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La ciudad que antes les había parecido esplendorosa y llena de vida, era en realidad un pequeño pueblo deshabitado y con cientos de autos abandonados en los garajes. En el lugar, hasta las mascotas estaban muertas y el aire se mezclaba con el hedor de los miles de cadáveres en descomposición. Bill despertó cuando Candy comenzó a gemir y lamerle el rostro. Miró a su alrededor y vio a las chicas aun dormidas sobre la dura madera del porche donde se encontraban. La casa era vieja y apestaba casi tanto a humedad como a podredumbre. Bill se puso en pie de un salto, miró a Madeleine y después a Martha. Parecían unas chiquillas que durmieran plácidamente. Bill se preguntó si quizá solo él había tenido esa pesadilla. Recordó el rostro sin vida y sin ojos de Sarah y sintió escalofríos. Vio al otro lado de la calle y allí estaba el auto con el que habían

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