Faris la observó, su mirada suavizándose.—No pude quedarme sin hacer nada. Sé que lo que hiciste fue incorrecto, pero no puedo ignorar lo que siento.Celeste lo miró fijamente, percibiendo la vulnerabilidad en sus palabras. Una idea empezó a formarse en su mente. Sabía que Faris podía ser su única esperanza de escapar.—Príncipe Faris, no soy la persona que crees. Todo esto ha sido un malentendido —comenzó, su voz temblando ligeramente —No quería hacer daño a nadie. Solo... Solo buscaba una manera de proteger a mi familia. Ahora estoy atrapada aquí, y si no me ayudas, temo lo peor.Faris frunció el ceño, dudando, pero la sinceridad en su voz lo conmovió.—¿Qué quieres que haga? —preguntó finalmente.Celeste se inclinó hacia él, sus ojos brillando con esperanza.—Necesito salir de aquí. Si puedes darme las llaves para salir del palacio, prometo que nadie sabrá que fuiste tú quien me ayudó. Solo quiero regresar con mi familia y evitar una guerra innecesaria.Faris vaciló, su mente luch
Su relación con su hermano y su padre se pondría a prueba, y solo el tiempo diría si el riesgo que había tomado por Celeste valdría la pena.Sin embargo, en lo más profundo de su ser, Faris sabía que había hecho lo correcto. Había seguido su corazón, y aunque la razón le gritaba que había cometido un error, la verdad era que, por primera vez en mucho tiempo, se sentía vivo.La luna llena iluminaba el vasto desierto, sus dunas plateadas se extendían hasta el horizonte, creando un paisaje tan hermoso como peligroso. Celeste, la joven rebelde, había logrado huir del palacio con una destreza que solo podía atribuirse a su determinación y astucia. Su corazón latía con fuerza mientras corría, alejándose cada vez más de la opulencia y las cadenas invisibles del reino.La noche era su aliada, el único manto que le ofrecía refugio en su huida. Su vestido, rasgado por las ramas y piedras en su camino, ondeaba como una bandera de resistencia. Con cada paso que daba, sentía cómo se desvanecían la
—¿Qué quieres decir con que ha escapado? —preguntó Alexander, su voz grave pero contenida.—Mi señor... la habitación está vacía. Creemos que alguien la ayudó a escapar —balbuceó el guardia, sudando bajo la mirada intensa del príncipe.La calma habitual de Alexander se desmoronó en un instante. Su rostro se tensó, y una sombra de ira oscureció sus ojos. El heredero al trono no era conocido por su paciencia, y la idea de que Celeste, la mujer que había osado robar su proyecto, hubiera escapado bajo su vigilancia, lo enfurecía.—¡Incompetentes! —rugió Alexander, golpeando la mesa de madera con tal fuerza que los documentos y copas sobre ella cayeron al suelo.El salón se sumió en un silencio tenso. Los sirvientes y guardias presentes evitaron moverse, temerosos de ser el próximo blanco de su ira. Alexander respiraba con dificultad, sus manos apretadas en puños. Su mente se llenó de imágenes de Celeste, recordando cada encuentro, cada mirada desafiante. No podía permitir que escapara, no
A pesar de sus diferencias con su hermano mayor, no deseaba que las cosas llegaran tan lejos. Pero Faris también entendía que debía mantener la calma, pues cualquier movimiento en falso podría levantar sospechas. La última vez que había hablado en contra de sus decisiones, las consecuencias no habían sido agradables. La situación era peligrosa, y él no debía, ni podía, despertar la ira de los demás.Así que, como siempre, se mantuvo en silencio. Sus ojos se posaron en Kael, viendo cómo se preparaba para llevar a cabo la misión que su padre le había asignado. Faris sabía que Kael no tenía intenciones nobles; su hermano estaba obsesionado con el poder, y si podía aprovechar cualquier debilidad de Alexander, lo haría sin pensarlo dos veces. Sin embargo, no podía actuar sin levantar sospechas, y se mantenía inmóvil, observando a la distancia.El plan del rey parecía claro, si la fugitiva estaba en la casa de los Arden, Kael y su comitiva no perderían tiempo en capturarla. No importaba si
