Trevor le organizó una despedida para Hughes junto a los otros pacientes de la clínica. Le pidió a Brown el comedor y sirvieron muchos panes con mantequilla que le encantaban bastante a Frederick. Mi paciente se emocionó hasta las lágrimas viendo tanto alborozo y algarabía por haber recibido el alta y el hecho que pueda regresar a casa. -Qué gusto haber conocido a un pintor que será famoso con el tiempo-, lo abrazó Trevor mientras los otros internos aplaudían eufóricos, tributándole estruendosos aplausos. Hughes le hizo caricaturas a todos los pacientes, a los enfermeros, a los doctores, a Gladys, a Brown y a su secretaria, también al personal administrativo y los vigilantes. Sus trabajos pendientes los guardó en una maleta, con sus pinceles, cartulinas y el usb con la música de Lituania que tanto le fascinaba y lo volvía muy apacible. -Es lo que más me relaja-, me dijo. Yo me colgué de mi brazo y lo acompañé hasta la puerta. Katty ya lo esperaba en el estacionamiento de la clí
Le di uno de mis poemarios a Louis. Él había terminado su turno y disfrutaba de un lonche en una de las mesas frente al televisor. Tomaba café con leche y había untado dos panes con mantequilla. Detuve el carro y bajé de prisa porque pensaba, erróneamente, que ya estaba por irse. Louis se sorprendió. -¡¡¡Aún la panadería no cierra, doctora!!!-, se divirtió conmigo. Sus amigos estallaron en risotadas. -Estás de buen humor hoy, Louis-, dije, jalé una silla y me senté junto a él. -Y ahora estoy el doble al verla, bella doctora-, me sonrió él muy galante. -Ese lonche huele muy rico-, se me hizo agua la boca. Louis estallé en carcajadas. -¡¡¡Zachary, otro café con leche y dos panes con mantequilla para la señorita!!!-, alzó la voz. Su compañero alzó el pulgar y casi al momento yo también ya disfrutaba de la deliciosa merienda. -Te tengo una sorpresa-, le dije al fin, haciendo brillar mis ojos y le di uno de mis poemarios, autografiado. Louis parpadeó asombrado. Él ya sabía
Llegué temprano a la clínica. Deseaba olvidar todo, empezar mi vida otra vez de cero, pero no sabía cómo hacerlo. Marcus Green había escapado no sé a dónde con Julissa, una mujer casada, interrumpiendo su tratamiento y su madre lo abandonó a su suerte y prefirió irse a Escocia con su otra hija. Yo había quedado como una tonta, perdidamente enamorada de él y ahora no sabía ni cómo rehacer mi propia existencia. El cuarto de Frederick Hughes estaba vacío, además. Siempre había sido un refugio cuando me sentía deprimida o decepcionada y me encantaba verlo dibujar y me contaba afanoso qué era lo que sentía al plasmar sus sentimientos en un lienzo o una cartulina. Ahora él era feliz con la periodista Katty Woodward y ya formaban un hogar dichoso y consolidado. Había dejado de escribir al portal de poesías, también. Al fin y al cabo, a mí lo único que me animaba era escribirle versos a "Flecha" pero ahora él sostenía un tórrido romance con mi mejor amiga, Leonela. Estaban muy enam
En todo eso pensaba cuando llegué muy de mañana a la clínica. Marqué mi ingreso, me puse mi mandil, me serví un café muy humeante, abrí un paquetito de galletas y empecé a repasar las historias clínica de los pacientes que estaba atendiendo, cuando Brown me llamó desde su casa. -Me llamaron de la comandancia de policía, Andrea-, me contó. Mordí una galleta y sorbí el café. Estaba delicioso. -¿Qué ocurre?-, estaba indiferente, sin embargo. -La policía encontró a Karlson metido en una casucha de los suburbios-, me contó. Él me quería muerta. No sé por qué me tuvo tanta tirria. Yo solo aporté mi entusiasmo a la clínica, sin embargo Karlson me vio siempre como una enemiga, que le había quitado sus privilegios y había hecho que Brown se diera cuenta que era un mal profesional cuando en realidad él mismo provocó su propia caída. -¿Lo detuvieron?-, volví a morder una galleta. -Lo mataron a tiros-, me dijo Brown desconsolado. Quedé boquiabierta y pasmada y creo empal
