Una aventura inolvidable

Durante toda la noche Priscila y el caballero del antifaz hicieron el amor un par de veces más. Aquel hombre era insaciable, ella nunca tuvo tanta actividad sexual con Gerald a pesar de que un par de meses después de conocerse, decidieron vivir como pareja. Nunca sintió tanto placer y deseo por estar con su futuro ex prometido como lo sintió por el stripper.

Hicieron el amor en el baño, en la cocina, recorrieron toda el apartamento ansiosos y deseosos de sentirse, de estar atados el uno al otro.

Ella no supo cuando se quedó dormida, sólo reaccionó cuando sintió su móvil vibrando. Abrió los ojos algo aturdida por el alcohol y las horas de intenso placer que vivió esa noche, mito a todos lados de la habitación y notó que el stripper no estaba, escuchó la regadera por lo que supuso debía estar duchándose. Atendió la llamada, era Annette quien preocupada le había enviado mensajes, audios y sticker ansiosa de saber donde estaba.

En tono bajo, conversó con su amiga quien quedó de pasarla buscando en pocos minutos, Priscila había recordado la cordura y se sentía avergonzada de todo lo que había hecho. No era posible que ella terminara actuando de igual manera que Gerald, que se hubiese acostado con un absoluto desconocido y peor aún, que lo hubiese disfrutado, por lo que arrepentirse de haber follado con el stripper no le resultaba del todo fácil.

Se levantó intempestivamente de la cama, tomó el vestido y sus tacones, su cartera y se dispuso a salir de aquel lugar antes de que aquel hombre saliera de la ducha. Vio sobre la mesa de noche el antifaz y lo tomó como un recuerdo de aquella noche lujuriosa. Quizás en algún momento volvería a ir al night-club y le devolvería aquel souvenir.

Salió de la habitación y fue hasta la entrada principal, abrió la puerta y cerró cuidadosamente para no hacer ruido. Luego fue hasta al ascensor, entre sonrisas pícaras y suspiros pronto estuvo parada afuera del edificio aguardando por su amiga, ya eran casi las seis de la mañana. Justo cuando vio el auto detenerse y embarcó.

—Por Dios, Prisci llevo más de dos horas llamándote, por poco me matas de un susto y termino llamando a la policía. —Priscila dejó escapar una carcajada a la vez que se resintió del dolor de cabeza.

—¡Auch! —frotó sus sienes con la punta de sus dedos— ¡Fue maravilloso! —exclamó en voz alta y llena de emoción.

—¡Jajajaja! Me imagino, ese hombre estaba como par devorárselo. ¿Cuándo quedaron de verse? —preguntó Annette entusiasmada.

—No, nunca imagino. Pero ya sé dónde trabaja, así que tal vez en algún momento —hizo una pausa y registró dentro de su cartera sacando el antifaz— tenga que devolverle esto.

—¡Qué puto éxito, por Dios! ¿Le viste el rostro? ¿Cómo es? ¿No es tuerto, verdad?

—No, nunca se quitó el antifaz, sólo que mientras se duchaba salí de allí y lo tomé como un souvenir de nuestro encuentro.

—Wow! De verdad te envidio. ¿Por cierto, dónde está tu auto?

—¡Mierda en el estacionamiento del club!

—Es mejor que vayamos a mi casa a descansar y luego lo buscas. No creo que pueda pasarle nada, es una de las zonas más pudientes de NY.

Annette puso en marcha el auto, mientras desde la ventana de la habitación el stripper veía a su amante nocturna alejarse de él. Miró sobre la mesa de noche, el antifaz no estaba, la comisura de sus labios se elevaron y sonrió con picardía.

—¡Priscila! Espero volverte a ver.

En tanto, minutos después, Priscila bajó del auto a la cada de su amiga.

—¿De verdad vas a dejar a Gerald a pocos meses de su matrimonio? Creo que deberías pensártelo sobre todo ahora que ya te vengaste de él.

—¿De verdad me estás pidiendo que perdone la infidelidad de Gerald?

—Es un consejo. Un stripper es eso, un prostituto que se lleva a la cama a cualquier mujer por dinero. —el comentario de Annette descolocó a Priscila por un momento.

—¡No soy cualquier mujer, ni tampoco tuve que pagarle un peso! —respondió con hostilidad y visible enojo.

—¿Estás molesta conmigo por un simple stripper? No puedo creer que te tomes en serio a un hombre como ese.

En el fondo, Priscila sabía que Annette tenía toda la razón, que aquel encuentro sexual fue apenas una aventura de una noche. Mas para ella, aquel hombre había sido tan especial que no dejaba de pensar y desear estar con él.

—Disculpa, Annette… Sólo estoy un poco cansada, vamos a dormir. Ya más tarde veré que hago con Gerald. —se dio la vuelta y se cubrió con la sábana.

Ese y todos los días siguientes fueron un absoluto martirio para Priscila, aquel hombre se había apoderado de su mente, de su piel, de su cuerpo y de su ser. Si antes deseaba que Gerald regresara pronto de su viaje a Singapur, ahora rogaba que no volviera aún. Annette no perdía oportunidad para recalcarle a su amiga su versión antiromántica de aquel encuentro.

Una semana después decidió volver ella sola al bar para ver a su stripper misterioso. Entró al bar, se sentó en una de las mesas frente al escenario, al verla de seguro él la reconocería y se acercaría a ella como la primera vez. Llegó la hora del show, Priscila estaba nerviosa. Las luces se apagaron y sólo quedó un foco que iluminaba directamente el centro del escenario. El hombre apareció en medio del escenario, vestía un traje de gladiador y llevaba una máscara mucho más grande.

