ELENA: Dejé a Rafe profundamente dormido; su respiración pesada llenaba la habitación con una paz que no podía permitirme. Su rostro, relajado y ajeno a la tormenta que se desataba en mi interior, me recordaba lo que estaba en juego. Deslicé mis pies descalzos por el suelo frío, evitando cualquier sonido que pudiera alertarlo de mi partida. Él no debía involucrarse. Esto era mío, un error que yo había cometido y que debía corregir sola. Había desafiado las leyes sagradas de la Diosa Luna, poniendo en peligro no solo mi misión, sino algo mucho más grande. El poder carmesí del Alfa Theron estaba creciendo como un fuego imparable que amenazaba con consumir todo a su paso. Y aunque no podía recordar con claridad lo que Clara y Claris debían hacer —lo que nosotras tres juntas podíamos conseguir—, algo en mi p
CLARIS:El frío de la cama me despertó sobresaltada, buscando a mi alfa entre las sombras vacías de la habitación. La oscuridad pesaba más de lo debido, y cada segundo que pasaba sin encontrarlo se convertía en una punzada aguda en el pecho. ¿A dónde había ido a esta hora? Cerré los ojos con fuerza, tratando de concentrarme, enfocándome en rastrear su energía, en sentir siquiera un indicio de su presencia en el baño, en la habitación de los gemelos o tal vez en algún rincón de la casa. Pero no había nada. Vacío. Silencio. Me senté de golpe, sintiendo cómo el frío se aferraba a mi espalda. El espacio parecía más inmenso y desolado que nunca. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no sentía el vínculo que siempre nos conectaba? —Lúmi
CLARIS:Subí las escaleras despacio, sintiendo cómo cada escalón mordía la fragilidad de mi ánimo. Esa sensación de exclusión seguía apretándome el pecho, un peso frío y solitario; como si el mundo al que pertenecía de pronto me hubiera dado la espalda. A cada paso, el miedo se retorcía en mi interior, creciendo, susurrándome verdades incómodas que prefería ignorar. Estaba adentrándome en un lugar desconocido, donde las sombras tenían más ojos que secretos. Entonces, Lúmina me sacó de aquel vacío interno. —Atenea ha despertado —dijo de repente, su asombro vibrando en mi mente, lleno de una emoción contenida que apenas lograba comprender—. ¡Ha vuelto! Me detuve en seco, clavada en medio de las escaleras, con el corazón latiéndome con fuerza, tanto por la noticia co
CLARIS:Miré a mis hijos. Allí estaban, aún dormidos, ajenos a todo, pero su respiración entrecortada y el brillo residual en sus cuerpos me hablaban de una batalla que ni siquiera ellos parecían comprender. —No fuimos atacados —Farel se había puesto de pie, tambaleante, pero con esa dignidad que siempre lo sostenía—. Los pequeños, les pasa lo mismo que a ti cuando eras niño. El poder carmesí se adueña de ellos; les domina, los arrastra. Les hace hacer cosas dormidos, cosas que están fuera de su control. Había algo en lo que decía que no podía ignorar: una certeza amarga, mezclada con la impotencia de quien sabe que su época de fuerza ha quedado atrás. —Pude detenerlos —continuó, moviendo los hombros como si quisiera aliviar la presión que empezaba a devorarlo—. Pero fue m&a
KIERAN: Me quedé observándola, esa presencia que no era Elena, pero que, a la vez, parecía ser ella en todo lo que proyectaba. Atenea era imponente, una loba que inspiraba respeto; algo en su energía hacía que incluso mi instinto alfa se mantuviera alerta. Nadie había dado la voz de alarma, lo que hacía que sus palabras resonaran con un peso mayor. Rafe nunca ha sido uno para dormir despreocupado, y, aún así, el territorio parecía estar en calma hasta ese momento. Sin perder tiempo, lo llamé, pero el aire cargado de peligro me obligaba a observar cada detalle. Mientras me aseguraba de contactar a Rafe, le entregué mis cachorros a Farel, que los tomó y se los llevó de inmediato. Justo antes de llegar al segundo piso, notó la puerta de su habitación destrozada. Pude verlo tensarse y, sin pensarlo dos veces, desvió su camino con los pequeños hacia la suya propia. El tiempo parecía acelerar, porque, apenas colgué, la figura de Rafe entró como un ciclón en la residencia, seguido de o
CLARIS:Estaba asustada, muy asustada con todo lo que escuchaba. La humana en mí, la parte frágil que a veces olvidaba que era una loba poderosa, apretaba los papiros entre mis manos con fuerza, hasta que los nudillos se tornaron blancos. Mis piernas, tensas como si estuvieran preparadas para correr, se negaban a moverse, pero todo mi cuerpo respondía a una vulnerabilidad que no quería admitir. Mi mente me gritaba que era suficiente, que debía dejar los papiros y actuar, pero las emociones humanas en mí mantenían un férreo control, pegándome allí, inmóvil. Entonces, lo escuché. Un ronroneo bajo y suave, la vibración de una presencia familiar. Clara, mi hermana, en su forma de lobuna, se acercó. Sentí el calor de su cuerpo cerca del mío, su pelaje como un ancla en medio del torbellino de sensaciones que me atacaban. La loba que era ella me recordaba quién era yo. Por instinto, como quien busca un refugio cuando la tormenta arrecia, permití que mi forma se deshiciera. Lúmina, mi loba,
KIERAN:Mi Beta Fenris, al escuchar aquellas palabras de mi lobo, me observó fijamente. Nunca había hablado de eso con él. Aunque Atka y yo compartíamos memorias, a veces recordábamos las cosas por separado: yo como humano y él como la bestia interior que era parte de mí. Fenris entrecerró los ojos, fijando la mirada en un punto invisible en la oscuridad, como si buscara respuestas en el vacío, como si alguna sombra del pasado pudiera brindarle claridad. —Sí, lo recuerdo —musitó finalmente, con un tono grave, arrastrado por la melancolía—. Pero el tiempo ha vuelto confusas las imágenes; éramos unos niños. La forma en que Theron enfrentaba el peligro no era algo que cualquiera pudiera replicar. Él poseía algo más que aún no hemos logrado: el apoyo de su esposa. Tu madre, la loba lunar mística, había enc
CLARIS:Miré a mi Alfa, y fue en ese instante cuando me di cuenta del error que había cometido. Le había faltado el respeto, y ahora todos tenían sus miradas fijas en mí, cargadas de una mezcla de juicio y desconcierto. Entre el miedo y la agonía que me consumían, no fui consciente de que debía detenerme, de que necesitaba pedir su opinión antes de actuar impulsivamente. —¡No, esa mujer no va a venir aquí! ¡NO VA A VENIR Y PUNTO! —gruñí tan fuerte que mi voz, en forma de loba, resonó como un trueno rabioso y vibrante, haciendo que la estructura de la casa pareciera estremecerse bajo su influencia. Pero no tuve tiempo de mantener mi postura. Un rugido, más poderoso que cualquier sonido que hubiera escuchado en mi vida, llenó el aire como un estruendo implacable. Fue como si el mundo mismo estuviera reclamando el orden que yo h