo a un lado doblándose del dolor.

— Jamás vuelvas a tocar de mí. — amenacé cerca de su rostro, le quité su máscara secreta, y lo tomé por el cuello en un agarre rudo clavándole las unas en su piel.

Es un implicado. — ¿Quién te envió? — inquiero apretando mi mano en su cuello.

Él sonrió. — El diablo. — contestó con poca voz.

— ¿Y quién es él? — seguí mientras tanteaba sus bolsillos.

— Francesco Voncelli. — zanjó sin aliento.

¿Mi padre? Él no es.

Tomé el arma en mis manos de su cintura. Y apunté en su cien, y le disparé.

El hombre cae muerto al suelo, doy un segundo disparo, y me dirijo a la salida oculta.

Al estar en la puerta pequeña de color gris, escucho un ruido en un cubículo.

Me acerqué, giré la perilla de la puerta.

Tenía seguro. Está alguien allí.

Alessandro Cowell.

Después de cometer el error de ser evidente a su vista, su perfume me persigue, sus ojos están en mí, lo puedo sentir.

Alojo la bandeja en el mesón de servicio, y me largo al baño privado. Justo la que está al lado de la puerta eléctrica.

La salida.

Disparos, gritos, chillidos, amenazas se llenó el casino.

Un traidor está dentro de nosotros.

Es un sabotaje.

Comienzo a quitarme el traje de mesonero. Al estar listo para escapar un balazo impactó la puerta del baño.

Y su silueta apareció ante mí apuntando con el arma.

Qué mujer, qué ovarios tenéis.

Amedrentar a un jefe de la DEA sin temer las consecuencias, es todo un reto.

— Termina lo que dijiste allá. — entró diciendo sin bajar el arma.

— Te expliqué que no es nada de importancia. — aseguro con calma.

Elena ajusta el arma para disparar. — Dime o eres hombre muerto. — amenazó acercándose más.

Le sonrío, su carácter me lleva a lo prohibido. Su mirada, sus labios rojos, su color de piel, su modo de ser, rudeza con una sensualidad.

Calentó al corazón.

Ardió el deseo de tenerla.

Y en un acto, la tomé y la pegué contra el lavamanos. Y la azoté el arma al suelo.

Y sin más, olvidando la ley.

La besé, la abordé en pasión, con mis labios la desplacé al deseo, a tener el máximo placer.

Sin embargo, soltó un disparo.

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