El stripper comenzó a bailar, mas Priscila tenía dudas de que se tratara de él, aunque no podía ver su rostro, algo dentro de ella le decía que no era él. Aún así sus deseos de volver a verlo y estar con él eran superiores a su nivel de raciocinio por lo que observó el espectáculo de principio a fin, sólo deseando ver que él se acercara a ella. Cuando el baile terminó, el bailarín se acercó a sus clientas y estas pagaron por el impecable show del hombre.

De pronto, el hombre musculoso se acercó a ella, su corazón latió con tanta fuerza que Priscila estuvo a punto de desmayarse. Pero cuando el gladiador cruzó sus brazos y con un gesto le insinuó que le diera su propina, ella se sintió desconcertada. Sacó el billete de cincuenta dólares y lo colocó entre la armadura que llevaba puesta. Los aplausos y gritos de las mujeres y hombres no se hicieron esperar. El gladiador se quitó la máscara y volteó directamente hacia ella.

Al mirar su rostro, sintió mayor pesar. No era él. No era su stripper, este era absolutamente rubio y sus ojos eran de un profundo azul celeste. Priscila se levantó y fue hasta la barra con la excusa de pedir un trago, cuando realmente lo único que necesitaba saber era sobre el bailarín de la semana anterior.

—¿Disculpa, habrá otro segundo show? —le preguntó al bartender.

—No, es uno sólo que se hace señorita.

—La semana pasada estuve en la inauguración y hubo un chico que se presentó esa noche, ¿me podría decir cómo se llama y si se encuentra en el bar?

—No puedo darle esa información, no tengo nada que ver con el espectáculo, además casi siempre es un bailarín nuevo, se rotan, no lo sé.

—¡Gracias! —Priscila tomó su trago. De pronto el gladiador se acercó a la barra para beber un trago, era su oportunidad, quizás aquel bailarín si podría darle información.

Astutamente le sacó conversación para obtener aquella información que tanto necesitaba.

—El bailarín de la semana pasada sólo hizo ese show de la inauguración y no volvió por aquí. Pero si deseas yo puedo darte todo o más de lo que él podría —dijo de forma insinuante y a la vez irrespetuosa.

—Es usted un falta de respeto —contestó indignada ante la propuesta de stripper

—¿Irrespetuoso, yo? Conozco a las de tu tipo, vienen a estos lugares a follarse a los stripper para poder serle infiel a sus maridos y no tener que darle luego explicaciones.

Priscila levantó la mano y le cruzó el rostro de una bofetada. El hombre enardecido quiso golpearla cuando justamente, un hombre bien vestido le sujetó del antebrazo.

—No permitiré que golpeé a una dama frente a mí.

Priscila se levantó de la silla, miró al hombre y salió apresuradamente de aquel lugar, estaba avergonzada y enojada consigo mismo, evidentemente aquel no era su mundo. Nunca antes pasó por una humillación como esa. Después de aquella noche, Priscila no volvió a pisar el night-club y se prometió a sí misma que echaría al olvido aquel encuentro; su amiga como siempre tenía la razón, era apenas una aventura, una aventura inolvidable sólo para ella.

El viaje de regreso de Gerald se postergó durante un par de semanas más. Todas más noches la llamaba y Priscila tenía que fingir que lo extrañaba o que moría por verlo cuando realmente no deseaba volver a estar con él.

—¡Annette, no lo amo! Ya no quiero que esté a mi lado.

—Priscila, la boda será en un mes, todo está listo para el evento. —La pelicastaña gruñó ante la insistencia de su amiga. De pronto sintió unas terribles náuseas, se levantó del sofá y corrió hasta el lavabo.

Annette la miró con asombro, se puso de pie y fue hasta donde estaba Priscila, quien al verla cerró la puerta del baño.

—¿Qué te ocurre, Priscila? ¿Estás bien? —desde afuera la rubia francesa podía escuchar a su amiga vomitando. Se regresó hasta la sala y se sentó a esperar a su amiga, mientras un pensamiento bizarro flotaba sobre su cabeza.

Cuando la vio venir, la miró fijamente y le hizo la pregunta que derrumbaría por completo a la pelicastaña.

—Prisci, júrame que te cuidaste esa noche —la chica abrió los ojos como si los fuera a disparar, aquello no podía ser verdad, no.

—¡No! —dijo en un hilo de voz, mientras tomaba su móvil y revisaba su app de ciclo menstrual la fecha de su última menstruación.— ¡No, no, no! M****a eso no puede ser, llevo dos días de retraso.

—¿Qué? —gritó con asombro, luego trató de recuperar el control y dijo— Bueno dos días no es nada, no. —su tono de voz dejaba claro un millón de dudas revoloteando sobre la cabeza de Priscila.— Debes hacerte un examen, Priscila. Tienes que salir hoy mismo de dudas.

Priscila sentía que las manos y las piernas le temblaban, aquello era algo que ni esperaba, que un simple acostón con un stripper tuviera efectos secundarios. Annette la llevó a un laboratorio médico para comprobar que aquel retraso fuese sólo eso, un retraso.

Minutos después, salió la asistente del laboratorio para entregarle el resultado del examen.

—Priscila Higgins —ella levantó la mano, se puso de pie y tomó el sobre. Sintió un vacío en el estómago, mientras que mentalmente repetía “es un retraso, sólo un retraso”.

—Termina de abrir el sobre Prisci. Estoy que me da un infarto.

—¿Bromeas? Yo me muero si estoy en estado.

—Pensemos positivo, abre el sobre. Todo va a estar bien.

Priscila destapó el sobre, sacó el papel y lo desdobló lentamente, su rostro palideció de inmediato. Así como no hubo palabras aquella noche, así mismo no hizo falta que ella modulara la más mínima palabra, su rostro y su mirada aterrada lo decían todo…

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