Capítulo 108 El precio del silencio. El cielo aún tenía sus tonos grisáceos cuando Alana llegó al lugar acordado. Un antiguo invernadero reconvertido en salón privado, oculto tras una galería de arte en desuso, en el corazón más sombrío de la ciudad. La humedad impregnaba las paredes y los cristales empañados dejaban pasar una luz opaca. El aire olía a tierra mojada y plantas descuidadas. Un aroma que hablaba de cosas enterradas… y otras que estaban a punto de florecer. Anthony ya la esperaba. Estaba de pie, apoyado contra una columna de hierro forjado, con las manos en los bolsillos y una media sonrisa en los labios. Vestía un abrigo oscuro, de líneas limpias, que no disimulaba el peligro en sus gestos. La miró sin saludar. Alana entró sin quitarse los guantes de cuero ni el abrigo que llevaba puesto. Caminó sobre los adoquines húmedos como si pisara una pasarela. —No esperaba que vinieras a verme —dijo Anthony con voz baja—. Pensé que enviarías a algún abogado o a uno de e
Capítulo 109El arte de traicionar.Las pantallas comenzaron a apagarse una por una, hasta dejar la sala de vigilancia sumida en una penumbra azulada. El aire estaba cargado de tensión, como si la electricidad no solo recorriera los cables de los monitores, sino también los músculos de Leonard. Se quitó lentamente los auriculares y los dejó caer sobre la mesa de metal. El eco del leve impacto resonó más de lo que debería. Era el sonido del fracaso.—Maldita sea —murmuró, apenas audiblemente.Su mandíbula estaba rígida. La luz parpadeante de un proyector iluminaba su rostro a intervalos, dibujando sombras en sus pómulos afilados, como si estuviera dividido en dos mitades: la del hombre que había planeado cada movimiento, y la del que ahora veía cómo todo se escapaba por los bordes.—Lo sabía… —dijo Iván desde el fondo de la sala—. Fue demasiado fácil. Anthony no habla así. Estaba preparado.Leonard no respondió de inmediato. Caminó despacio hacia el ventanal, donde las gotas de lluvia
Capítulo 110 Desconfianza Aquel aire cargado de tensión y traición parecía condensarse en cada rincón de la ciudad. Mientras la madrugada se desvanecía lentamente, Anthony se encontraba en una sala discreta, iluminada únicamente por la pálida luz de un monitor. Sobre la mesa, descansaba el dispositivo móvil que había utilizado para recibir, hace tan solo horas, las fotografías que Alana había capturado de Leonard saliendo de la casa de Camila. La imagen mostraba la figura de Leonard, con el ceño fruncido y una mirada que mezclaba desesperación y resignación, mientras se alejaba bajo la lluvia.Con la voz temblorosa, Anthony marcó el número que le pertenecía a Alessia. La línea sonó varias veces antes de que la respuesta llegara, casi en un susurro ahogado.—Alessia —dijo él, conteniendo el temblor en su tono—. Tengo algo que debes ver.La voz de Alessia se llenó de una mezcla de urgencia y enfado. Había reconocido su voz mucho antes de que pudiese identificarse.—¿Qué ocurre, Antho
Capítulo 111Condiciones.El silencio que había quedado tras la última conversación entre Leonard y Alessia era espeso, como si la casa misma contuviera la respiración, esperando que alguno rompiera la calma. Leonard permanecía de pie, junto a la ventana del estudio, observando cómo la ciudad se despertaba con la primera luz del día.El sonido repentino del celular vibrando sobre la mesa quebró la quietud. Leonard parpadeó, como si saliera de un trance. Se giró, tomó el móvil y observó la pantalla. Era Camila. Su pulso se aceleró ligeramente. Temiendo a que Alessia se acercase en cualquier momento.—Ahora no... —murmuró para sí mismo, pero algo en su intuición le gritó que debía contestar.Miró hacia el pasillo. No escuchó nada. Pensó que Alessia ya se habría encerrado en su habitación. Deslizó el dedo por la pantalla para aceptar la llamada.—¿Leonard? —la voz de Camila, baja y directa, llenó el espacio—. No tenemos mucho tiempo.—¿Qué ocurre? —preguntó él en voz baja, alejándose u
