Liam la observa, y en sus labios se dibuja una sonrisa que mezcla el deseo con el orgullo de saberla suya, al menos en ese instante eterno. Cada gemido que brota de la garganta de Amara; quebrado, urgente, involuntario. Es un himno que alimenta su pasión. Con manos que no vacilan, continúa adorando su cuerpo como si fuera un altar sagrado, donde cada caricia es un verso y cada estremecimiento, una respuesta divina.Las piernas de Amara comienzan a temblar, su cuerpo traiciona cualquier intento de control. Está al borde, suspendida entre el abismo del placer y la necesidad de caer. Su humedad, generosa y sin pudor, brota en cascada, marcando su entrega con una intensidad que empapa la piel, el aire, la atmósfera misma de la habitación. Es un lenguaje sin palabras, pero lleno de significados: un llamado a seguir, a no detenerse, a consumirse juntos en el fuego que han encendido.Los gemidos crecen, se tornan gritos contenidos, súplicas disfrazadas de respiración. Amara no puede más.
El alba se cuela suavemente entre las cortinas de lino, tiñendo la habitación con una luz ámbar, casi irreal. El aire huele a piel, a deseo consumado, a un tiempo suspendido entre dos latidos.Amara abre los ojos antes de que el sol termine de despuntar. Por un instante, solo uno, se permite contemplar el perfil dormido de Liam: su pecho subiendo y bajando con calma, la mandíbula relajada, los cabellos despeinados sobre la almohada. Luce en paz… y eso la desgarra por dentro.Con movimientos contenidos, como si temiera que el crujido de las sábanas delatara su traición, se desliza fuera de la cama. El frío de la madrugada le muerde la piel desnuda, como una advertencia. Se agacha en silencio, recogiendo su ropa esparcida como testigos mudos del descontrol de la noche anterior.Justo cuando alcanza su blusa, una voz ronca y cálida rompe la quietud: —¿Qué haces, hermosa…? —murmura Liam, medio dormido, con una sonrisa que aún arrastra los restos de los sueños. Estira el brazo hacia ell
–¿De verdad crees que esto fue un error? –pregunta Liam, con la incredulidad dibujada en cada línea de su rostro. Sus ojos, aún cargados de la noche que compartieron, buscan los de Amara con desesperación. –¿Eso es lo que significó para ti? ¿Un maldito error?– Su voz se quiebra al final, como si al decirlo lo estuviera confirmando para sí mismo. Como si estuviera dándole forma a una pesadilla que se niega a aceptar.Amara lo mira, pero su rostro es una máscara de frialdad ensayada. Por dentro, su alma se deshace en pedazos. Traga saliva con dificultad y respira hondo antes de hablar, como si cada palabra fuera un bisturí que supiera dónde cortar. –Sí… significa algo –dice al fin, con un hilo de voz que traiciona la emoción que intenta ocultar. Se queda unos segundos en silencio, mirando un punto fijo en el suelo, como si al no verlo pudiera protegerse del daño que está causando. Luego alza la mirada, clavándola en él con una determinación que no se siente, pero que necesita aparentar
Amara se encuentra atrapada en la habitación, la presión dentro de su pecho se convierte en un nudo insoportable. No sabe si su mente se siente más confundida o su corazón roto, pero no hay tiempo para dudar. No puede permitir que Liam la vea nuevamente vulnerable. No puede permitirse mostrar inseguridad. Las preguntas que se encienden en su mente la queman, pero aún así da vueltas de un lado a otro.. ¿Cómo va a enfrentarlo? ¿Qué puede decir después de todo lo que ha ocurrido? Él merece una explicación, pero ¿qué podría decirle que no sea una mentira aún más dolorosa? Amara lo sabe, lo siente en las entrañas: no hay vuelta atrás, solo un futuro incierto marcado por sus decisiones. Con el ceño fruncido, Amara se dirige al espejo y un reflejo distante la observa, alguien que ya no reconoce completamente. Pero no tiene tiempo para debilitarse ahora. Se toma un momento para colocar unos lentes de sol oscuros que ocultan sus ojos, esos ojos que delatan su angustia. Y coloca una máscara