—¿Tu familia? —repitió con desdén —¿Acaso ya olvidaste que pudimos haber formado una familia juntos? Que todo esto no tendría que haber ocurrido si no me hubieras abandonado por él.Los ojos de la mujer brillaron con una mezcla de ira y dolor. Su pecho subía y bajaba con rapidez por la intensidad del momento, pero no iba a permitir que Kael viera su vulnerabilidad.—Lo que tuvimos quedó en el pasado, Kael —dijo con voz firme, aunque sus manos temblaban ligeramente al sostener a su hija —Fue un error…Kael entrecerró los ojos y su mandíbula se tensó. Se inclinó más cerca de ella hasta que su rostro quedó a escasos centímetros del suyo.—¿Un error? —susurró con veneno —¿Eso es lo que fui para ti? ¿Después de todo lo que te di, de todo lo que sacrificamos juntos? ¿Después de haberme jurado que me amarías por siempre?La joven sostuvo su mirada, pero en su interior, su corazón latía con fuerza, recordando los momentos en que esas mismas palabras de Kael la envolvían en un torbellino de pa
—Esto no ha terminado —advirtió con voz ronca —No me iré con las manos vacías.El hermano de Celeste lo miró con el mismo desprecio y se limpió la sangre del labio.—Si alguna vez vuelves a acercarte a mi esposa o a mi familia, te juro que no saldrás vivo de esta casa.Kael soltó una carcajada amarga y se giró, pasando su mirada por Sonya una última vez antes de darse media vuelta y ordenar a sus hombres que atrapen al hermano de la fugitiva.Kael respiraba con dificultad, con el rostro ensangrentado, pero aún con una sonrisa torcida en los labios. Se pasó la lengua por el labio partido, probando el sabor metálico de su propia sangre, y miró al hombre que yacía en el suelo, agotado, pero con la furia aún encendida en sus ojos.El silencio que siguió fue breve. Kael, aún con la adrenalina recorriendo su cuerpo, chasqueó los dedos y se giró hacia sus guardias.—Arréstenlo… Creo que es momento de que tenga su morada tras las rejas de los separos —ordenó con frialdad.Los soldados, sin cu
Se dejó caer en la silla frente al ventanal, observando la oscuridad de la noche. Afuera, su enemigo y esposo de Sonya yacía encadenado, derrotado. Pero… ¿era eso suficiente? No.Kael aún no había terminado con ellos.La historia entre Sonya y él estaba lejos de concluir.Sonya se había hecho una promesa desde aquella noche en la que se vio obligada a olvidar el ardiente, pero apasionado, amor que sentía por Kael, uno de los herederos del rey Salim. No fue una decisión fácil; su corazón se desgarró con cada paso que la alejaba de él, pero el peligro que la acechaba no le dejaba opción. Sabía que quedarse significaba exponer no solo su vida, sino la de la más preciada joya que llevaba en su vientre.Los días previos a su partida fueron un tormento. En cada rincón del palacio, en cada susurro del viento nocturno, encontraba recuerdos de Kael. Su risa, su mirada intensa, el calor de sus caricias… Todo aquello que había sido suyo y que ahora debía abandonar para siempre.Pero no estaba so
Nizarah alzó una ceja, dando un paso dentro de la habitación sin esperar invitación.—¿No tengo derecho? —repitió, con una sonrisa amarga —¿Y tú tienes derecho a odiarme por algo que nunca fue mi culpa?Él sintió que le faltaba el aire.Nizarah lo miró con una intensidad que lo quemaba vivo.—Mírame a los ojos y dime que no me necesitas tanto como yo a ti —susurró.El silencio entre ambos fue una sentencia. Porque, aunque quería, aunque debía… no pudo.Kael cruzó los brazos, apoyado contra la pared de piedra fría. Su mirada era dura, impenetrable, pero en su interior ardía el desprecio.—Esto se acaba aquí, Nizarah —dijo con voz firme, sin rastro de duda —No seguiré siendo tu amante.Nizarah dejó escapar una suave risa, ladeando la cabeza mientras jugaba con un anillo en su dedo. Caminó lentamente hacia él, con la seguridad de quien sabe que el poder está de su lado.—No digas tonterías, Kael —susurró, deslizando un dedo por el borde de su propio escote —Tú y yo nos necesitamos. Sabes