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Aine había insistido en que viajara con su yegua Briga, para que no me cayera de la montura una docena de veces antes de llegar al pueblo. Me detuve a arrancar unas manzanas que aún colgaban de los árboles que crecían junto al establo y saludé a la yegua con una. Briga la comió muy contenta. Sólo entonces me detuve a pensar que nunca había ensillado un caballo. Bien, le echaría lo necesario encima y la llevaría así, para que alguien más lo hiciera.

Le di manzanas a nuestros otros dos caballos, me aseguré que tuvieran agua y comida, y enfrenté el siguiente problema: cómo hacer que Briga me siguiera sin brida ni riendas. Le mostré otra de las manzanas que me quedaban, y cuando estiró la cabeza para comerla, me alejé varios pasos.

—Ven, Briga. Ven y te daré tu manzana.

La yegua se me acercó con su paso tranquilo. Volví a alejarme. Volvió a acercarse. ¡Funcionaba!

Había logrado llevarla a tres calles de lo de Tea, cargando con su silla y sus arreos, cuand

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