Liam se gira hacia ella con los ojos encendidos, atravesados por un dolor que no sabe disimular. –¡Estoy cansado, Amara! ¡Cansado de que me digas qué hacer, qué sentir, cómo actuar! ¡Cansado de que me pongas siempre en segundo lugar!–¡No es eso! –replica ella, pero su voz se queda corta, perdida entre la agitación de ambos. Sabe que es mentira. O al menos, que no es del todo verdad. –¿Ah, no? ¿Entonces qué es? ¿Control? ¿Miedo? ¿Orgullo? –La mira fijo, buscando una grieta en su armadura, un gesto, una emoción, algo que le diga que todavía hay algo de ella que lo elige, que lo quiere. –Te juro que no entiendo qué te pasa. Una noche te entregas a mí como si el mundo no existiera… y al otro día ya tienes todo planeado para borrarme de tu vida.Amara traga saliva con dificultad. Su rostro, aunque firme, empieza a tensarse, como si la contención estuviera por romperse. Pero aún así, sostiene la mirada. No va a ceder. No ahora. –Liam, no se trata de elegirte o no. Se trata de lo que es
–¿Sabes qué es lo peor? –susurra Liam, con una mezcla de dolor y rabia en cada sílaba. La voz le tiembla, pero no por miedo. Tiembla porque se está rompiendo por dentro. Porque ya no le queda nada más que decir que no duela. Mira a Amara como si verla lo desarmara y al mismo tiempo lo incendiara. –Amara… me estás tratando como a un maldito objeto.Hace una pausa, breve pero brutal. Le cuesta respirar, como si el aire mismo se negara a entrar en sus pulmones. Amara no dice nada. Solo lo mira. Tensa. Distante. Pero hay una grieta en su mirada que no sabe disimular.–¿Lo sabes? –insiste él, con la voz más baja pero más firme. –Como si no valiera nada más que ser… útil para ti. Como si mi existencia solo tuviera sentido cuando te conviene.Se pasa una mano por el cabello, despeinándolo aún más, como si el gesto pudiera ayudarlo a organizar la tormenta que lleva dentro. Pero no hay orden posible. No cuando ella está ahí. No cuando la ama y la odia al mismo tiempo.–No soy eso, Amara.
Liam la mira, temblando de rabia, pero también de algo que no puede reconocer del todo, algo que le duele más que la ira misma. Amara no lo necesita, nunca lo ha necesitado. Pero lo tiene allí, como un muñeco en sus manos, un simple objeto. Un juguete roto. –Tú y yo jamás fuimos más que eso –continúa ella, en voz más baja ahora, pero sin un atisbo de emoción. –Jefa y empleado. Con un simple contrato para casarnos. Nada más. Esas palabras lo golpean con la fuerza de una tormenta. Como un latigazo cruel que le rasga la piel y lo deja en carne viva. Liam aprieta los puños sobre el volante, su cuerpo entero está tenso, como si pudiera estallar en cualquier momento. La traición le arde en la piel, un fuego que no puede apagar, pero lo que más le duele, lo que realmente lo desgarra, es que, en el fondo, sabe que lo que ella dice no está tan lejos de la verdad. –Estás equivocada –dice con voz quebrada, casi inaudible, como si por fin el peso de sus propias palabras lo estuviera ahogan
Amara empuja suavemente la puerta de la casa de Cristóbal, que cruje como si también protestara por su presencia. La habitación está en penumbras, iluminada solo por la luz cálida que se filtra a través de la ventana alta. En las paredes, decenas de fotografías cuidadosamente enmarcadas cuelgan como testigos silenciosos de otro tiempo. Sin decir una palabra, se sienta con elegancia, cruzando las piernas con una calma fingida. Pero por dentro, el pecho le arde. –¿De qué quieres hablar conmigo? –pregunta finalmente, sin molestarse en ocultar el tono áspero de su voz. Sus ojos se clavan en una de las fotografías más recientes, en la que Cristóbal sonríeCristóbal tarda en responder. Se acerca lentamente y se sienta frente a ella, con una expresión tan contenida que parece a punto de estallar. –Yo no quiero hablar contigo Amara –responde al fin, con voz baja pero cargada de reproche–Eres tu la que necesita hablar… al menos eso me dijeron.Amara frunce el ceño, confundida por la dureza