Fue una semana intensa. Los fiscales llegaban al hospital a cada momento para interrogar a Trevor. La muerte de Karlson, abatido por la policía, había abierto una caja de pandora porque se le encontró todos los contactos, chats, mensajes, fotos y coordinaciones con los ex socios de Trevor y que estaban siendo investigados por diversos crímenes en la ciudad y el robo de los fármacos en nuestra clínica. El juez a cargo del caso que conmocionaba al país, había emitido una orden facultando a los fiscales entrevistarse con mi paciente. Uno de los fiscales me preguntó si Trevor estaba en condiciones de declarar y yo le dije que sí, que los cuadros de paranoia, fobia y esquizofrenia que padecía estaban controlados, él había respondido favorablemente a los tratamientos y las terapias y "estaba en franca mejoría", como les subrayé a los representantes del ministerio público. Yo, sin embargo, seguía convencida que Trevor se había hecho el enfermo, de que padecía de trastornos y estaba
Decidí no hablarle a Trevor, incluso le pedí a Brenda que le hiciera las terapias que le restaban antes de recibir el alta. Trevor protestó malhumorado con mi amiga. -Andrea es igual de terca que hermosa-, le dijo fastidiado, emitiendo muchos bufidos. Él estaba acostumbrado a mis evaluaciones y, como les digo, se sentía seguro y protegido conmigo. Ese mediodía él me encontró almorzando en la cafetería. Yo había pedido pollo a la plancha con muchas papas fritas y una sopa de fideos. Todo estaba exquisito. Trevor jaló una silla y se sentó junto a mi mesa. Un enfermero le alcanzó la dieta que le corresponde a los pacientes. -No quiero hablar contigo ni te voy a escuchar-, lo desafié sin mirarlo, encharcando las papitas fritas en mostaza. -Por eso es que no tienes novio, Andrea, porque eres terca y testaruda, los hombres se asustan contigo, tú eres intimidante-, estaba él muy molesto. -Al contrario. Tú estás acostumbrado a que las mujeres te sirvan, Michel, pero los tie
Tadeus Howard se suicidó antes de ser detenido por la policía. Los fiscales y los investigadores confirmaron que, en efecto, era el líder de la organización criminal que asolaba al país y que traficaba con las medicinas de nuestra clínica haciendo una inmensa fortuna con los fármacos que debían venderse bajo receta. También lo hacía con diversas y peligrosas drogas, extorsionaba a comerciantes y empresarios, manejaba un ejército de sicarios y se dedicaba a estafar al estado con licitaciones fantasmas, además que cometía sucesivos delitos de lavado de dinero y de corrupción de funcionarios. Howard era un mal hombre. Yo me sentía culpable de todo. Animé a Trevor a declarar y ahora en la clínica había un ambiente fúnebre y de desolación. Encontré a Brown meciéndose en su silla, con la mirada perdida en los rincones de su consultorio. Ya llevaba dos días allí, en su oficina, tenía la barba crecida y estaba desaliñado. -¿Sabías que Howard me ayudó a pagar este edificio?-, me dijo s
Trevor fue absuelto. Presentar las pruebas que mostraban a Howard como el responsable de esa ola de crímenes que asolaban el país, le valió mucho en la decisión del juez y finalmente quedó libre de toda culpa. Su drama había terminado. Ese jueves, por la tarde, Trevor se dispuso a marcharse. -No puedes irte si note doy el alta-, le dije divertida, mientras él intentaba hacer sus maletas. Con mucho cuidado guardaba las revistas deportivas que le gustaba leer y que lo acompañaron todo eso tiempo que estuvo internado en la clínica. También acomodó los zapatos donde ocultó el chip que, ciertamente, le había salvado la vida. Le ayudé a doblar sus camisas y sus pantalones. Él no era muy ducho en eso. Me dio risa viéndolo hacer unas horribles bolas. -Usted me dijo que ya estaba sano, doctora-, me sonrió Trevor distendido, despreocupado, como si se hubiera sacado un gran peso de encima. -Brenda me dijo que reprobaste en su último examen-, le recordé. -Esa doctora es una malhu