Capítulo 112Descontrol. La mañana seguía avanzando, aunque dentro de la casa Blackmond el tiempo parecía haberse congelado tras el portazo de Leonard. El reloj del vestíbulo marcaba las 8:17 a.m. y un silencio denso, casi ominoso, lo cubría todo.Alessia bajó lentamente las escaleras, aún con el rostro húmedo por las lágrimas que no se había molestado en secar. Cada paso resonaba contra los peldaños como si la casa la observara, como si supiera que algo estaba a punto de quebrarse.Cruzó el pasillo hasta el ala este y se detuvo frente a la puerta del estudio. La abrió con lentitud, pero el espacio estaba vacío. Solo el leve olor a madera antigua y el eco de la discusión de esa mañana parecían permanecer allí.Frunció el ceño, se giró y caminó hacia la cocina, donde encontró a Jenkins, el mayordomo, preparando una bandeja con té y pastas, como lo hacía cada mañana desde hacía años. Su figura alta, siempre impecablemente vestida, se giró al notar su presencia.—¿Jenkins? —preguntó Ale
Capítulo 113Esperanza rota.Luego del impacto emocional que se llevó Camila tras ver aquella decadente escena, sus ojos se fueron cerrando lentamente hasta que quedó atrapada en un sueño profundo. Sus brazos, aferrados al pecho de Leonard, como si a pesar de su inconsciencia temiera a que todo el caos a su alrededor se desvaneciera, llevándose consigo a Leonard, su única compañía en ese desolado lugar. Tras largas horas de sueño pesado, no sabía cuánto tiempo había pasado antes de comenzar a abrir sus ojos. Una eternidad, tal vez.Camila estrujó sus ojos lentamente con sus puños. No podía moverse. El aire olía a queroseno, a carne quemada y a tierra mojada. El cielo, ahora oscuro, se colaba entre los restos del jet como una sentencia.Leonard seguía junto a ella, inconsciente. Su rostro cubierto de sangre seca, pero su pecho aún subía y bajaba débilmente.Leonard intentó hablar, pero un borbotón de sangre le llenó la boca. Tosió. Dolor. Un brazo roto. Algo clavado en su pierna.Alre
Capítulo 114Amanecer en cenizas.La noche parecía no tener fin. El cielo, ahora teñido de un gris pálido, comenzaba a desperezarse apenas con los primeros hilos de luz, como si el mundo entero dudara en volver a la vida tras la tragedia.Camila no había dormido. No podía. Su cuerpo temblaba, no sabía si de frío o de agotamiento. Sus manos estaban cubiertas de hollín, sangre seca y tierra. Cada músculo le gritaba que se rindiera, pero la voluntad —esa chispa obstinada— la mantenía en pie.Leonard seguía inconsciente. Su pecho se movía con una lentitud que la aterraba. La herida de la pierna sangraba menos ahora, pero el brazo tenía un ángulo imposible. Había improvisado una férula con partes de una maleta y cinta adhesiva. No era médico. No sabía si lo había hecho bien. Pero había hecho lo que pudo.Cada cierto tiempo, se acercaba a él, le tomaba la mano y le hablaba, como si su voz pudiera arrastrarlo desde el fondo del abismo.—No me dejes sola aquí… ¿me oyes, Leonard? —susurraba, s
Capítulo 115Refugio sin memoria.El calor era distinto en San Vicente y las Granadinas. No abrasador ni molesto, sino envolvente, como un abrazo húmedo que impregnaba cada poro. Camila lo sentía en la piel, en el cabello, en los huesos. Pero no le molestaba. Le recordaba que estaba viva, y que Leonard también lo estaba.El refugio al que habían sido asignados por las autoridades locales estaba al borde de una colina, donde el verde se extendía hasta chocar con el mar. Era una pequeña estructura de madera pintada de blanco, con persianas azul cielo y un tejado de chapa que resonaba suavemente con cada gota de lluvia tropical.—No es mucho —dijo la mujer que los acompañaba, una funcionaria del departamento de asistencia humanitaria, de voz firme y amable—, pero está limpio, seguro y cuenta con todo lo básico. Además, tienen atención médica gratuita por tiempo indefinido. El gobierno considera su caso una prioridad. La historia ha conmocionado a todos.Camila asintió, sosteniendo a Leon